En términos generales se puede comparar el paso de Juan Ignacio Martínez por el banquillo del Levante UD con el transcurso breve pero intenso de una estrella fugaz por el firmamento. La marcha de Luís García, artesano del último ascenso y de la permanencia, provocó la búsqueda de un nuevo técnico que continuara afianzando a la institución azulgrana como un equipo de Primera y no como un sufridor de la inestabilidad de los continuos descensos y ascensos; algo que, dada la complicada situación económica del club, se presentaba como un objetivo vital. Pues bien, ese nombre que tantos minutos de reflexión quitó a Manolo Salvador no fue otro que el de Juan Ignacio Martínez. Un técnico sin experiencia en la máxima categoría pero al que le avalaban sus buenos resultados con el Cartagena en Segunda.

En su primera campaña, el alicantino sorprendió a propios y extraños. Aquel humilde equipo formado por jugadores y no por estrellas, con un presupuesto irrisorio y con la ilusión y el trabajo duro por bandera, tenía como destino una salvación sufrida; pero el viento sopló más de lo esperado y aquel velero de papel se transformaría en un navío férreo defensivamente y letal en sus contraataques con un capitán marfileño de nivel en la proa como gran motor: Arouna Koné. Dirigir la mejor campaña de la historia de los granotas llevándolos a su primera clasificación europea supuso su aparición en el cielo de Orriols como un fogonazo de luz que iluminó las tinieblas de un peligro de desaparición no muy lejano en el tiempo. El problema fue que, con el correr desenfrenado de las agujas del reloj, esa metafórica estrella fugaz acabaría desvaneciéndose.

Juan Ignacio Martínez brilló tan pronto como se desvaneció

Miles de levantinistas la presenciaron en su máximo esplendor aquel día de verano en el que el Athletic de Bielsa visitaría un Ciutat de Valencia repleto, tanto que se hubiera podido llenar hasta el Mos del tio fotut de haber sido posible. La vieron situada bajo el techo de Tribuna guiando con sus órdenes y decisiones a los suyos hacia la participación en la Europa League y le pidieron, como deseo, repetir gloria en el nuevo año futbolístico que se iba a presentar al finalizar el periodo estival.

Finalmente el verano pasó y la 2012/13 se presentó como una de las campañas más emocionantes de la decana historia del Levante UD. Tres competiciones se iban a disputar, los mejores equipos del panorama europeo pisarían el césped del templo granota y todo saldría rodado en el primer tramo de campaña. Los pupilos de Juan Ignaciopasaron por encima del Motherwell en la fase clasificatoria y lograron pasar de la fase de grupos en la Europa League. En Liga, cuajarían una notable primera vuelta colocándose cerca de los puestos Champions y en Copa remontarían la primera eliminatoria contra el Melilla y, como punto negativo, comenzarían la próxima frente al Zaragoza con un 0-1 en contra,

Los turrones se les atragantaron

Con todo esto como precedente y centrando la mirada en el 2013, los turrones de aquella Navidad no sentaron bien a los granotas. Los maños acabaron de rematar el pase y la eliminación del Levante en Copa, en Liga nada sería igual e irían de mal en peor mientras que en Europa League, como nota discordante y tras la alegría de vencer la eliminatoria frente al Olympiakos, el Rubin Kazan acabaría con una más que correcta primera participación. El resplandor fue desvaneciéndose poco a poco y dejando, más allá de los resultados, un profundo problema en Orriols.

Juan Ignacio tuvo que controlar un vestuario compacto con futbolistas arraigados en el club como Juanfran, Ballesteros, Iborra y Juanlu, entre otros, que aportaban una estabilidad y unión crucial en él y, aun así, cuando la cosa se puso fea, no supo manejar el asunto, que se le fue de las manos. El equipo no levantó cabeza en toda la segunda vuelta apenas, y el escándalo del supuesto amaño del encuentro contra el Deportivo acabó de precipitar al club. Aquella consistencia y familiaridad típicas se transformaron en malas caras y situaciones tensas. Por suerte para el Levante, el colchón de puntos logrado en el primer tramo y los pocos que logró en el último, sumados, fueron suficientes para lograr una cómoda permanencia. Pero el calor veraniego se presentó con vientos de cambio.

Aire fresco

La situación era insostenible: una plantilla quebrantada y dividida que se sanó cortando de cuajo. Las salidas de Barkero, Juanlu, Juan Ignacio Martínez y Ballesteros, entre otros, y una multitud de incorporaciones, comportaron una regeneración importante, un nuevo y distinto proyecto, el comienzo de otra era, que iba a ser dirigido por un carismático entrenador, Joaquín Caparrós.

A diferencia de su antecesor, el de Utrera se encontraría con un equipo que había perdido a uno de sus grandes ejes, Sergio Ballesteros, y a parte de los jugadores más veteranos dentro del club. En antiguos tiempos el puzzle empezaba medio hecho ya que los Juanfran y compañía eran como imanes que involucraban fácilmente a los nuevos, pero el rompecabezas de Caparrós era prácticamente nuevo y encontrar el encaje ideal no era tarea de un día. Menos aún con la salida in extremis de Iborra. A pesar de todo, y obviando el descalabro en el Camp Nou, el equipo fue sacando resultados positivos que le permitieron volver a coquetear, por momentos, con los puestos europeos.

Fútbol resultadista

Los puntos llegaron pero las opiniones no eran del todo unificadas. Unos se conformaban con lo logrado y otros añoraban al Levante luchador de años anteriores y que con tantos cambios había perdido su esencia pero no su eficiencia. El problema fue que, esta vez, el primer trimestre no terminaría como el camino de rosas de campañas anteriores y los granotas, que solo habían sido derrotados por Barça y Madrid, iniciarían su declive en la fecha número 12. Aquel duro varapalo en forma de tanto de Piti en el descuento para que el Granada saqueara los tres puntos del Ciutat, precedió a una mala racha de cuatro derrotas consecutivas.

La cara positiva del asunto llegó tarde pero a tiempo. El Elche visitaría Orriols y volvería con las manos vacías ante un 2-1 a favor de los locales que volvían a creer y a conocer el sabor del triunfo. Una degustación a la que dieron extensión con una goleada en Copa para afianzar la clasificación a costa del Recre para la siguiente eliminatoria, y mediante un partido memorable en el Calderón. Se despidió el año con un 3-2 en contra pero reencontrándose con el Levante más batallador e intenso de lo que va de curso y que pudo plantarle cara a todo un Atlético de Madrid.