Hoy no importaba el resultado. No, hoy no era el día. Daba lo mismo los dígitos que registrara el marcador y el orden en el que lo hiciera. Hoy había que darle mucha más importancia a lo que es el juego en sí, a las sensaciones. No era tanto una cuestión del qué sino más bien del cómo. La forma en la que el equipo se desenvolviera, la manera en la que fuera capaz de superar las adversidades. Y el Málaga hoy se topó con un gigante que hizo que el inicio de su propuesta se retrasara más de media hora: Benteke.

No se descubre ahora al fantástico delantero belga. Su radiante actuación a lo largo de la pasada temporada fue el principal argumento para que todo un histórico como el Aston Villa lograra seguir compitiendo un año más en la Premier League. Pero hoy tocó sufrirlo enfrente. Desbordó a la defensa desde el primer minuto con unos movimientos propios de un "superclase". Su primer gol, una muestra. Comenzó un eslalon brutal en el que dejó por el camino a cuatro futbolistas blanquiazules –caño final incluido– y definió con maestría ante Caballero. Menos de veinte minutos después volvió a asomarse por el área, esta vez aprovechando los espacios. Nadie pudo pararlo. Nadie excepto Angeleri, de manera absurda a la par que antirreglamentaria. Benteke, esta vez desde los once metros, no perdonó. Y entre medias, Vlaar aprovechó para rematar en el área pequeña y sin oposición un servicio desde la esquina izquierda. 3-0 en treinta minutos; el Málaga se hundía.

Los hombres de Schuster eran incapaces de imponerse en la zona ancha. Ni Tissone ni Sergi Darder podían sostener al equipo y detener la sangría que se estaba produciendo, provocada principalmente porque los blanquiazules no tenían el balón en su poder. Los villanos aparecían una y otra vez por dentro para acabar con el Málaga con la velocidad de Benteke y Agbonlahor por fuera. A ello se le sumó la lesión de Weligton en la jugada del primer gol inglés y el estreno dubitativo de Roberto Chen, al que le falta aclimatación. Y mientras tanto, Portillo seguía impasible. El malagueño fracasó hoy en su intento por suceder a Isco como el constructor de juego por el que Martiricos suspira. Falló cuando tuvo que asumir responsabilidades para dirigir al equipo y se dejó arrastrar por la corriente de un rival mucho más rodado.

Y después, la luz. A partir del tercer gol de los de Paul Lambert, el Málaga reaccionó. Con un nombre propio además, un hombre que promete poner en pie a La Rosaleda en más de una ocasión: Bartolomiej Pawlowski. Pegadito a la línea de banda derecha, el polaco explotó. Y entonces, el Málaga comenzó a respirar fútbol. Se esfumaron de pronto los malos pensamientos y la máquina de Schuster echó a andar. De vez en cuando son necesarios este tipo de fogonazos para contagiar al grupo, más aún si Mestalla aguarda.

Pawlowski se ha empapado muy pronto del calor malagueño. Sabe lucirse, sabe dar al público lo que quiere. Una jugada maestra a lo largo de la línea de fondo dio lugar al primer tanto malaguista, obre de Okore en propia puerta. Pero no fue tanto la jugada del gol como la sensación de superioridad que mostró lo que encandiló verdaderamente al malaguismo. Incluso estrelló un balón al palo cuando los malaguistas desplazados a Birmingham ya cantaban gol. Se nota que aporta algo diferente, que se mueve con una gracia que al resto le falta. Es, de momento, la estrella del proyecto y se comporta como tal.

Tras la irrupción de Pawlowski y el paso por vestuarios, el Málaga fue otra cosa. Creo ocasiones a base de tener el cuero en los pies y rajó al Villa con Fabrice en la izquierda. El camerunés, discreto hasta entonces, continúa abriéndose paso en el primer equipo. Después llegó el tanto de Darder  que acercó al Málaga en el marcador un poco más. También hubo alguna que otra jugada dudosa dentro del área local sobre las que el árbitro pasó de puntillas.

El partido acabó con derrota malaguista por 3-2 frente a un rival mucho más hecho. Pero en realidad, el partido fue una equis de manual. El Málaga, horrible durante media hora, supo reponerse y llevar al Villa contra las cuerdas. Tuvo dos caras bien diferenciadas: la primera, la que no debe mostrar más a partir del próximo sábado; una cara experimental, veraniega y poco formada. La segunda, la que la afición espera; la de equipo sólido, guerrero y apetecible, comandado por el talento del nuevo héroe del malaguismo: Pawlowski.