Ayer toda España y parte del mundo fue testigo de un hecho histórico y vergonzoso ocurrido en el Estadio de Gran Canaria. Ese frio recinto que aún no ha visto al equipo local luchar en Primera División, era testigo de una nueva y única oportunidad de volver a la categoría doce años después.

Tras el empate a cero en Córdoba, todas las opciones pasaban por una victoria en casa ante un escenario lleno hasta la bandera y con el empuje de 32.000 personas. Un marco inigualable que pondría las cosas más sencillas a los futbolistas y que podría rememorar tiempos mejores en el Estadio Insular, trayendo al presente una nueva tarde de ascenso y celebración en la isla canaria.

Todo marchaba según el guión establecido desde que Apoño abrió el marcador para Las Palmas tras el descanso. El recinto de Siete Palmas era una fiesta amarilla y el ansiado ascenso se podía tocar ya con las yemas de los dedos.

Sin embargo, ya en el descuento del partido y cuando la mayoría deseaba escuchar el pitido final del árbitro, se produjo un hecho histórico y bochornoso que dejaba incrédulos a los que habían acudido al estadio solo con la intención de ver un partido de fútbol.

Desde las gradas empezaron a lanzarse al terreno de juego decenas de energúmenos visiblemente afectados físicamente y con una intención aún hoy desconocida. Pululaban por el césped como seres sin raciocinio acercándose a unos futbolistas que no daban crédito, y que les pedían que por favor les permitiesen acabar un encuentro que estaba a un paso de cumplir el sueño de todos.

Tras varios minutos de incertidumbre y de diálogo entre dirigentes y el colegiado del encuentro, se decidió volver a reanudar el partido tras casi diez minutos de parón para poder acabar lo poco que restaba de descuento.

Después de aquel parón infernal en un momento de máximo nerviosismo, muchos ya temían cual podría ser el escenario que vivirían tras la reanudación, después de que todo pareciese marchar a favor de los locales hasta que esos individuos vestidos de amarillo, rompían la inercia que llevaba el encuentro.

Cuando el balón volvió a rodar, antes de que llegara por fin el definitivo pitido final, el Córdoba conseguía igualar el encuentro arropado por todos aquellos indecentes que aguardaban el final del partido en las pistas de atletismo del Estadio, acabando así en pocos instantes con toda una lucha de más de noventa minutos, más de cuatro encuentros y más de una temporada.

Los mismos individuos sin educación que martirizan a sus profesores en las escuelas sin que estos puedan poner tierra de por medio, los mismos que consiguen que personas jóvenes y mayores ya no puedan disfrutar de sus legendarias fiestas locales por miedo a lo que les pueda pasar, los mismos que no permiten disfrutar del fútbol base convirtiendo partidos en batallas campales, rompían ante los ojos de los verdaderos aficionados amarillos el sueño del ascenso a Primera División.

Un sueño por el que lloraban en la grada abonados que han crecido en El Insular y siguen acudiendo al Gran Canaria, otros que viven sus últimos partidos en el nuevo Estadio esperando volver a ver a su equipo en la élite, y otros que casi sin entender aún de que va todo este mundillo acuden al recinto junto a sus ilusionados padres, que esperan que sus hijos sientan desde temprano el amor por unos colores y por un sentimiento, que no se identifica en absoluto con lo acontecido ayer.

Los aficionados lloraban en las gradas

Triste, vergonzosa y preocupante la imagen vivida ayer en el Estadio, que no dista demasiado de la vivida en otras fiestas y que debe servir como reflexión a quienes tienen poder para actuar. Estos energúmenos que ayer sin ningún tipo de pudor, fueron capaces de romper su ilusión a aquellos que han ido a todos y cada uno de los partidos de su equipo durante toda la temporada, fueron también capaces de agredir a jugadores locales y visitantes pudiendo causar un daño aún mayor que el emocional.

Ese tipo de actos despreciables como el que todos pudimos vivir ayer gracias a las cámaras de televisión, se vive desde hace años en otros lugares con menos audiencia, pero que son el núcleo de que problemas como el de ayer se generen, sin que nadie parezca querer tomar cartas en un asunto que es demasiado grave como para dejarlo pasar.

La verdadera afición amarilla, esa que ha apoyado a su equipo desde el inicio hasta el fin de la temporada, lloró ayer rota de dolor viendo como algo que casi tenían conseguido después de tanta lucha, era tirado a la basura por personas vestidas con la camiseta de su equipo del alma, a los que solo les importaba tener su minuto de gloria y que hoy se hable de su cruel acto mientras ellos ríen en sus casas.

Esos mismos incondicionales serán los que de nuevo se sienten en la grada del Estadio de Gran Canaria la temporada que viene, con la ilusión de poder volver un año más luchar por el ansiado ascenso a Primera División y que esta vez su sueño se cumpla sin que nadie quiera arrebatárselo.