Una persona necesita un tiempo de aclimatación cada vez que su vida se ve alterada por alguna modificación capital. Unas horas cuando la destinación turística es lejana y el viaje ha sido largo, o bien unos días -o incluso semanas- cuando uno inicia una nueva etapa laboral, por ejemplo. Es necesario adecuarse correctamente al funcionamiento de las herramientas a utilizar, de los compañeros. También un club de fútbol necesita, en muchos casos, aclimatarse a un nuevo hábitat si siempre, o gran parte de su vida, ha desarrollado su juego en una categoría distinta. Aunque siempre hay excepciones, con equipos revelaciones que cuajan magníficos inicios en una nueva temporada, también existen escuadras que necesitan un periodo de tiempo para hacerse los unos a los otros.

Toda la aclimatación que el Levante no necesitó para ascender a Primera División el año de su centenario, le fue requerida en su primera participación en la máxima categoría después de tres años. Tres temporadas complicadas en la vida de la sociedad valenciana que, por momentos, veía un futuro muy oscuro. Sin embargo contra todo pronóstico, logró un ascenso histórico que dibujaba un horizonte lleno de luz y color.

Nos obstante, el inicio en su nueva andadura en la cima del fútbol español no fue para nada brillante. Sólo cuatro victorias en la primera vuelta. Inicio la segunda con una dolorosa derrota en el Sánchez Pizjuán por 4-1 que hundió a los azulgrana en la más baja plaza de la clasificación.

El día D, la hora H

El club supo que necesitaba cambios drásticos para lograr el objetivo de la permanencia. De lo contrario, los buenos presagios se marchitarían. Así pues, puso en marcha una campaña, “la unión es la salvación” con la que pretendía subir el ánimo y aglutinar a todo el universo granota en torno a un equipo que necesitaba más que nunca el aliento de una afición que jamás había desfallecido. De esta forma, el 29 de enero de 2011 se propuso realizar un recibimiento que, a la postre, resultó clave para el futuro de la entidad.

En el césped de Orriols esperaba el Getafe, décimo clasificado y que había endosado cuatro goles a los levantinistas en el partido de la primera vuelta. Poco importaba. Si uno quiere alcanzar su objetivo no puede parar a contemplar los obstáculos que se cruzarán en su camino. Así lo entendió la afición del Levante, que abarrotó los aledaños del feudo valenciano para recibir a sus jugadores como se recibe a un hijo, un hermano o un amigo. La entrada que registró el Ciutat de València no fue ni de lejos la más multitudinaria de la temporada, pero lo cierto es que los congregados a la llegada del autocar azulgrana dio alas a un grupo de futbolistas que tuvo que recorrer a pie los últimos metros hasta la entrada al estadio.

Un mar de abrazos, ánimos y muestras de apoyo y cariño calaron hondo en una plantilla que terminó llevándose aquel partido con dos tantos de Valdo y Felipe Caicedo. Dos figuras capitales en el devenir de la temporada.

La unión es la salvación

La comunión fructificó y hasta el final de liga, el Levante terminó cosechando el mismo número de derrotas que victorias había logrado en la primera parte de la campaña: cuatro. Cayó frente a Real Madrid, Atlético de Madrid, Athletic Club y Real Zaragoza en la última fecha, con la deseada permanencia ya garantizada. Por el camino, un empate frente al Barcelona y otro frente al Valencia, ocho victorias y el mismo número de encuentros seguidos sin conocer la derrota. De aquel Levante sólo quedan Juanfran, Héctor Rodas, Pallardó y miles de aficionados cuya memoria difícilmente borrará el recuerdo de una tarde decisiva para su club.