El banquillo del Levante ha cambiado de dueño, lo que ha supuesto un cambio radical en la dinámica y en la filosofía del equipo. Gracias a Rubi, los jugadores se sienten más confiados y son conscientes de que son capaces de conseguir la salvación jugando bien al fútbol. Se sienten identificados con el planteamiento del nuevo entrenador y eso se refleja en el juego del equipo sobre el césped.

El Levante iniciaba la temporada con el objetivo de conseguir la permanencia lo más pronto posible para no sufrir tanto como la pasada campaña. Para ello, Lucas Alcaraz trató de confeccionar un equipo que se adaptara a sus pretensiones y a su estilo de juego. Un 5-3-2 con el que consiguió salvar del descenso al conjunto granota. El levantinismo estuvo con el agua al cuello hasta las últimas jornadas, pero finalmente consiguió permanecer en Primera División.

Una salvación que se alcanzó gracias al buen rendimiento que Lucas Alcaraz sacó de su plantilla. Para afrontar las jornadas decisivas, el técnico granadino cambió el sistema para proteger la solidez defensiva. Con cinco defensas, el Levante consiguió encajar menos goles, un hecho fundamental para conseguir sumar puntos determinantes. De esta manera, el Levante aprovechó al máximo la capacidad goleadora de David Barral para transformar sus goles en puntos.

Un sistema exprimido al máximo

Tras haber conseguido la permanencia, Lucas Alcaraz mantuvo la idea defensiva que les permitió alcanzar la salvación. Durante el mercado de fichajes, el Levante llevó a cabo cambios de pieza por pieza para mantener el mismo sistema. Trujillo, Feddal, Ghilas, Lerma, Verza, Deyverson y Roger, entre otros, fueron los elegidos para dar continuidad al 5-3-2. Sin embargo, en este arranque de temporada la defensa dejó de ser tan sólida como antaño y los delanteros no han conseguido igualar la efectividad de Barral.

El sistema de Lucas Alcaraz trataba de encajar pocos goles y aprovechar al contraataque las escasas oportunidades que tuvieran cada partido. Algo que no salió como esperaba el técnico granadino. La defensa se tambaleaba cada jugada y, cada vez que recuperaban el balón, el centro del campo era incapaz de transformar la posesión en ocasiones de peligro. Los delanteros se veían completamente aislados arriba y eran incapaces de intimidar al portero contrario. El Levante no jugaba a nada.

En busca de la felicidad

Ante este panorama nefasto, la directiva del club decidió que la mejor idea era prescindir de los servicios de Lucas Alcaraz. Una salida que dio paso a la llegada de Rubi, un entrenador ofensivo al que le gusta salir cada partido dispuesto a conseguir la victoria. El técnico catalán definía así su estilo: “Desde el principio hemos sido gente a la que nos ha gustado jugar muy alegre, muy al ataque y siempre intentando mejorar cosas”.

Una filosofía que quedó patente desde su primer partido, a pesar de la derrota cosechada en Mestalla contra el eterno rival. Desde su llegada revolucionó el once, cambió el 5-3-2 para probar el 4-4-2 y el 4-5-1, dispuesto a aprovechar todo el potencial ofensivo que tiene el Levante. En función de las necesidades del equipo también ha llegado a probar el 4-3-3 para remontar los partidos.

El caso es que Rubi se ha dado cuenta de que el Levante necesitaba reforzar la zona de creación para disponer de posibilidades. Con Camarasa, José Mari y Lerma, Lucas Alcaraz disponía un centro del campo muy físico pero muy poco creativo, con escasez de chispa y de pegada. Algo en lo que Rubi ha tratado de mejorar. Con Morales y Rubén García en las bandas, el Levante dispone de un mayor potencial ofensivo, más desborde y más verticalidad. Tres cualidades que, sin duda, benefician a los delanteros, sean quienes sean.

El nuevo proyecto deportivo busca la salvación, aunque de una manera diferente. El Levante quiere volver a jugar al fútbol, quiere entretener y quiere volver a enamorar a la afición granota. En definitiva, pretende conseguir la permanencia jugando bien. Ahora, los jugadores son conscientes de que están en el camino correcto y que están capacitados para saltar al césped para imponer su ley. El objetivo sigue siendo el mismo, pero el medio es totalmente diferente.