Si uno pasa por el Ciutat de València aproximadamente dos horas antes de un partido, es fácil que se encuentre con una multitud de más o menos cincuenta personas, en su mayoría jóvenes, que se agolpan entre la entrada del aparcamiento y la Tenda Granota.

En ese momento se acercan un chico y una chica que centran la atención de toda esta marabunta. Ella comienza a pasar lista mientras él reparte acreditaciones. Uno a uno, los que han sido nombrados van pasando el control de la valla y reuniéndose al otro lado. Cuando están todos, siguen a los dos que llevaban la voz cantante y entran por la zona de tribuna.

El estadio es en ese momento un hervidero de empleados que van de un lado a otro trasladando material y género, que se esfuerzan montando las barras, colocando las cajas registradoras, las cámaras frigoríficas, las bebidas. Todo. Faltan minutos para que se abran las puertas y tal vez los más puntuales quieran tomar ya algo en sus asientos; para ello, es imprescindible que todo esté a punto.

Es como entrar dentro de una fábrica a pleno funcionamiento, pero aquí no hay maquinaria, ni se produce nada material… Aquí se fabrican ilusiones.

El grupo bordea todo el estadio, pasando por Gol Orriols y Grada Central, hasta llegar a la sede de la Delegación de Peñas. Allí, en la sala de juntas, toman asiento y esperan que empiece la reunión. Hay muy buen ambiente entre ellos, casi todos se conocen. Algunos son nuevos, pero encajan en seguida.

Al momento, a Chevi y Diana –la pareja de las acreditaciones del principio– se les une Diego. Ellos son los coordinadores. Se hace el silencio y comienza el reparto de petos y tareas. Esta vez son menos que de costumbre, por lo que habrá que optimizar el cuadrante. Previamente, los nuevos voluntarios han recibido en su dirección de correo electrónico el manual de procedimientos, que deberían haber ojeado antes de venir.

Como siempre, un buen número de ellos se dedicará a las tareas de consigna. Cuando algún aficionado acude al estadio con alguna pertenencia no permitida por el reglamento (como el casco de la moto), ellos se lo guardan hasta el final del encuentro.

Otros se encargarán de la recogida de tapones solidarios. Por seguridad, los aficionados no tienen permitido acceder a las gradas con botellas cerradas, deben quitar el tapón. Pero éste no se desecha. Los voluntarios los entregan a la protectora de animales FELCAN, cuyo fin es construir un nuevo refugio, más grande y con mejores dotaciones. Los aficionados pueden también traer sus bolsas y entregarlas allí.

El grueso de efectivos se destina a vomitorios. Su función es algo similar a la de los antiguos acomodadores: informar a los aficionados de dónde se encuentra su asiento, o los baños, las barras, etc. Pero también va más allá. En simbiosis con los vigilantes de seguridad y Protección Civil, controlan que no se produzcan aglomeraciones en las escalinatas y bocanas de acceso a las gradas. Y su actividad no queda ahí, a todo ello se le añade facilitar el acceso a personas mayores y discapacitadas.

Otra de sus tareas es acompañar y cuidar a los niños que el club invita al estadio. El Levante, dentro de su campaña para convertirse en el equipo de los niños valencianos, invita a un par de colegios cada partido, y los niños de estos colegios saltan al césped en los momentos previos para saludar a la afición. Luego presencian el encuentro como aficionados. Los voluntarios se encargan de estar pendientes de ellos y acompañarles en su paseo triunfal por el verde granota.

Eventualmente, los voluntarios se encargan también de otras funciones, como realizar encuestas y otros trabajos. Esta vez tocaba una encuesta sobre la emisora oficial de la entidad. Cada uno de los destinados a ello debía encuestar a cuarenta personas durante los momentos previos al choque y el descanso.

Una vez que cada uno tiene clara su función, se empiezan a dispersar y ocupan sus respectivos puestos. Al inicio apenas tienen que hacer nada, pero a medida que va llegando la gente se empieza a entender lo necesarios que serían los voluntarios de no estar ahí. Se trata de una maquinaria perfectamente engrasada y puesta a punto al milímetro, que descarga en gran medida el trabajo de los demás efectivos presentes en un evento de estas magnitudes.

Desde el minuto 10 ó 15 pueden permitirse un descanso, puesto que ya está toda la afición dentro del campo y acomodada en sus respectivos asientos. Ahora toca merendar. Reponen fuerzas con un bocadillo o un trozo de coca de tomate y un refresco o un agua pagados por el club, y suben de nuevo a la grada a presenciar el partido, sin perder el ojo a cualquier espectador que pudiera necesitar de su ayuda.

