¿Qué sería del fútbol sin sentimientos? Pues, quizás, un juego vacuo, no más que el mero roce de un cuero esférico por una superficie verde. Una disputa insípida que no tendría esa magia que tanto ha traído cola, más en los tiempos que corren en el balompié, por sus opuestas maneras de entenderla.  Dentro del contexto del negocio con en el que el deporte ha tenido que convivir, para algunos el encanto crece exponencialmente y paralelamente a los beneficios o el boom mediático que un encuentro aporta. Mientras que otros, por el contrario, se aferran a una idea más romántica, a una forma de entenderlo menos banal.

A esta última apelaremos porque, contra viento y marea, todavía se siguen viendo resquicios de lo que el fútbol algún día fue. Casos en los que el deporte reina sobre su bipolar acompañante, el dinero. Ejemplos, son los equipos que en Anoeta se enfrentarán. Hace unos años, aunque pueda parecer fugaz el paso del tiempo, que ambos sufrían económicamente y deportivamente en la categoría de plata. Pero en una especie de resurrección conjunta, aquellas dos escuadras que comparten año de natalicio (1909) surgieron de sus cenizas para volver a encender su fuego, siendo ya decanas.

Luís García devolvió a los “granotas” a lo más alto y San Sebastián también regresaría a recibir espectáculos de la máxima categoría. Grandes alegrías que casi se pueden equiparar a alzar un título, más después de la tormenta. Marejada que, sin embargo, continuaría azotando. En Orriols dictaminó una política de austeridad económica que ha dado holgados resultados. Aquel verano de 2011 seguramente pocos o nadie se imaginaban lo que iba a traer la temporada. Unas dubitativas, a priori, contrataciones para el banquillo, donde llegó un Juan Ignacio Martínez inexperimentado en Primera, y para la delantera, con un Koné que se presentaba como una auténtica incógnita, no crearon excesiva expectación. Finalmente los levantinistas pasaron del ostracismo a las portadas, rompieron todos los pronósticos y apuestas, llegaron hasta el cielo del liderato para, por último, quedarse en el también paraíso de las competiciones europeas. El Levante hizo historia clasificándose para la Europa League. Probablemente en el seno de otra institución se hubiera tomado con normalidad pero estalló ese gozo máximo de las pequeñas alegrías para otros pero gigantes para el humilde. Aquel año cayeron muchos mitos y uno, en especial, fue el de la imbatibilidad de Anoeta cuando recibía una visita de los de Orriols. Nunca habían vencido los azulgranas en San Sebastián pero los goles de Barkero, Xavi Torres y Koné permitieron a los suyos cambiar las cosas para volver a Valencia con los tres puntos, por primera vez.

La campaña siguiente el Levante no llevó del todo mal el incremento de compromisos con una notable actuación en su debut en la Europa League y la ansiada salvación de cada año. Pero no pudo repetir gesta y en esta ocasión sería la Real Sociedad de Montanier, entre algún otro proyecto sorprendente como el Rayo y el Betis, la que se proclamaría como el equipo revelación ocupando una de las plazas Champions.

En términos actuales, se viene la jornada 23 de la Liga y volverá a cruzar en el norte de la península los caminos de los granotas y los txuri urdin. Los de Arrasate no se bajan del tren de los puestos europeos y el Levante, en tierra de nadie, vuelve a ver no muy lejos la permanencia y a escuchar el runrún de una vuelta a la competición continental. De vencer, los de Caparrós continuarían con posibilidades de soñar.