Babin se elevaba por encima de la defensa del Deportivo de la Coruña y de un certero testarazo rubricaba la remontada. Hasta el lejano agosto hay que viajar para recordar el último gol y la única victoria del Granada en casa. El verano daba sus últimos coletazos cuando el cuadro nazarí obtuvo su anterior triunfo. Fue en Bilbao con un solitario gol de Córdoba. El esfuerzo memorístico que hay que realizar para revivir buenas sensaciones es demasiado grande. Hasta ahora el crédito de Joaquín Caparrós había servido para frenar los ataques de ira del respetable. Sin embargo, el caché del utrerano comenzó a tambalearse el lunes pasado con la primera gran bronca de la temporada.

El primer mes de competición fue esperanzador. Los más osados soñaban con Europa. La comunión entre equipo y afición era total. Todo ello sustentado en una fe absoluta en el entrenador más veterano de nuestro fútbol. La dinámica empezó a cambiar tras el éxtasis que supuso el asalto al Nuevo San Mamés. El equipo contragolpeador de ideas claras que se vislumbraba a principio de Liga, se convirtió en un combinado con mucho músculo y enormes carencias futbolísticas. Quien con la llegada de Caparrós esperara un juego preciosista, pecó de un gran desconocimiento. Los indudables éxitos del andaluz siempre se han basado en el orden, el juego directo y la eficacia. El problema del Granada es que esos pilares tampoco se reflejan en el campo. En Vigo ese sello se vio por momentos pero faltó profundidad y acierto. Para el choque con el Almería, el técnico complació la gran demanda de la grada y la prensa. Aunque futbolistas como Javi Márquez siguen condenados a la suplencia, Caparrós introdujo talento en detrimento de físico. La vuelta al once de Piti y Rochina supuso más dominio y llegadas. Todas ellas fueron estériles. Los nazaríes se mostraron incapaces de batir al meta almeriense pese a jugar casi cuarenta minutos con un hombre más. Esta fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de unos seguidores que despidieron al equipo entre pitidos y pañuelos.

La relación entre Los Cármenes y su entrenador parece atravesar una crisis. Si es pasajera o no, lo decidirán los resultados venideros. La calma y confianza de Quique Pina jugarán un rol clave. El murciano no se caracteriza precisamente por tener una excesiva paciencia con los inquilinos del banquillo. Desde su llegada a la capital de La Alhambra, tan solo Abel Resino y Lucas Alcaraz se marcharon sin ser destituidos. El técnico granadino, permanentemente cuestionado por gran parte de la afición, bordeó en varias ocasiones el abismo. El fantasma de las experiencias de Caparrós en Villarreal y Mallorca, sus únicos fracasos, vuela sobre las mentes de los aficionados rojiblancos. Los dos próximos encuentros contra Sevilla y Valencia fomentan la incertidumbre. Muchos incluso se preguntan si se comerá el turrón bajo el cobijo de Sierra Nevada. El domingo el utrerano vuelve a casa, al escenario donde cimentó su buena y merecida imagen: al Sánchez Pizjuán. Él, a diferencia de Alcaraz, sí que es un profeta indiscutido en su tierra. Nervión puede ser el marco perfecto para recuperar parte del crédito perdido.