Cinco minutos antes del descanso regresarán a sus puestos donde estarán hasta el minuto 10 del segundo tiempo, aproximadamente. Entonces podrán descansar de nuevo y ver el partido hasta el minuto 80 u 85, en que tendrán que regresar a sus respectivas posiciones para controlar el momento más delicado: la salida masiva de espectadores. Aquí es crucial tener los ojos bien abiertos y controlar que nadie tropiece o caiga, y si lo hace, actuar con rapidez.

Lo hacen por orgullo, por satisfacción, por el gusto de formar parte de la entidad y vivir el fútbol desde dentro

El estadio queda desalojado en unos minutos, sin incidentes. Todos vuelven a la sede de la Delegación de Peñas a recoger sus cosas, donde antes de irse a casa charlan un poco y ponen en común sus experiencias y sensaciones de la jornada. Es ahora cuando salen las anécdotas.

Por ejemplo, cuando vino a jugar el FC Barcelona, había un señor Suizo que venía con sus hijos, pero tenían entradas separadas. El hombre no sabía hablar español ni inglés y fue difícil entenderse con él, pero al final se consiguió y además se les pudo reubicar a todos juntos.

Otra vez, en un partido a las 12 de la mañana, la temporada pasada. Acababan de abrir el estadio y no había nadie. Empezó a sonar el famoso Gangnam Style y, como se aburrían, varios de ellos se pusieron a bailarlo. “No tenían nada que hacer”, comentaba uno de ellos. Al día siguiente salieron en todas las televisiones. Por lo visto, los cámaras de televisión tampoco tenían nada mejor que hacer en ese momento, con el estadio aún vacío y sin jugadores sobre el tapiz.

Se trata de una actividad en la que se conoce a mucha gente. Además, gracias a ello han tenido la oportunidad de codearse con varios jugadores y hasta compartir una comida con el míster, Joaquín Caparrós. Incluso llegaron a fotografiarse con éste y con la plantilla.

También salen viejos momentos, como el trabajo realizado durante la Europa League la pasada temporada. Las exigencias de la UEFA obligaban a variar el procedimiento y aquellos voluntarios que poseían mejor nivel de idiomas fueron destinados a las zonas de tribuna y grada visitante.

Pero el Ciutat no sólo ha acogido a espectadores extranjeros en competición internacional; empieza a ser frecuente encontrarse con supporters llegados desde multitud de países. Y es que el conjunto azulgrana cada vez despierta más simpatías fuera de nuestras fronteras.

Recogen tapones para la protectora de animales FELCAN

Cabe destacar que la organización y la forma de funcionar de los voluntarios del Levante se inspira en la de sus homólogos del Atlético de Madrid. “Es el grupo más antiguo, el más numeroso, dotado con los mejores medios y el más organizado”, comenta Chevi, el coordinador principal de los voluntarios del Ciutat.

Ambos colectivos están hermanados y mantienen una relación constante –al igual que los dos clubes y sus aficiones– y, a su vez, Albacete y Recreativo de Huelva forman parte también de este hermanamiento. De hecho, ya se han realizado varias convivencias entre los voluntarios de los cuatro clubes.

Además, el día que el Levante jugó en el Calderón, los voluntarios levantinistas acudieron como espectadores invitados por sus homólogos y en el partido de vuelta serán ellos quienes vendrán a Valencia. Las entradas para estos actos las facilitan ambas entidades.

Pero que nadie se equivoque y caiga en un análisis simplista de su papel. Los voluntarios no sólo están en los partidos, también participan en otras acciones, como eventos del propio club o actos de la Delegación de Peñas. Por ejemplo cuando el Levante juega fuera de casa y se abre la sede, donde podemos encontrar algún voluntario echando una mano; o ese mismo día, en que se celebró una comida de hermandad con la afición del Rayo y estuvieron varios voluntarios ayudando.

Los voluntarios no cobran. Absolutamente nada. Simplemente lo hacen por orgullo, por satisfacción y por gusto. Por aportar y sumar. Por el club. Es una manera de ‘hacer familia’, de aportar un bien añadido a la entidad, de formar parte de ella y vivir el fútbol desde dentro.

Cuando las cosas salen bien “no sólo queda bien el grupo, también lo hace el club”

Juan Carlos, uno de los que más tiempo lleva en esto, asegura que hoy ha sido un día bastante tranquilo, no como los días que vienen los grandes. Entonces sí que es de locos. Pero cuando las cosas salen bien “no sólo queda bien el grupo, también lo hace el club”. Y esa es la mayor satisfacción. Eso es lo único que les aporta trabajar sin cobrar para el equipo de sus amores.

Se trata de que el espectador, sea o no seguidor del Levante, se lleve una imagen impecable de la entidad y del estadio; y que sólo tenga que preocuparse de si su equipo gana, pierde o empata. Para todo lo demás ya están ellos.