A veces ocurre que, de tanto mirar a las estrellas, se pierde de vista el suelo que se pisa y se arriesga una caída en algún socavón del camino. Al CD Lugo parece haberle pasado algo parecido en esta recta final de curso futbolístico en la Liga Adelante y da la sensación que de tanto haber pensado en las opciones de colarse en la mesa de los grandes por la vía del play-off de ascenso se olvidaron metas más prosaicas y pegadas a la realidad del club, como asegurar la permanencia cuando estaba en la mano hacerlo. Incluso, afinando el tiro, se podría decir que una vez que las opciones de meterse en la promoción de ascenso se fueron difuminando el equipo fue perdiendo tensión competitiva, dando por hecho que el otro objetivo del año, el de verdad, ya estaba logrado, y no, no lo estaba.

Ahora, a falta de tres jornadas, los de Setién se ven inmersos en un lío con el que no contaban y para el que no sabemos si mentalmente están preparados. Con la triste cosecha de un solo punto de doce posibles en las cuatro últimas jornadas (derrota en Gijón, empate frente al Deportivo, nueva derrota en Alcorcón y lo del pasado domingo frente al Alavés en el Ángel Carro), los rojiblancos se encuentran cuatro puntos por encima del descenso, con dos salidas consecutivas a campos que se lo van a poner difícil (el Hércules luchará por seguir enganchado a la vida de Segunda y el Éibar por la gloria del ascenso a Primera) y la sensación de que la plantilla, desenganchada de forma prematura de la competición, debe hacer un esfuerzo mental y resetear motivaciones para salir a competir los partidos de igual a igual con sus rivales.

El Lugo pecó de pasividad frente al Alavés

Porque el Lugo salió a jugarle al Alavés, que peleaba y pelea por su supervivencia en la Liga Adelante, con una pasividad impropia de unos profesionales que tienen que certificar su permanencia en la categoría. Desganados, imprecisos, sin meter el pie, dormidos ante los arreones blanquiazules, los jugadores locales completaron una primera parte indigna en la que solo se salvaron por poner ganas, que es lo mínimo que se le debe exigir a un jugador profesional, Manu e Iago Díaz, el capitán y el jugador que representa la cantera. Los que más sienten los colores, en definitiva. Los demás, un páramo que a los cinco minutos ya se vio retratado con el gol visitante de Guzmán, que recuperó en su propio campo un balón fruto de un horrible pase de Peña (nefasto partido del vasco) y no tuvo más que correr en línea recta hasta la portería de Dani Mallo. A su lado, sin meter hombro ni pierna, lo acompañaron en su andadura primero Pita y luego David Prieto sin que a nadie se le ocurriese hacer una falta táctica. Disparo a puerta y gol.

No hubo respuesta por parte lucense, a excepción de un trallazo de Iago al larguero y las subidas infructuosas de Manu. Pita volvió a lucir su peor versión, Peña estuvo desconectado del partido, Víctor Díaz, desacertadísimo, Rennella viendo pasar la tarde… Una falta de intensidad que condenó a los locales a estrellarse una y otra vez contra la muralla alavesista, que tampoco se vio especialmente exigida durante el partido, y a la que se le pintó una sonrisa cuando los de Setién decidieron que el partido se iba a empatar colgando balones, posiblemente la única faceta, Viguera al margen, en la que los vascos son superiores a los lucenses.

Poco se puede analizar del resto del partido, pues poco se vio sobre el terreno de juego. El Alavés, contento con su premio que le daba la vida, se encerró atrás buscando salidas a la contra de las que apenas disfrutó y el Lugo manejo el balón sin la intensidad necesaria para hacer daño a los de Vitoria. La desgana de la primera parte se tornó prisa en la segunda, queriendo borrar la imagen de dejadez del periodo inicial, pero la inspiración, decía Picasso, debe encontrarte trabajando, y el Lugo dejó todo para el final. Volvió Sandaza a pisar el verde, pero no tuvo balones que rematar, salvo uno que se fue alto, y Pablo Álvarez, tantas veces revulsivo, no pudo hacer nada, contagiado de la abulia general. La defensa blanquiazul, capitaneada por el veterano y corpulento Jarosik, no paso por más apuros que algún balón colgado que despejaron sin mayor problema.

La próxima jornada, frente al Hércules, clave para afrontar el final de temporada con tranquilidad

Dijo Setién en la rueda de prensa posterior al partido que la derrota, unida a los resultados que se habían dado en otros campos, obligaba al equipo “a estar con las orejas tiesas”, aunque tal vez se olvidó de decírselo a sus propios pupilos antes del partido. En su debe está haber permitido tal relajación entre los suyos y no azuzar la profesionalidad de la plantilla para certificar una permanencia por la que ahora habrá que luchar en dos jornadas a domicilio ante rivales muy motivados si no se quiere dejar todo para el final ante el Mirandés. Actuaciones como la del pasado domingo manchan todo lo bueno que jugadores y cuerpo técnico han logrado en esta temporada, comprometen la tranquilidad de la clasificación y siembran dudas que en los sucesivos partidos pueden ser perniciosas. Jugar con fuego nunca es buena idea.

Espera el Hércules, herido de muerte tras su derrota frente al Alcorcón pero que se conjura para ganar a los rojiblancos y poder pelear una jornada más. Bien harían los lucenses en tomarse el partido como lo que es, una final, y no como una visita a las playas del Levante español. Allí les esperan antiguos camaradas como Font, Azkorra o  Aitor, que les pueden explicar lo mal que se pasa en los puestos de descenso. Que el Lugo tome el partido frente al Alavés como enseñanza más que como accidente si no quiere que las últimas jornadas se hagan eternas.