El salmón es un animal fascinante. El guion de su vida bien podría ser el de una de esas inolvidables películas de dibujos animados que Disney produjo en los años 90. Una historia cargada de simbolismo y hermosa como pocas, provista de un final conmovedor en el que se mezclan la determinación, la épica y el sexo, con la cara más cruel de la naturaleza. En resumen, el salmón nace en el río y cuando se ha desarrollado lo suficiente se traslada al mar, donde pasa la mayor parte de su existencia. Cuando se siente preparado, retorna a la desembocadura del río en el que nació, lo remonta, se aparea por primera y última vez en el mismo lugar en el que lo hicieran sus antepasados, envejece aceleradamente y muere. El último periodo de su vida es como una montaña rusa. Un ocaso tan inevitable como agridulce.

Pero, ¿realmente es inevitable? No, no para todos. Hay una especie de salmón, el atlántico, que se niega a aceptar su destino y consigue sobrevivir a esta criba vital. Haciendo acopio de un instinto de supervivencia inusual para sus congéneres, el salmón atlántico repite año tras año el proceso de descender el río, remontarlo y aparearse. No tengo ni idea de cómo pudo llegar ahí, en realidad no creo que haya una explicación coherente, pero si uno presta toda su atención, puede observar que en el río Sadar sobrevive desde hace años un ejemplar de esta especie de salmón.

En los 14 años que lleva ahí, muy pocas han sido las temporadas en las que ha transcurrido por aguas tranquilas. La mayoría de ellas ha tenido que nadar en un río revuelto en el que se le han presentado y ha tenido que superar todo tipo de obstáculos. En realidad, ese pez no es más que el reflejo animal del osasunismo, que acude todos los años puntual a su cita con el Sadar, a remar a contracorriente para llevar en volandas a su equipo hasta el objetivo. Los árboles, las corrientes, las rocas y los osos son en realidad el duro invierno, los arbitrajes, los horarios o las penurias económicas.

Un año más, hemos conseguido llegar vivos al tramo final del camino y ya sólo queda un último escollo por salvar. Es cierto que llegamos aquí más magullados que de costumbre y que, aun haciendo todo lo que está en nuestra mano, dependeremos de voluntades ajenas para sobrevivir, pero a esta alturas de la vida lo que no vamos a hacer es traicionar nuestra identidad. Más que nada porque no sabemos. Nosotros haremos lo nuestro, lo de siempre, acudiremos al Sadar formando una marea roja que se desborde desde el hormigón de las gradas hasta el césped, impregnándolo todo de carácter "valiente y luchador".

Seamos conscientes de que esta puede ser la última vez que remontemos este cauce, que el año que viene quizás tendremos que nadar en aguas menos prestigiosas. Y, por si acaso es la última vez, disfrutémosla. Que el domingo que viene sea un día histórico para el osasunismo, que la ciudad entera se tiña de rojo, cantemos sin parar desde la mañana, al unísono, más fuerte que nunca. Como el salmón, hagámonos el amor una última vez antes de aceptar nuestro sino.

Si esta es la última vez, demostremos por qué la afición de Osasuna, como la vida del salmón, fascina al mundo.

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Sobre el autor
Imanol Itokún
Esta es mi primera experiencia como redactor. Bienvenidos