Del ostracismo más absoluto a la brillantez más intensa. Del cuestionamiento constante sobre sus aptitudes al faro que ilumina de luz azul el rumbo del equipo. Pocos o nadie dudan ya a estas alturas de él. Se ha transformado. No queda nada. Ni un simple anhelo de aquel jugador que dejaba fríos a los aficionados del Getafe. Que parecía pasaría sin pena ni gloria por el club. Ahora comanda. Manda y lidera. Desde el eje. Moviendo el resto de manecillas a su antojo. Es Mehdi Lacen. Relojero, capitán del navío azulón.

El argelino tuvo una primera parte en la entidad que nunca terminó de enganchar. La portada de su libro estimulaba, pero capítulo tras capítulo quedaba la sensación de que faltaba algo que terminase de corresponder la fachada de su novela. Hasta que llegó marzo, el Coliseum floreció y Cosmin Contra llegó al banquillo. Fue un cambio actitudinal absoluto. Un cambio que supuso la inclusión de Lacen en el mediocampo azulón. Un cambio que supuso los galones que Lacen necesitaba para volver a sentirse futbolista. Un cambio que supuso la salvación de un equipo que estuvo con la soga al cuello y subido a la silla preparado para saltar.

Cualquiera que antes de un partido del Getafe trate de acertar la alineación lo tiene claro. Lacen y diez más. El argelino se ha convertido en pieza clave, en manija, en el hombre de mayor confianza del técnico rumano sobre el verde. Es su representación sobre el campo, quien más y mejor comprende lo que tanto le ha costado implantar. Es equilibrio, es dinamismo, es pausa cuando el equipo lo necesita y ritmo cuando ve que Yoda e Hinestroza comienzan a quemar la cal.

Foto: Liga BBVA.

Lacen estuvo herido, pero se lamió sus heridas y cicatrizó. Decidió aprovechar su oportunidad cuando le llegase. El resto una vez saltase al verde, correría de su cuenta. Se disfrazó de polivalencia y ahora no hay quien que le quite el disfraz. De hecho, cada vez añade un complemento más que engalanan su presencia. Empezó cumpliendo, y ahora ya es más que eso. La pregunta es quien será su compañero. Se presupone su presencia y rendimiento. Tanto defensiva, equilibrando a cada lado, como ofensivamente, oxigenando y dejando con ventaja para que Sarabia, Sammir y compañía jueguen con ventaja.

Es complejo comprender el sistema azulón a día de hoy sin el argelino. Michel, Juan Rodríguez, Sammir e incluso Diego Castro han formado en el doble pivote. Eran piezas, papeles que iban y venían tratando de que Lacen, pisapapeles azulón, se posase fuerte sobre ellos y los eligiera como pareja. Él se adapta a su compañero y mimetiza las virtudes de ambos para que el equipo funcione. No hace por brillar pero acaba sobresaliendo. No hace por destacar pero acaba haciéndolo. Técnicamente siempre había sido aseado, ahora incluso parece algo más fino físicamente. Camiseta, pantalón, calcetas y una mochila repleto de trabajo a sus espaldas para comenzar a defender la azulona cada fin de semana. Una rutina que disfruta, con la que hace disfrutar.

No busca focos. No lo hacía cuando jugaba y no lo va a hacer ahora. Lucha por perpetuar su nombre en el Coliseum, junto a los recordados por una afición que ensalza a quienes sudan y defienden la azulona por encima de todo. Tuvo que hacer frente a la mayor disyuntiva de su vida: arrojar la toalla o renacer de unas cenizas que estuvieron cerca de extinguirse en el aire. Eligió el camino apropiado y resurgió como un ave fénix, elevándose sobre el resto y erigiéndose en guía de un equipo que se asemeja cada día más a sus aptitudes. Sus lágrimas, como las del fénix, son curativas. Él renació de sus cenizas, como el Getafe, y ahora ambos vuelan juntos en el firmamento de la élite nacional.

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