La fortuna llegó al Gran Canaria. Tras cuatro jornadas sin reencontrarse con la victoria, y después de más de tres meses sin ganar en casa, la UD Las Palmas volvió a servir una aliviadora victoria al respetable amarillo.

A pesar de que de los escasos 6700 aficionados que se congregaron en el Estadio pocos se mantuvieron firmes hasta el final, los abonados más esperanzados pudieron vivir una noche mágica en el graderío insular. El representativo enmendó sus errores  reiterados y cansinos que hasta entonces habían desplegado y en un ataque de casta y orgullo consiguieron remontar una situación antojada cuesta arriba. Las críticas y los nervios que hasta la hora se habían vivido, se escondieron entre gritos de arenga y aplausos que volvieron a fundir a equipo y afición en una sola forma.

Las piernas del reconvertido Aranda y los goles de Asdrúbal y Masoud hicieron que los árboles de la euforia escondieran el bosque de tensión evidenciado durante jornadas precedentes e incluso a lo largo del propio encuentro frente al Girona. Pitos, aplausos, pañuelos y cánticos se intercalaron en el graderío conforme los goles llegaban o se resistían, haciendo palpable la confusión  que sigue vigente.

La suerte volvió a hacer acto de presencia, ahora todo parece de color rosa pero si no toda la afición aguantó hasta el final, fue por la indignación frente al equipo justo antes de que el éxtasis se personificara. Es importante reflexionar, el fútbol es una consecución de muchos factores. Ni antes eran tan malos, ni ahora son tan buenos.