Le hacían al míster una pregunta un tanto peculiar en la sala de conferencias, más repleta de lo normal, del Estadio de Gran Canaria. ¿Licencia para soñar? A lo que Sergio, algo romántico tras la victoria, respondía: “Me gusta llegar a estas fases para ‘soñar despierto’ ”.

Titular al canto. Como muchos que suele dar en sus ruedas de prensa. Le caracterizó desde que comenzó en el Terrasa y se hizo más factible en el Ceuta, sus dotes de comunicación. Pero lo de hoy ha sido un despliegue en estado puro. Mantenerse con los pies en el suelo mientras levitas de rato en rato. Una especie de híbrido entre ilusionar y ser realistas, pues eso: “soñar despiertos”.

Ciertamente no es casualidad que más de 17.000 almas se presentaran en el estadio. No precisamente fue una ardua labor de algún departamento de marketing. Qué mejor publicidad que la de la esperanza. Los aficionados saben que no hay nada conseguido, más bien sería al revés; hace pocas semanas todo estaba perdido, y no era disparatado pensarlo. La vuelta de tuercas que parece, está movilizando unos derroteros diferentes, ilusiona al abonado. Un abonado que ya ha estado en Primera División. Que comienza a atar cabos y realiza comparaciones con los ascensos precedentes. Pero un abonado que también sufrió en Segunda B, que sabe lo que es temer por la existencia de su equipo.

Son momentos en los que Las Palmas cotiza al alza. Entre los años de veteranía que ostenta no cabe creerse ascendido. La dinámica es óptima, se respira alegría en las afluencias de Pío XII, pero quedan diez finales. Diez partidos en los que no sería de justicia decepcionar al aficionado de bien. Peligros hay muchos.  Es por eso que, efectivamente a día de hoy no es mala idea soñar, siempre que sea despierto. Si lo dijo Lobera, para qué contradecirle.