El centro de su ira fue Movilla, impulsor de las protestas por esos impagos. A él se le debe casi un año de sueldo. Movilla es un centrocampista de 36 años y actualmente es el eje de un equipo que está luchando por subir a Primera División. Una categoría que conoce perfectamente, entre Málaga, Atlético, Zaragoza y Murcia disputo en ella 9 temporadas. Pero no siempre le fue tan bien. Pese a su sentimiento atlético, de pequeño ingresó en las categorías inferiores del Real Madrid. Prometía como futbolista y fue ascendiendo hasta juveniles, pero en vista de que no tenía sitio en el primer equipo decidió buscarse la vida en equipos modestos. Moscardó, Numancia (sí, aquel Numancia que todos recordamos), Ourense… pero aquello no daba para vivir. Movilla, proveniente de una familia humilde, tenía que buscarse la vida y lo hizo subiéndose a un camión de recogida de basura. Así pasó un tiempo, un jugador que iba para profesional de repente se vio trabajando de basurero por las noches, de dependiente en una tienda de deportes por la mañana, y entrenando por la tarde. Sin apenas tiempo para dormir, sin apenas tiempo para soñar. Después de tanto sacrificio le llegó la oportunidad. El Málaga de Segunda B le fichó, y 6 meses después ascendían a Segunda diciendo adiós a la categoría de bronce, al camión de basura y a la tienda de deportes. Quizás sea la historia más espectacular, pasar en 3 años de ser basurero a jugar en Primera, pero no es la única.

Desmarets, extremo del Deportivo de La Coruña, hasta hace 5 años pasaba las madrugadas conduciendo un autobús en París mientras disputaba la 3ª división francesa. La casualidad quiso que tuviese una buena actuación ante un ojeador del Vitoria portugués, dándole la oportunidad de fichar por la Segunda lusa y de ahí ascender a la Primera. Una vez más la casualidad se alió con el exautobusero, y mientras Lotina veía un vídeo del Vitoria de Guimaraes ojeando a dos jugadores que le habían recomendado, el que realmente le llamó la atención fue otro: Yves Desmarets. A sus 31 años llegaba a la élite.

Al portero polaco del Real Madrid, Jerzy Dudek, también le sonrió la suerte. Mientras jugaba en el equipo de su pueblo también trabajaba en la mina, igual que toda su familia y sus amigos. Aunque aún era un aprendiz ya conocía lo que era trabajar cientos de metros bajo tierra. A punto de cumplir 18 años un club de Tercera decidió apostar por él y ahí comenzó su carrera. Gracias a aquello, hoy comparte vestuario con los modelos a la última de Ronaldo, Ramos y compañía, y no con los monos azules y las teces negras de sus vecinos de toda la vida.

El caso más conocido en España probablemente sea el de Toquero. Tras varios años en Segunda B con el filial del Alavés, el Lemona y el Sestao, la casualidad también se cruza en su camino. El Sestao juega un amistoso de pre-temporada ante el Athletic y su lucha y su potencia llaman la atención de Caparrós. Sin embargo descarta su fichaje por ser ya un jugador muy veterano. Cual sería su sorpresa cuando le dicen que no, que pese a su físico Toquero solo tiene 23 años. En ese mismo momento decide ficharle. Toquero, tras años ganándose la vida en trabajos precarios al margen del fútbol, le llega su gran oportunidad y hoy forma en la delantera titular del Athletic, siendo un jugador muy querido (incluso por las aficiones rivales) debido a su humildad y entrega.

Quizás si Teresa Rivero hubiera pasado por una de estas historias tendría un poco más de respeto por sus trabajadores y por el fútbol. Porque en el fútbol también hay clases. Hay gente que llega al fútbol dedicándole su vida, trabajando día y noche, sin que le regalen nada. Hay otros que solo llegan por su dinero y con el ánimo de hacer más dinero aún. Quizás si hubiese ido al Estadio de Vallecas en los 80 hubiera visto a los vecinos con sus potas de comida en el campo, recién salidos de trabajar. Quizás hubiese visto a su capitán, Míchel, al que hoy no paga y duda de su compromiso, haciendo de recogepelotas mientras soñaba con ser parte de ese equipo algún día. Incluso quizás hubiese visto a Movilla en los aledaños del Estadio recogiendo basura. Entonces quizás hubiese entendido lo que es la humildad, Vallecas y la afición rayista.

O simplemente con que Teresa Rivero hubiese llegado al estadio a la hora que debía quizás hubiese entendido algo. Allí, más de una hora antes del comienzo, estaban los ganaderos oscenses esperándola para protestar porque Nueva Rumasa no les paga lo que les adeuda. Junto a ellos también estaban los trabajadores de Cacaolat, los cuales también llevan meses sin cobrar sus sueldos. Y entre ellos los aficionados del Rayo Vallecano, que también se unieron a la protesta con los habituales gritos de “Rayo sí, Rumasa no”. Si hubiera llegado a la hora debida también hubiera visto saltar a los futbolistas del Rayo con una pancarta que rezaba “Basta de impagos, Rayo solución” recibiendo una gran ovación por parte de los aficionados de uno y otro equipo. Y finalmente hubiera visto a “sus” once jugadores luchar aunque sin fortuna, y a Tariq marcando dos goles que decantaron un partido igualado en la primera mitad.

Pero no, Teresa Rivero llegó casi en el minuto 40, y cinco minutos le bastaron para dictar sentencia. Esos 90 minutos que para algunos son un privilegio, el culmen de la semana, para otros son un compromiso. Después de esos cinco minutos se plantó ante los micrófonos dispuesta a dar lecciones de honradez y humildad. A esta señora que llegó a la presidencia del Rayo sin tener la menor idea de fútbol (como dijo ella misma) le bastaron cinco minutos para entender que sus jugadores querían perder e incluso no subir a Primera División.

No sé si Movilla en el enfrentamiento que tuvieron al final del encuentro le contestó. Lamentablemente la humildad, la lucha y la dignidad no dan derecho a decir lo que se quiera, y más si tu contrato acaba en unos meses. Sin embargo espero que Movilla, mirándole a la cara como solo puede hacer el que conoce la dignidad, repitiese aquellas palabras de Gonzalo Grassi: “¡¿Pero tú cómo vas a saber lo que es la vida, si jamás jugaste a fútbol?!”.