El representativo la volvió a liar. Con el empate en la mano: impotentes, cegados y sin dirección desde el banquillo. Son los calificativos que a la segunda parte del encuentro se le puede aplicar. Los burgaleses se aprovecharon de un Anduva al más puro Santo Domingo. La afición, siempre encomiable, volvió a ponerse en pie (sin sorna con el graderío) para llevar en volandas a un necesitado Mirandés. El músculo, la casta, la humildad y la efectividad elevaron a los peninsulares a un estandarte que por momentos les colocaba en el histórico de la Copa del Rey. No hubo contemplaciones y a base de una estrategia trabajada y radicada en los errores que una y otra vez Las Palmas cometía, consiguieron la victoria. 

El primer periodo fue bien diferente. Por momentos entraban en la trampa burgalesa, por momentos implantaban su juego. Lo cierto es que el cuadro insular parecía disputar una auténtica final. Habida cuenta, el Éibar había ganado -no exento de polémicas- al Real Madrid Castilla; o se conseguía la victoria a orillas del Ebro, o el sueño del ascenso directo acabaría, al menos por unas semanas. Primero golpearon los locales. Pablo Infante, veterano en estas tareas, aprovechó el error de marcaje defensivo para cabecear y golear gracias a un centro desde la banda. Posteriormente, la Unión Deportiva la tuvo a balón parado, a la contra... pero solo en una ocasión aprovechó el descampado que tras las espaldas burgalesas existía hasta su propia portería. Un magistral pase de Aranda interceptado por Momo y sellado al fondo de las mallas dio el merecido empate. Desde ese instante y hasta el descanso, los de Lobera implantaron unas revoluciones sin igual al encuentro, como si la temporada de allí dependiera.

Con el gol de Infante en el segundo periodo, a pierna cambiada y con la bendición de Aythami Artiles, la historia, ya relatada, dio pie al principio del fin. Las Palmas dejaba de depender de sí misma para conseguir el ascenso directo, tres puntos que se quedaban en Anduva y con ellos "el 25% de la temporada".