A Lucho nunca le gustó alimentar polémicas como entrenador, si bien como jugador había sido a ratos excesivamente pasional e incluso provocativo. En la actualidad, el asturiano busca siempre respuestas sobre el terreno de juego, habla más cuando manda desde el banquillo, que cuando le ponen un micro delante. El técnico del FC Barcelona tiene la costumbre de devolver los dardos que le lanzan los periodistas en rueda de prensa, unos medios acostumbrados al muro que planta Luis Enrique, en forma de evasivas, de hacer ver que todo está bien, de halagar a aquellos con los que los aficionados y la prensa se ceban – sirva como ejemplo la defensa a ultranza de Dani Alves o Pedro, cuando no han atravesado sus mejores momentos en el club.

La estrategia de echar balones fuera, cuando se le preguntaba por la crisis en el bando, e incluso la manera de halagar el trabajo de Eusebio Sacristán, con un filial que se tambaleaba desde comienzo de campaña, dejaron en apenas humo lo que muchos intentaban hacer ver como un equipo en llamas.

Road to Berlín

El asturiano tiene un carácter fuerte que le ha servido para erigirse de lo que pudo haber sido un fracaso, y tras sembrar las dudas por el juego del equipo, los azulgranas han logrado colocarse en la final de Copa del Rey, para medirse al Athletic en un escenario todavía por conocer, y en cuartos de final de la Champions, donde le espera el PSG de Zlatan, penúltimo obstáculo en el camino hacia Berlín.

El Barça de Luis Enrique es también líder en Liga, con cuatro puntos de ventaja sobre el Real Madrid, del que se deshizo este domingo en el Camp Nou, en uno de los mejores clásicos vividos en los últimos tiempos. Las decisiones del asturiano han sido clave en la evolución de este Barça, aprendió de sus propios errores, fue exigente consigo mismo antes de serlo con el resto, el resultado salta a la vista.

La distribución de minutos, el rendimiento que logró sacar de un jugador ofensivo como Iniesta en labores defensivas, las alas que le supo dar a Messi para volar libre, para que incluso en días de sombra el argentino pudiese, sin brillar, tirar del carro y resolver partidos. La moral que le dio a Alves, cuando más lo necesitaba. 

Todo vino de la mano: el fútbol vertical acompañó finalmente a la posesión de balón de la que tanto presume el club en todas sus categorías, la hizo efectiva con sus veloces salidas al contragolpe, con los cambios de ritmo, con las jugadas de estrategia y esos saques de esquina en los que Piqué siempre está alerta.

El equipo encara la recta final de temporada en la mejor forma posible, con Luis Suárez espléndido, con Neymar en su punto, y Messi, siempre insuperable incluso en los días en los que no llega al 60% de su capacidad, el MSN que sin la mano de Luis Enrique quizá no sería lo mismo.