Tra la enésima exhibición de Leo Messi y a la luz de los acontecimientos viene a bien recordar una anécdota del fútbol argentino en la que el Bichi Borghi contaba sobre un partido que tenían que jugar contra Independiente. En la semana previa al choque José Yudica, su entrenador, les estaba dando pautas de cómo marcar y defender a diversos jugadores, pero el bueno del Bichi se percató de que Yudica no mencionaba en ningún momento al Bocha Bochini. Y entonces Borghi le conminó a Yudica: ¿Y del Bocha no nos decís nada Mister? A lo que Yudica respondió: No, con Bochini hagan lo que puedan muchachos, con Bochini no se puede, no se preocupen demasiado porque no hay forma de marcarlo.

En esencia es un poco lo que ha pasado con Leo Messi, cuando el rosarino está bien, que ha sido durante prácticamente toda su carrera, excepción hecha de seis meses del pasado año en el que le pasaron factura problemas físicos y personales, es imparable. Messi como decían de Bochini, es un marciano que ha estado disfrazado de jugador de fútbol durante muchos años y uno de estos años volverá a su planeta a bordo de la Enterprise de su pierna izquierda cargada de goles, cinturas y caderas rotas.

Sin ver ni escuchar nada más... Eso es Messi, la armonía atómica, a Leo siempre se le espera y lo mejor que tiene es que casi siempre aparece

Guardiola le conoce bien y en el choque ante el Barcelona, a diferencia de Yudica, marcó unas pautas muy claras y planteó un plan estratégico para evitar que el argentino recibiera la pelota cómodo, elevando una consigna de alto riesgo, en la que por nada del mundo Leo debía recibir el cuero a pocos metros del área. Pero resulta que Messi siempre encuentra el resquicio por donde colar su duende y en mitad de un campo minado alemán abrió el marcador y fabricó una obra de arte. Porque el segundo gol es quinta esencia del duende, como si en mitad de una guerra aparece el repartidor de musas para detenerla y poner paz.

Porque a veces parece que Messi es un niño que se negó a crecer y se empeña en seguir demostrándonos que el fútbol es un juego, un Peter Pan de la pelota con una pierna izquierda de campanillas. Un duende, un hombrecillo verde de orejas puntiagudas, el mito silente que habita en los imposibles, que sortea quimeras que caen a plomo como enormes secuoyas. Como decía Paco Umbral “hay pueblos de dioses y mitos aguerridos, indesmayables y musculados. Pero hay otros pueblos que se entregan a los dioses evanescentes, sufridores, débiles y poéticos…”.

Porque el segundo gol es quinta esencia del duende, como si en mitad de una guerra aparece el repartidor de musas para detenerla y poner paz

Ese inaudito, invisible, saber que es sabor del tiempo presente, esos momentos en los que está delante del defensa y de repente se convierte en aire, en lámina, en mirada. Solos el zaguero y él. Sin ver ni escuchar nada más...Eso es Messi, la armonía atómica, a Leo siempre se le espera y lo mejor que tiene es que casi siempre aparece. Porque con Messi noventa minutos no bastan, queremos más.

Según todos los indicios, solo existe un Messi en el mundo y todo lo demás es accesorio. De todos los ismos de las últimas dos décadas, Leo es el de mayor talento y duración por ser irrepetible. Juega con la emoción, con el genio, practica el fútbol fundamental y solo después de un gol decisivo se permite el adorno y la ensoñación. Porque para Messi no era un partido más, sino que era el partido. El partido ante Pep, el partido ante aquellos alemanes con los que tuvo pesadillas tras la final de la Copa del Mundo. Era Neuer y su última quimera…y es que con Messi no se puede, no hay táctica posible.