Decía Gerard Piqué hace justo un año que varios compañeros, entre los cuales se incluía, habían acabado con ganas de vomitar tras la primera sesión de entrenamiento de Luis Enrique al frente del Barça. Y es que el cambio de filosofía no pudo ser más radical. El equipo había caído en las tentadoras garras de la autocomplacencia tras haberlo ganado todo en la época de Guardiola y Tito Vilanova. La cultura del esfuerzo desapareció de la mano de un Tata Martino que nunca fue capaz de controlar a un vestuario lleno de estrellas y campeones del mundo. El resultado fue un año en blanco. Un 2014 para olvidar en el que, para más inri, el eterno rival se alzó con la ansiada Décima y una Copa ganada al propio Barça. 

Lo del Mundial de Brasil tampoco fue producto del azar. La base de la Selección española campeona del mundo y bi campeona de Europa entre 2008 y 2012 ya avisaba de su debilitamiento progresivo desde la final de la Copa Confederaciones de 2013. Y en esa base, destacaban por encima de todo unos jugadores que venían sin apenas competir durante toda la temporada: Gerard Piqué, Jordi Alba, Sergio Busquets, Xavi, Iniesta, Fàbregas y Pedro. La hecatombe fue de dimensiones inesperadas y supuso un punto de inflexión para todo el mundo, en especial para jugadores como Gerard Piqué. El jugador catalán afirmó al inicio de la pretemporada de 2014 y tras el duro año vivido en el Barça y en la Selección que su objetivo volvía a ser situarse entre los tres mejores centrales del mundo. Es por ello que no dudó en hacer comparaciones a los métodos empleados por Martino y Luis Enrique a lo largo de la pretemporada y durante la temporada en sí.

Si bien es cierto que no se le puede echar toda la culpa al técnico argentino del mal año vivido en Barcelona, lo cierto es que sus métodos de entrenamiento y de preparación física tan fundamentales a día de hoy en el fútbol moderno, dejaron mucho que desear. Varios integrantes de la plantilla llegaron a asegurar con cierta incredulidad que las sesiones de entrenamiento apenas duraban una hora y que la intensidad de la misma era escasa, insuficiente para competir en un partido de alta exigencia como ocurrió ante el Atlético de Madrid, donde el Barça de Martino fue incapaz de ganarle en ninguno de los seis partidos disputados.

Al margen de esto, hay un dato muy curioso a analizar: Las pretemporadas realizadas por el FC Barcelona en los años de conquista del Triplete (2009 y 2015). Ambas se iniciaron con un cambio de ciclo. Ya no tanto de jugadores, sino de staff técnico. En el verano de 2008, bajaban las aguas revueltas en Can Barça. La moción de censura salvada por Laporta al límite dio paso a una reestructuración importante de plantilla y staff técnico. Figuras como Ronaldinho y Deco salieron para dar paso a Dani Alves o Keita, mientras Leo Messi se puso a los mandos bajo la tutela de su padre deportivo, Pep Guardiola. La apuesta fue tan arriesgada como vital para comprender el devenir más glorioso del Club. 

Durante ese verano no hubo Giras, ni pantomimas basadas en múltiples actos publicitarios. La pretemporada se realizó en un paraíso inmejorable donde sólo se respiraba fútbol. Saint Andrews, Escocia, fue testigo de excepción de cómo se comenzó a curtir el equipo eterno de los 6 títulos. Cada minuto, cada segundo de cada entrenamiento fue preparado a conciencia por Pep Guardiola y su equipo de trabajo. Puliendo cada detalle, cada gesto, imprimiendo máxima velocidad e intensidad en los ejercicios, combinando la precisión con la perfección en espacios reducidos de 30 metros. Así se formó un equipo único e histórico, abanderado por el mejor jugador de la historia. Un legado que, seis años más tarde, todavía conserva esa esencia de campeón y busca repetir la gesta única del pleno al seis.

El verano de 2014 trajo muchas similitudes al de 2008. Seis años después, el Barça se había quedado sin ninguno de los tres títulos importantes. Se auguró, esta vez sí, un cambio de ciclo. Se pensó (o algunos quisieron creer) que aquel equipo jamás volvería al Olimpo del fútbol. Esta vez no fue Guardiola el que rescató al Barça de las garras de la autocomplacencia, sino un buen amigo suyo. Luis Enrique, todo corazón y pasión dentro de un terreno de juego, devolvió la cultura del esfuerzo a un equipo desangelado falto de un líder carismático. Le llevó su tiempo plasmar sobre el campo aquello que pedía, tanto que incluso tuvo sus encontronazos con pesos pesados del vestuario hasta el punto de haberle podido costar el cargo. Un Barça-Atlético de Liga fue el inicio de un final de temporada arrasador. El equipo que había sido verdugo de un Barça herido de muerte no hacía muchos meses, se convirtió en la inyección que necesitaba el equipo para coger la velocidad de crucero hasta la consecución del segundo Triplete. Un Triplete que, como la vez anterior, comenzó tras una temporada en blanco, con un cambio de entrenador, ciertos jugadores y un nuevo modelo de preparación física. Una preparación fisica cuidada al detalle donde tampoco hubo Giras ni 'bolos' absurdos. Una pretemporada meramente futbolística en St. George's Park, alejados del mundo, donde sólo importa una cosa: El fútbol.