Hablar del derbi catalán es irse mucho más allá del fútbol. Tras 116 años de historia, los choques entre los dos equipos más importantes de la Ciudad Condal han dejado para el recuerdo multitud de historias. Anécdotas recopiladas una a una en las hojas de los libros y que, transmitidas de abuelos a nietos desde Vallbona hasta la Bordeta no han hecho más que engrandecer la leyenda y, a la par, una rivalidad única e imperecedera.

De regreso al fútbol, Espanyol y Barcelona vuelven a enfrentarse como ya es algo habitual en un partido decisivo en la lucha por la Liga. Situado en la cabeza con los equipos de la capital esperando el más mínimo error, los culés no pueden permitirse patinar en casa ante el vecino. Una derrota o un empate significaría ceder el testigo a los rivales, o lo que es igual, no depender de uno mismo con vistas a la última jornada. La situación, hablando en plata, motiva a los pericos. Poder arrebatar el liderato al Barcelona y ponérselo en bandeja a Real Madrid o Atlético es una sensación que gusta y que por Cornellá que aún se recuerda. Un sentimiento de esos que llena de felicidad al aficionado blanquiazul como el de nuestra siguiente historia.

La Liga del Tamudazo

La Liga de Fútbol Español se encontraba lidiando con el final de la campaña 06/07. Culés y blanquiazules se veían las caras a dos jornadas del cierre del telón en una situación parecida a la actual aunque, la cercanía con el final de temporada, concretamente una penúltima jornada como este mismo año, le daba, si cabe, un mayor toque dramático. Real Madrid y Barcelona lideraban la tabla de una Liga a la que aún no etiquetábamos con el término bipolar. Un Sevilla a tan solo dos puntos ofrecía la posibilidad de que otro equipo reinara en el duelo entre blancos y culés, una de esas ilusiones que actualmente solo un tal Simeone nos consigue moldear.

Empatados a puntos y con el goal average teñido de blanco, la penúltima jornada se preveía decisiva de cara al desenlace final en la disputa entre Real Madrid y Barcelona -los partidos ante Mallorca y Murcia respectivamente en la última jornada no parecían tener mucha historia-. El equipo madridista -entrenado entonces por el italiano Fabio Capello- visitaba a uno de los grandes del fútbol español por aquellos años, el Real Zaragoza de los argentinos Diego Milito y Pablo Aimar. Por su parte, como ya hemos mencionado, la visita al Camp Nou del eterno rival metropolitano hacían desconfiar del más joven al más antiguo de los socios blaugranas.

Tamudo anotando el primer gol del derbi Foto: fuerzaperica.com
Tamudo anotando el primer gol del derbi Foto: fuerzaperica.com

Tras un inicio complicado, las razones para el recelo azulgrana se verían colmadas con el primer gol perico. El que a la postre sería héroe de la Liga, Raúl Tamudo, adelantaba al Espanyol a los pocos minutos de comenzar el partido. Minutos antes de la llegada del descanso el Barca tocaba, y esta vez de forma literal, la Liga con las manos.

Una picaresca argentina al más puro estilo maradoniano desataba al público presente en el Estadi. Como ya hiciera meses antes frente al Getafe, el niño prodigio volvía a vestirse de Diego. Con su mano, una mezcla entre la mano de Dios y la mano de todos, el Barcelona acariciaba una Liga que inexplicablemente el destino, de forma cruel, le acabaría arrebatando. 

"Dos puñales dirigidos al alma de un equipo campeón que se desquebrajaba"

Sería en 18 segundos negros para el barcelonismo, aciagos. Un soplo. Menos de una veintena de segundos que pasaron entre el empate en la Romareda de Van Nistelrooy -era el segundo tanto de uno de los mejores delanteros madridistas de la última década que ponía el 2-2 definitivo en el marcador- y las tablas de Tamudo, también 2 goles a 2, a tiempo cumplido.

Dos puñales dirigidos al corazón, al alma de un equipo campeón de todo que, quién sabe, igual en ese preciso instante comenzó a desquebrajarse y a perder aquella inolvidable sonrisa que un brasileño apellidado Gaúcho había instalado, desde hacía ya tres años antes, en lo más alto.