La jornada 25 se presentó y abría su programación con el Real Valladolid - Levante en el Estadio José Zorrila. La temperatura, fría, contrastó con el ambiente caliente que desde la grada se luchó por crear. Las mantas y las banderas colorearon el feudo pucelano. Las gargantas locales se activaron, comenzando a jalear mientras acompañaban, sonoramente, al pitido inicial del colegiado.

La trifulca se desató y el partido, desde el principio, no quiso defraudar al guión esperado. Tosco, pesado y no apto para todos los públicos, fue desarrollándose en su línea. El Valladolid tomó la iniciativa y el Levante esperó atrás con su habitual superlativo orden defensivo. Los hombres de Juan Ignacio Martínez inquietaron el arco de Keylor Navas sin demasiada claridad. Así pues, los disparos lejanos, ante la terca resistencia de la zaga levantinista, fueron el mejor recurso. Pero no surtieron efecto.

Con este contexto, los de Joaquín Caparrós tiraron de una de sus mejores armas, el balón parado. Cuando el cuero descansa quieto y los azulgranas son los que tiene que volverle a darle vida, se produce un temor en el área que quebranta todo marcaje aprendido y estudiado. La fórmula, directa del laboratorio del técnico utrerano al campo, no pudo encontrar botas más precisas que las de Ivanschitz y mejor cabeceador que un clásico de los balones elevados como es Casadesús. Y así se fraguó la habitual odisea de los contrincantes del Levante. El austriaco sirvió y Víctor la metió dentro con un notable testarazo. 

0-1 en el luminoso. Un resultado que no entendía de superioridades ni explicaciones científicas. Simplemente, los "granotas" volvían a representar y ejecutar su jugada maestra. Los nervios, las preocupaciones de las aficiones que sufren la agonía de estar cerca del descenso se pudieron palpar en los seguidores blanquivioletas. Veían como los suyos acaban desquiciados por la táctica de sus rivales. La batalla, lenta y con pocas alarmas, se estaba decidiendo en un pequeño detalle y los primeros 45 minutos se consumieron dando el triunfo por la mínima al pragmatismo levantinista.

Tocados pero no hundidos

Al volver a la acción tras el descanso, el Valladolid salió ansioso de brega. Sabían más que nunca, viéndose cerca del abismo en la primera mitad, lo que se jugaban. El no sumar ningún punto no era aceptable dada la situación del club y pronto respirarían otra vez. El ambiente gélido de su feudo volvió a ser un aporte de aire fresco muy necesario en las últimas fechas. Un viejo conocido en Orriols, Javi Guerra, querría volver a amargar las aspiraciones de su antiguo club, como ya hiciera en la ida, y no falló en sus propósitos. Aprovechó un balón que le cayó a sus pies tras una enrevesada jugada para mandar el esférico al fondo de las mallas y hacer saltar de emoción a los suyos. El empate comenzaba a saber mucho mejor en el bando local.

El Levante, por su parte, buscó ralentizar el partido en su beneficio. Intentó consumir un tiempo que ya no corría a su favor y eso, junto a su compacto juego, desesperó tanto al rival como a los pucelanos congregados en el José Zorrila. En su particular encuentro desde la grada, olvidaron el termómetro y aumentaron la presión con el fin de poner en mayores apuros a los valencianos. Pero, finalmente, cuando Estrada Fernández decretó el final y el desfile hacia el exterior del coliseo vallisoletano comenzó a producirse, ni Javi Guerra ni ningún otro había podido pasar por encima a un combinado de Caparrós que continúa intratable y reacio a la derrota. 

Así lo vivimos.