El mayor talento de la última década salido de La Masía no tiene sitio en su casa. Aunque suene extraño, así sucede. Gerard Deulofeu, la calidad hecha jugador, no pudo triunfar en el Camp Nou ya que no le esperaron y, quizá, ni quisieron esperarle. Velocidad, toque, regate, explosividad, uno contra uno, desparpajo, gol... Deulofeu reunía, y reúne, todas y cada una de las cualidades que necesita un extremo para triunfar en cualquier club, menos en el suyo. O al menos eso es lo que le ocurre al de Riudarenes, que en ningún momento le dejaron triunfar en la Ciudad Condal.

Cuanta mayor es la expectativa que se crea cuando apenas se es un niño, más opciones se tiene de defraudar a los que no han seguido esa evolución pero que, de oídas, fueron formando una figura que, quizá, nada se asemeja a la realidad. En parte, eso le ocurrió a Gerard Deulofeu. El catalán fue siempre el mejor o, al menos, el que más destacada. Desde que llegó a La Masía cuando apenas era un crío hasta que disputó su último partido con el filial azulgrana, previo paso por el primer equipo, al que visitó en contadas ocasiones. Siempre fue el bueno, pero nunca quisieron que fuese el mejor.

¿De quién fue la culpa? De todos y de ninguno, se podría decir. Desde el primer entrenador hasta el último que tuvo, de sus compañeros, de las directivas y preparadores y, por supuesto, del propio Deulofeu. ¿Cómo corregir a un jugador que marca cinco o seis goles por partido? Una cosa así debieron pensar los preparadores del catalán, que guardaban esperazandos a que el siguiente en la cadena fuese quien corrigiera los defectos y potenciara las virtudes del menudo atacante.

Siempre fue el bueno, pero nunca quisieron que fuese el mejor

No sucedió, uno tras otro fueron quitándose el problema de encima, escurriendo el bulto, mientras el propio Gerard seguía bastándose de su innata calidad para hacer lo que mejor se le da, disfrutar con un balón en el pie. Apenas Pep Guardiola, quien llegó a entrenarle en solitario, u Óscar García fueron capaz de trabajarle, de mejorarle. La presión, la intensidad, el trabajo de equipo era algo que no salía, que debía entrenarse y de ahí nació su perdición. Hubo un momento, cuando ya estaba en la élite, que ya no podía irse de todos, ya necesitaba de apoyos pero, ante la falta de costumbre, su rendimiento fue bajando y, con ello, sus minutos. 

El club azulgrana no le quiso mejorar, quiso vivir de él, que lo hiciera todo como cuando era un niño, solo. Al no funcionar dentro, quisieron que lo mejoraran fuera pero las lesiones en Liverpool y los resultados irregulares en Sevilla le privaron de continuidad, de minutos, de confianza. Entre medias, una pretemporada como azulgrana. Con Luis Enrique, junto a su amigo Rafinha, apenas tuvo minutos y el técnico asturiano, en lugar de quedárselo y hacerle futbolista a su antojo decidió también que era mejor que lo mejoraran fuera, donde no había estado nunca, en el banco. 

El Barça solo quiso vivir de él, no mejorarle

Ahora, traspasado al Everton, lugar donde le fue bien hasta que las lesiones hicieron acto de presencia, Deulofeu ha encontrado a la afición que le quiere, que le espera y desea. Al entrenador que le mejora, que le cuida y le ayuda. El resultado es un jugador excelente, un futbolista brillante y que, al servicio, solo puede hacer cosas buenas, como las que está haciendo en Goodison Park y en la sub 21 española, donde además de ser un fijo para Celades, también es el capitán. Al fin y al cabo, Deulofeu solo necesitaba minutos y confianza, la calidad ya la tenía.