Cuando Luis Enrique llegó al Barcelona, se hizo la luz para los aficionados azulgranas. Por fin. Al fin iban a tener otro Guardiola en el equipo. Tras una temporada tosca ensombrecida por una serie de catastróficas desdichas que dejó las vitrinas del museo vacías, la hinchada sólo quería un sustituto del hombre que les había apadrinado en un momento oscuro y les había catapultado a la envidia mundial.

Huérfanos desde hacía dos temporadas, se aferraban a esa idea de un posible padre adoptivo que les apadrinara y les volviera a llenar de ilusión. Ése era Luis Enrique, quién si no. Era lógico, dos trayectorias completamente iguales. Dos ex jugadores que fueron capitanes, que compartieron vestuario. Que se convirtieron en entrenadores del mejor filial en los últimos tiempos y que luego se hicieron con el banquillo del primer equipo. Era él, tenía que ser él.

Si bien se recibió a Tata Martino con un escepticismo de quién no sabe qué tiene delante, el asturiano tuvo el apoyo de afición y entorno desde antes de empezar a entrenar. Todo eran fiestas en la Ciudad Condal. Y entonces empezó la temporada.

Llegaban los resultados, pero no la convicción. ¿Qué pasaba? Algo fallaba. Estaban todas las piezas del engranaje, el reloj daba la hora, pero alguien se había dejado las agujas. El “sí, hemos ganado, pero...” estaba en la mente de todo culé crítico que ha tenido un padre que lo ha consentido y de repente se ha independizado y lo ve todo de otro color.

Cuestión de matices

Ahora, a punto de cerrar el curso, en un mes en el que se decidirá el todo o nada. El materializar los récords en forma de títulos, el éxito o el fracaso. Es ahora cuando el aficionado puede echar cuenta de lo que prometía Luis Enrique y lo que finalmente fue. Si bien es cierto que en registros son significativamente mejores con lucho como director de orquestra que con Guardiola, los parecidos han resultado más dispares de lo que parecían en un principio. El objetivo sigue siendo el mismo, claro: ganar. Pero ahora el hincha caprichoso quiere el matiz del juego.

El ‘culé’ común se encontró cómodo siendo la envidia del mundo entero, tras años de penurias y de ser el objeto de las burlas del fútbol mundial. Ahora por fin había encontrado una sinfonía que le identificara, era lo que le representaba, y lo último que quería perder. Y el técnico asturiano quiso venir con esa idea: jugar al ataque, tal y como hizo su antecesor.

Mientras el Barça de Guardiola danzaba al son de los violines del ‘Viva la vida’ de Coldplay, el de Luis Enrique aún no ha encontrado su melodía

Pero mientras el Barça de Guardiola danzaba al son de los violines del ‘Viva la vida’ de Coldplay, el de Luis Enrique aún no ha encontrado su melodía. ¿Por qué? Se preguntaba el hincha exigente. Algo había cambiado. Los registros eran mucho mejores, se había mejorado claramente a balón parado, la gran asignatura pendiente del entrenador de Santpedor. Entonces, ¿qué era?

Ah sí. La zona medular. Luis Enrique reforzó una defensa que se había convertido en un coladero y el club apostó por una delantera que protagonizara las pesadillas de todas las zagas del mundo. Y lo logró. Efectivo en la retaguardia y fuerte delante, eso fue suficiente para ganar partidos. Pero si Xavi e Iniesta se convirtieron en magos del balón durante la época dorada del Barcelona, si se hizo del centro del campo la bandera del barcelonismo, los dos interiores vieron como su magia se convirtió en ir viendo pasar balones de abajo arriba mientras se limitaban a trotar por el verde. Se había marchado la zona de creación, la zona de máquinas del equipo. Pero el cuadro catalán seguía ganando. Eso les llevó, incluso, a ganar al contragolpe en el Calderón contra el Atlético, máximo representante de este estilo antagónico a la Masía.

Registros

Como se ha comentado anteriormente, los registros de Luis Enrique, sin embargo, siguen siendo superiores a los de colega en su primer año. Echemos un vistazo. En Liga, los azulgranas se proclamaron campeones a falta de dos jornadas para el final con 87 puntos, los mismos que suman a día de hoy el equipo a falta de tres partidos para el cierre de la competición regular. Además, a pesar de ganar frente a la Real Sociedad, tampoco podrían ser matemáticamente los vencedores del curso. Por si fuera poco, los del asturiano cosechan la friolera de 105 goles a favor por 19 en contra antes de terminar, mientras que la generación del triplete sumó 105 también y encajó 35.

En Champions, las cifras se asemejan más pero con un ligero matiz. Pep no fue capaz de ganar en ninguna de sus visitas en la fase de eliminatorias mientras que lucho no se ha dejado vencer como visitante. Finalmente, en la Copa del Rey, el actual técnico llega invicto a la final con 32 goles a sus espaldas y 5 en cuenta negativa, mientras que el entrenador del Bayern sumó 7 victorias y 2 empates, con 16 goles a favor y 6 en contra.

Estadísticas que dan como claro ganador al asturiano. Eso sí, si es capaz de dejar las vitrinas del museo igual que un técnico que con menos, lo consiguió todo. Es una cuestión de matices, de detalles que marcan la diferencia. Como dijo el periodista Ramon Besa, “Guardiola y Luis Enrique podrían ir al mismo restaurante y pedir platos diferentes”. Antes los aficionados se acostumbraron a comer caviar, y ahora les toca cambiarlo por el jamón de jabugo. Cuestión de paladares. O de hambre. 

VAVEL Logo