Había cierto aroma de revancha antes del encuentro. Y eso, que sobre el papel, la última jornada del pasado curso, había ocurrido lo lógico. El Rayo se había dejado algo en el tintero, una mueca en la culata, unas ganas de triunfo que, hasta hoy, no habían saciado las seis victorias en siete partidos entre ambas escuadras. Venían los pupilos de Pablo Franco a sellar la permanencia más barata que recuerdan los aficionados más longevos hoy presente en Vallecas. Venían los de Jémez dispuestos a apurar sus opciones europeas. Y al final, pese a jugarse más unos, la lógica del fútbol acabó haciendo justicia.

Y lo hizo porque durante los primeros 45 minutos sólo hubo un equipo sobre el tapete inmaculado de Vallecas. Baena y Trashorras deambularon a sus anchas por la medular, Bueno encontró la espalda de Juan Rodríguez y Lacen siempre que la situación lo demandaba y por fuera, Embarba y Kakuta, con la ayuda de Insua y Tito, eran un puñal constante que acababa en la sien azulona. Ni Escudero, hoy extremo, era suficiente para frenar la sangría rayista por el flanco diestro durante el primer tiempo.

Y al final, tanto fue el cántaro a la fuente que, por fuera, por la autopista que tenían por la banda izquierda Embarba e Insua y la superioridad generada por la endeblez defensiva de Pedro León por allí, acabó llegó la recompensa. El fruto cayó del árbol maduro y la justicia inauguró el marcador. Fue Manucho, héroe y villano, ángel y demonio, quien de pronto te regala un gol al primer toque con un gran desmarque al primer palo que una cesión a sus defensas que altera las pulsaciones de toda su hinchada, quien subió el primero al electrónico. Defensa pasiva, movimiento en carrera y definición con algo de fortuna. Fiel reflejo de lo que acontecía. Realidad enmascarada de un guión que el Getafe nunca terminó de comprender.

De ahí hasta el final del primer tiempo los locales se encargaron de dominar el choque. Frustrando a los de Pablo Franco. Pisando el acelerador cuando el partido lo requería, recitando un soneto si la cosa tenía más ritmo del necesario. Las caras de los jugadores del Getafe expresaban frustración. La de verse totalmente a expensas del rival. La de sentir que, sin nada del otro mundo, con un fútbol control que ya es seña de identidad de Vallecas, no tenían mucho que hacer.

El descanso, Aquino por Embarba mediante, cambió la cara al choque. Al menos en intensidad. Avisó el Rayo, cómo no, por fuera con dos centros que apuró a rebañar Alexis. Acto seguido, empezando a jugar al azar, dibujando un escenario de idas y venidas que el Rayo aceptó con los ojos cerrados, el Getafe tuvo su opción más clara. Escudero, cuyo experimento duró sesenta minutos,  golpeó de fuera del área, Cobeño no atajó y Pedro León, sólo, en boca de gol, no acertó a golpear el balón con precisión facilitando la intervención de un meta que poco o nada tenía que hacer si el disparo hubiese sido certero.

A partir de ahí, el Getafe se adueñó del esférico. Más bien, el Rayo quiso que así ocurriese, pues los locales seguían dominando el tempo del choque. Los de Jemez empezaron a ver en los espacios una vía de ataque que no suponía riesgo, que le ofrecía muchísimos metros y que el Getafe no supo defender en ningún momento. Ni cuando tras un saque de falta, y con el balón ya dentro de la portería, el juez de línea levantó el banderín y anuló lo que podía haber sido el empate de Sarabia.

Para ese momento la ruleta ya había decidido pararse en el rojo y blanco de los locales. El oasis a la espalda de los mediocentros del Getafe era una constante. Más si cabe, cuando Zé Castro empezó a desengancharse en ataque y generar superioridades por dentro. Y al final, pasó lo que tenía que pasar. Además, con unos tintes de tragedia que ni el mayor enemigo azulón podría haber imaginado. Sarabia perdió en salida, Trashorras recibió el regaló, le puso el lazo y lo envió para que Miku, ex del Getafe, odiado y querido a partes iguales por el Coliseum, recibiese, orientase y golpease duro y seco haciendo imposible la estirada de Guaita.

Fue el punto y final a un naufragio al únicamente va a mantener a flote las malas prestaciones del resto de navíos. Pozuelo pudo sentenciar, Kakuta terminó por convertir en títeres a los zagueros azulones y Trashorras de poner la pausa que el partido necesitaba para morir plácidamente, futbolísticamente hablando, pues Roberto Lago y Aquino fueron expulsados tras enzarzarse, en una Vallecas que despedía al grito de The Final Countdown a los suyos. Fue la demostración de la diferencia que hay entre ambos equipos. La ilusión frente a un reloj que corre muy lento para los de Pablo Franco. La justicia del fútbol. Su lógica. La dosis de realidad del Rayo al Getafe.