El brillo de medio día abrazaba un partido de contrastes: el líder contra el colista; el blaugrana contra el granota; las rayas verticales contra las horizontales; la certeza contra la fe. El Barça se plantaba en El Ciutat en su momento más devastador, con Suárez y Messi amenazando a las “ranas” tras pasarse la semana devorando murciélagos.

El Levante pretendía evitar convertirse en el desayuno del tridente, aferrándose al brío refrescante de los últimos fichajes. Rossi se estrenó en Sevilla, esperanzando a la afición con volver a ser el bambino que en su día reflotó un submarino. Con Orban las bandas pueden dejar de ser carreteras secundarias y convertirse en autovías. Verdú debe aportar exquisitez para mezclar con Verza y Morales mientras Medjani aspira a convertirse en el apagafuegos que lidere la zaga. Junto a Mauricio Cuero, la inversión más cara del Levante, son las apuestas de Manolo Salvador para reflotar un barco a la deriva.

Enfrente Luis Enrique engrasa su maquinaria con pocas rotaciones puntuales (hoy turno de Busquets por Sergi Roberto). Todos pasan por el banco menos los tres de arriba, inalterables en su idilio con la felicidad absoluta. Ni llenando el campo de minas Rubi conseguiría detener semejante arsenal, por lo que decidió mirarles a los ojos y presionar desde el inicio, como ese bañista que se lanza de golpe al agua helada para evitar sufrir congelándose poco a poco. La fórmula funcionó y el "amarillo senyera" de la camiseta del Barça destiñó por momentos por el sol matinal como si echara de menos el blaugrana. La siesta culé se alternó con algunas aproximaciones de Neymar, que aprovechó su banda para crear el poco peligro que generó el Barça en la primera mitad. Mariño acertó a desviar un disparo envenenado con rosca, pero a los 20 minutos no pudo evitar el tanto en propia puerta de David Navarro tras una de las escasas apariciones en ataque de Jordi Alba.

Tras el gol el Barça activó el modo ahorro de energía, aunque Suárez, hoy en su faceta errática, tuvo en sus botas el segundo. Morales sonrojó al mejor lateral derecho del mundo según la última gala del balón de oro, y sus internadas cada vez acababan más cerca de la meta de Bravo. Deyverson ganaba todos los balones largos, y en uno de ellos peinó par deja sólo a Lerma, que no velverá a verse en una igual; al colombiano le sobró precipitación y su disparo casi llegó al banderín de esquina. Poco después Verza besó el larguero en un libre directo en el que Piqué vio la amarilla. El Barçá parecía desarvolado, pero el Levante volvió a perdonar en la enésima aparición de Morales  que cruzó su disparo topándose con la madera.

El Levante se quedó sin gasolina

La pegada marcó la primer parte. Los granotas perdonaron y los blaugrana encontraron premio a pesar de sestear durante más de media hora. Messi no había aparecido salvo en un gol anulado al inicio del partido, pero la amenaza del tridente era palpable cada vez que trenzaban pases y bombeaban balones por la frontal del área local.

La diferencia entre Messi y Neymar es que uno al menos avisa que va a regatear; el brasileño gambetea, bailando con sus piernas mientras el balón permanece inmóvil en el suelo. Ese ritual es el relámpago que avisa del rayo que llegará segundos después cuando en un primer golpe de cadera deje plantado a su defensor. Con Messi la tormenta llega sin avisar. Es capaz de estar minutos andando con paso de zombi antes de iniciar una cabalgada imprevisible. Ambos son imparables, aunque hoy pocas veces lo parecieron

La segunda mitad empezó con un Barça contemplativo que comenzó a mirar el reloj antes de hora. Rakitic tuvo su opción antes de ser sustituido pero Mariño reaccionó con reflejos. Rubi movió el banquillo, aunque la entrada de Ghilas no gustó al respetable.

A esas altura el Levante comenzaba a jugar en reserva y el Barça se dedicó a esperar el paso de los minutos, sobre todo tras la entrada de Busquets, que aportó calma y equilibrio. El partido murió sin un último arreón granota y con una contra letal sobre la bocina que definió Suárez con el exterior.

El colmillo de Luis Enrique cada vez está más afilado. Con cien partidos como técnico del Barça a las espaldas ya ha mordido el récord de Guardiola de partidos consecutivos sin perder. En la otra esquina Rubi medita como salir de un atolladero. Hoy se estrelló contra sus orígenes blaugranas perdiendo un poco más de oxígeno en esa habitación en la que permanece encerrado.

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Sobre el autor
César Ponce Becerril
Periodismo. Nacido y residente en Alicante. Trabajo en el periódico Costa Comunicaciones. Coordinador de VAVEL en la sección dedicada al Levante UD.