La filosofía de cantera del Barcelona, tan provechosa e inusitada dada la exigencia de no dejar nunca de ganar, tiene su reflejo en el Villarreal, un equipo cimentado sobre la misma doctrina y que ha dejado también gran cosecha de resultados, a una escala distinta a la del Barça. El submarino amarillo, al que ya le cantaban The Beatles mediada la década de los 60, ha afianzado un modelo sólido en lo económico al tiempo que atractivo y vencedor sobre el campo, presume de su vanguardista ideario y su perseverancia para no dejar de aplicar la misma medicina aun en los momentos más complejos, como el inopinado descenso de categoría en 2012, solo seis años después de que, paradojas del fútbol, un penalti torcido de Riquelme impidiera la coincidencia de catalanes y valencianos en la final de la Champions.

El capitán, Bruno, que fue reclamado por Del Bosque y recibió las tentativas de diversos equipos de nivel para dejar el submarino, resolvió quedarse en Castellón, ejemplificando el imperio de la paciencia que primó en la entidad una vez certificado su abandono de la Primera División, a la que regresarían tan solo un año después. El canterano, ídolo en Vila-real y paradigma de la política del club, ha servido de arquetipo para chicos como Trigueros o Mario Gaspar, quien tras el partido del domingo acudirá a la concentración de la Selección por segunda ocasión consecutiva, tras haberse estrenado, gol mediante, ante Ucrania. El Villarreal, realizando un ejercicio comparativo, podría ser una especie de Barça de bolsillo.

El equipo de Luis Enrique, aún lejos de divorciarse de la enfermería, afronta el compromiso con la mochila cargada de deberes. Por una parte, ganar y asegurarse el co-liderato antes del Clásico, con la esperanza asimismo de que el Madrid se deje plumas en su visita al Sánchez Pizjuán. Por otra, la obligación de cuadrar un rompecabezas que se enreda con el paso de los días; qué mejor que la recuperación de Iniesta para que Rakitic ocupe la camilla vacante, ubicada entre la de Rafinha y la de Messi, que aspira a despojarse del destartalado uniforme de enfermo para ataviarse con la camiseta blaugrana en el Santiago Bernabéu, aunque el estado de su rodilla será una incógnita presente hasta, probablemente, el mismo día del partido. 

El Villarreal podría ser una especie de Barça de bolsillo.

El doble pivote coge fuerza

El Barcelona salió el miércoles contra el BATE con una formación de 4-4-2, con Busquets, Sergi Roberto, Rakitic e Iniesta en la línea medular, anticipando el que podría ser el esquema elegido para neutralizar la línea de centrocampistas del Madrid en el partido del día 21. Sin embargo, la lesión del croata, que estará un mes fuera, obliga a Luis Enrique a desplazar a Mascherano desde la demarcación de central hasta la de pivote si quiere darle continuidad al invento. A Munir y Sandro, que no han anotado aún con la camiseta de rayas horizontales, les falta cuajo para encuentros de altos vuelos. La querencia del técnico asturiano por alinear el doble pivote, sobre todo en las citas más complejas, invita a pensar que no le temblará el pulso a la hora de plantarlo ante el Villarreal e incluso en el Bernabéu, en caso de no contar con el 10. El equipo de Marcelino, versado en el 4-4-2, cuenta con bajas sensibles en la retaguardia, como las de Bailly y Musacchio, centrales habituales. Gaspar, con papeletas para pasar al centro de la zaga a la vera de Víctor Ruiz, logró secar a Neymar desde su posición de lateral derecho durante buena parte de los seis duelos, sumando Liga y Copa del Rey, que contendieron ambos equipos la pasada campaña. En esta ocasión, el encargado de lidiar con el carioca podría ser el experimentado Rukavina, como ya sucedió en el partido de Uefa en Minsk. El centro del campo presente diversas opciones; solo parecen inamovibles Bruno y Trigueros en el eje, disputándose entre el revoltoso Castillejo y los canteranos blaugrana Dos Santos y Denis Suárez los dos puestos de banda. Arriba, Soldado, bigoleador en Minsk tras dos meses de sequía, busca acompañante entre Adrián, Baptistao y Bakambu. 

Paradojas del fútbol, un penalti torcido de Riquelme impidió la coincidencia de catalanes y valencianos en la final de la Champions.

La idea que dibujó Marcelino en los duelos de la campaña anterior tenía como principal baza el uso de la transición defensa-ataque, con Vietto y Cherysev explotando con su ligereza los espacios que acostumbra a dejar el Barça cuando se dispone a atacar. Aunque no consiguió rascarle puntos a los culés, le hizo cosquillas en el Madrigal (0-1) y pupa en el Camp Nou (3-2), donde logró el submarino ponerse hasta en dos ocasiones por delante en el marcador. En esa ocasión, compareció Messi con un disparo precioso a la red y Rafinha, titular siempre frente al Villarreal, para reactivar a un equipo que por aquellas fechas ya estaba en pleno apogeo. Para fortuna de los amarillos, ninguno estará para amargarles la tarde del domingo. 

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Javier Sámano
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