Y tras una dura contienda bajo el plúmbeo cielo que vestía la ciudad y sumando el aguacero constante que arremetía contra unos y otros, el golpe casi definitivo fue lo suficientemente potente como para llegar al segundo y último asalto con una ventaja que mitigaría esa respiración rápida y entrecortada que anunciaba el final de finales permitiendo poder alzar la mano, rozar con la yema de los dedos, ojos entreabiertos y sonrisa convencida, el sueño que cada vez era más real. Pero aún había que despertar.

El temporal caído aquella tarde casi veraniega había convertido el campo de batalla en un lodazal ya castigado por las intensas e incesantes lluvias del invierno. La marea rojiblanca no falló, el fortín gallego estaba a rebosar. Tras el varapalo sufrido en aquel "triste pero gran día para el fútbol" justo un año antes, nadie quería revivir ese mal sueño, del que en su día se estuvo a punto de despertar, pero que Morfeo lo impidió en el último instante mientras los ojos de los allí presentes comenzaban a brillar, pero sin dejar de gritar, fruto de la mala fortuna. Quizás fuera el mismo Morfeo quien dormía…

El agua quiso y consiguió ser protagonista la tarde en la que Carlos Pita con el porte y elegancia que lo caracteriza, Belencoso mostrando siempre su personalidad aguerrida que mira en una sola dirección y un siempre rápido y explosivo Félix Quero dieron tres golpes al conjunto amarillo en el que solamente Óscar Pérez fue quien de evitar esa estocada que aún sin ser mortal, mermaría sus capacidades para el siguiente envite.

Ahora sólo quedaba centrarse en conquistar el Ramón de Carranza, esa fortificación que vio pasar por su arena a equipos de gran talla muncial. Éste era el último escalón a salvar para poder subirse a lo más alto y despertar de ese inacabable sueño de más de veinte años: el de regresar a la categoría de plata.

"Aún hubo que recorrer el norte y cruzar la península"

Pero antes aún hubo que recorrer el norte y doblegar a un rocoso Eibar que se hacía prácticamente impenetrable para luego cruzar la península y llevarse por delante al Atlético Baleares, el club de las estrellas que compró la ilusión con dinero con el fin único de conseguir el ascenso.

Final de finales

A pesar de la relativa tranquilidad que aportaba la ventaja tomada en el Ángel Carro una semana atrás, ningún rojiblanco en el feudo amarillo se mostraba apaciguado al enloquecido graderío gaditano ávido de venganza, capaz de llevar en volandas a los suyos hasta donde hiciera falta. El Ramón de Carranza era una olla a punto de estallar en donde las ganas lo podían todo, lugar donde se alcanzaría el éxito o donde la ilusión no dejaría de ser nada más que eso, una ilusión, una quimera; un monstruo imaginario de cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de ratón que aparecería una y otra vez en la peores pesadillas.

"El destino mostraría una vez su cara más ácida"

Cuando el balón echó a rodar ninguno de los seguidores de ninguno de los dos bandos pensaba que el destino mostraría una vez más su cara más ácida permitiendo la agonía final para unos y otros en donde contendientes de ambos bandos se convertirían en forzados protagonistas separados tan solo por once metros. Solamente había sitio para un equipo.

El partido comenzó y apenas superados los diez minutos de juego, luego de un inicio demoledor por parte del equipo gaditano, su interior derecho, David Ferreiro, enviaba a la red un balón colgado desde la banda izquierda adelantando al conjunto andaluz. Buscaba el gol el Cádiz y lo encontró. No cesaba un ritmo endiablado de juego, a la desesperada, donde el equipo amarillo veía un poco más cerca ese final por el que ambos luchaban. Quince minutos más tarde un león desterrado buscando su patria se coronó en Cádiz; Isma López condujo un balón hasta la frontal del área contraria en un letal contragolpe desde el centro del campo para que, fríamente, el argentino Monti batiera a Aulestia. Empate, aire.

La respiración de la marea rojiblanca se cortó cuando el colegiado del encuentro concedió un penalti al conjunto gaditano. Fue Escalona quien se encargó de dar otra bocanada de oxígeno a los gallegos deteniendo la pena máxima en el tiempo de descuento de la primera parte. Aún así, el equipo amarillo no tiraría la toalla y volvería a anotar nada más comenzar los segundos cuarenta y cinco minutos. Dioni remataría de cabeza colocando el esférico dentro de la meta del cancerbero navarro del CD Lugo. Tocaba sufrir de nuevo.

Los más agoreros recordaban lo sucedido hacía exactamente un año donde el Alcoyano arrebató el ascenso al equipo de Setién. Nada sería fácil, una vez más el camino se tornaba rocoso y cuesta arriba. Muy cuesta arriba. Las victorias sufridas son desde luego las más sentidas, pero ninguno de los lucenses allí congregados ni tampoco las hordas de aficionados que permanecieron en la ciudad estaban dispuestos a pagar un precio tan elevado después del gran partido disputado una semana antes.

El destino, con escarnio, concedió el tercer gol a los locales. El luminoso reflejaba al final de los noventa minutos exactamente la misma imagen que en el partido de ida: tres goles a uno. Sería el mismo Juanjo que ahora viste la zamarra rojiblanca el que pondría el resultado definitivo. Gerardo Berodia pudo asestar el golpe de gracia introduciendo su espada en el pecho enemigo rematándolo ineludiblemente, pero el balón que recibió de su compañero Belencoso en el tiempo de descuento fue enviado alto. Muy alto.

Los nervios afloraban y unos y otros querían evitar ese azaroso e injusto medio de victoria que cada vez se hacía más palpable en los minutos de prórroga en los que ninguno de los dos fueron capaces de clavar otra diana. La muerte súbita en la que la gloria y el fracaso se batían a partes iguales.

En blanco y negro

Semblante tranquilo casi indiferente, nueve pasos atrás, mirada al frente, a un lado, al portero. Una estocada suave a la derecha y a media altura... Brazos en alto, aspavientos con desahogo y rabia contenida hacia los aficionados gallegos allí presentes. Ánimo, pasión. Carlos Pita anotaba primer penalti de una tanda que tanto unos como otros no olvidarán fácilmente.

El mariscal del Ángel Carro actualmente afincado en el club amarillo, Belfortti, falló la segunda pena máxima; Aulestia adivinó la trayectoria de un balón raso y seco, lanzado por el carismático central argentino. No perdonó Luismi el número tres, disparando hacia el mismo lado que su compañero pero a media altura. Imposible para el meta amarillo.

El responsable del penúltimo penalti fue Berodia, aquel que quiso poner punto y final minutos atrás pero que no fue capaz. El zurdo imitó a sus compañeros dirigiendo el balón hacia la derecha del vizcaíno Aulestia, quien, con una magnífica estirada, blocó el balón evitando la ventaja visitante.

"Era Manu quien colocaría la última ficha"

Los nervios afloraban y el retumbar cardíaco aumentaba a cada latido. Era Manu quien tenía la llave que abriría las puertas del éxito, de la gloria, de la grandeza, de la ilusión, de ese lugar que se había casi alcanzado tan sólo un año antes. Era Manu quien colocaría la última ficha, era él quien se encargaría del jaque mate, quien acabaría el juego. Todo el mundo que estaba pendiente, sin quererlo, aguantó la respiración; todo el trabajo de la temporada estaba en ese balón, en ese penalti. De anotarlo, él sería el primero en tocar la gloria, en empujar a un equipo, a una afición, a ese destino que desde hacía tanto tiempo se anhelaba; él sería el primero en encaramarse al cajón de campeón y también sería quien tendería la mano al resto de compañeros para que, con él, lo saborearan.

Después de salir de las garras no sin sufrimiento de la oscura Tercera División, después de afincarse en la Segunda B; de, a empellones hacerse un sitio entre los grandes, era el momento de jugarse el destino de un equipo, de una afición, de toda una ciudad.

Dirección fría y única hacia el balón. Tensión. Pasos firmes y decididos, sin dilación, sin rodeos, como un resorte que se contrae para luego disparar. Empuje. Estocada.

Ese nuevo camino a recorrer

Con los brazos abiertos y con lágrimas en los ojos que manifestaban todo el ciclón de sentimientos incontrolables que brotaban de su interior, corrió Manu, el eterno capitán, hacia la banda en donde se encontraban los valientes aficionados rojiblancos, la misma en donde estaban sus compañeros quienes lo buscaron y acompañaron para fundirse en un interminable abrazo común. El júbilo, la alegría, la pasión de todos era incontable. Sin saberlo, con ese gol, Manu estaba colocando el primer ladrillo de una nueva e importantísima etapa para todos ellos; estaba retirando con orgullo y rabia la venda de la todavía latente estocada alcoyana para cicatrizarla por completo; estaba clavando, con sus manos aún ensangrentadas de la batalla, el estandarte rojo y blanco en una nueva tierra prácticamente desconocida, pero vigorosa, impredecible, recia, de idas y venidas, de sufrimiento y de pasión, alegrías y penas.

Sin saberlo, con ese gol, Manu acababa de encender en Lugo el fuego de la Segunda División.

Autor del texto de la entradilla: Santiago Posteguillo en "La traición de Roma"

Foto 1: www.cartasesfericas.wordpress.com

Foto 2: www.cadiz.vayaciudad.es