¡Por fin! Sí, por fin. Ya había alguno al que le daba igual el quién y el cómo, pero el cuándo empezaba a demorarse más de lo previsto. Primero Martín lo tuvo más que hecho con Archanco —en la despedida de Puñal habló incluso como nuevo entrenador de Osasuna—; pero la rocambolesca historia del ex presidente le llevó al más absoluto ostracismo. Era el turno de Urban. El polaco, el preferido de la afición, el rojillo. Ya se encargó Vizcay de que no fuera tan fácil —"Que no va a ser él" (leches)—. Volvía a aflorar de nuevo el nombre de Martín, pero este se hacía de rogar. Que si tengo ofertas de otros equipos, que si estoy en el mercado... Y llegó Zabaleta y, con él, un nuevo nombre: Pepe Bordalás.

— Entendido de Osasuna: "¿Pero quién narices es Pepe Bordalás?".

— Entendido de fútbol (en general): "Es el entrenador del Alcorcón, todo un conocedor de la Segunda División. Capaz de exprimir al máximo las potencialidades de sus jugadores y...".

— Entendido de Osasuna: "Sí, sí. ¿Pero quién es Pepe Bordalás?".

Ya en su día a Archanco se le llenaba la boca hablando de navarrización, cantera y valores. Y nada. Pero llegó Zabaleta, archienemigo reconocido del ex presidente. El Lex Luthor de la anterior directiva —aunque él mismo probablemente se vea como Superman—. Palabrería, palabrería y más palabrería. Lo de Archanco no era más que populismo. Ahora es cuando. Ahora llega la navarrización, la recuperación de los valores de Tajonar y... Bordalás. "¿Pero quién es Pepe Bordalás?".

Mucho ojo. Pepe Bordalás es un grandísimo entrenador. Lo lleva demostrando muchos años. Primero en el Elche y, sobre todo, en el Alcorcón, paradigma de la humildad y que la temporada pasada rozó los PlayOff de ascenso —se quedó apenas a dos puntos—, pero que en la anterior se quedó, directamente, a un paso de Primera. Entonces, ¿por qué esa reticencia hacia Bordalás? Por el mismo motivo que un niño se mosquearía si le ofreces un helado y le acabas regalando un caramelo. Más aún si el niño es un tanto especialito. Y Osasuna es un niño especialito.

— Entendido de Osasuna: "Te puedo decir quién no es Bordalás. No es Martín, no es Urban. No es de la casa y, probablemente, no entienda Osasuna. Y aunque pueda llegar a hacerlo, no estamos para experimentos".

Que para los rojillos la de Osasuna es la mejor afición del mundo es bien sabido —y, de hecho, tienen mucha razón—, pero hacía tiempo que no existían tantas tiranteces entre el equipo y la grada. Que sí, que aún tras el descenso el graderío sur seguía en pie de guerra animando y dejándose las gargantas por una consigna casi irracional, pero eso no quita que estén disgustados con el equipo.

La etapa europea de Osasuna —desde la clasificación para la previa de la Champions en la 2005/06— sumió al club en un dulce sueño que duró dos años. Dos años en los que, anestesiados por los éxitos deportivos, nadie se dio cuenta de una progresiva pérdida de los valores que habían hecho grande a este equipo. La exigencia de la competición continental obligó a un club caracterizado por su política de cantera y su gran gestión económica —solo por eso Osasuna todavía no es una SAD— a fichar jugadores y personal ajeno con un dinero del que no se disponía. Y con ajenos no nos referimos a extranjeros, sino lejanos al club en sus principios y valores.

A todos os vienen a la mente algunos de esos jugadores —buen momento para recordar Hijos del olvido, part. I y II—. Incluso, hubo unos pocos que dieron buenos réditos deportivos pero que, aún así, venían de pasada. Menos mal que aún quedaban los resquicios de una generación mágica que guiaría al equipo por una senda más o menos segura. No, Raúl, Azpilicueta y Monreal no. Su aportación a Osasuna fue brutal y aún hoy se les recuerda como reyes, pero la hornada referente fue otra. Palacios, Yanguas, Mateo, Josetxo, Cruchaga y, como no, el último gran capitán: Patxi Puñal.

Pero la fuente se fue apagando y las reservas han acabado por agotarse. Las lágrimas de Puñal tras la derrota contra el Celta en casa (0-2) marcaban el fin de una era y avisaban del amanecer de la catástrofe. Eran impotencia, rabia, soledad. Él fue quien salvó a Osasuna con su zapatazo contra el Sevilla en la temporada 2012/13, cuando ya nadie daba un duro por los rojos, cuando diez de los hombres en cancha habían bajado los brazos y los aficionados agachado la cabeza. Pero los milagros solo ocurren una vez y la suerte hay que buscársela. Y Osasuna había dejado de buscar.

La última vez que Osasuna había jugado sin navarros (1963) también acabó descendiendo

Un once sin navarros. Algo anecdótico quizá. No para Osasuna. Y este año, en la Rosaleda ocurrió por primera vez en 50 años. Desde 1963, oye. Y ¿cómo terminó Osasuna aquel año? Descendiendo. ¿Es casualidad? Tal vez no. Todos los aficionados, de cualquier equipo, dicen que su club es especial —y probablemente tengan razón, al menos para ellos—, pero en el caso de los rojillos es más flagrante todavía. Pocos clubs en España están tan arraigados a la tierra de la que nacen como Osasuna. ¿Os acordáis de la despedida de Cruchaga? Si fue media hora de rueda de prensa apenas habló cinco minutos de fútbol. Valores, coraje y la casta navarra fueron los leitmotiv de su discurso. Hoy, cinco años después, ya no queda nada de eso.

Lo decía un compañero de esta redacción: Perder la mirada perdida. O lo que es lo mismo, recuperar la mirada rojilla. Se ha vivido mucho tiempo ajenos a lo que estaba ocurriendo en Osasuna. Se ha mirado de reojo a la catástrofe y se ha cambiado el paso utilizando la permanencia en Primera División como placebo. Nuestra particular hiperrealidad, que diría Baudrillard. Pero ahora, cuando Osasuna ha dado con sus huesos en Segunda, cuando la situación ha obligado a levantar la alfombra y ser conscientes de los horrores, ya no queda otra opción. Ahora sí que sí. Ahora hay que recuperar la esencia.

Urban es un experimento deportivo, pero no osasunista

Y, para ello, ¿quién es Bordalás? Un caramelo, un experimento. Habrá quien diga "oye, que se ha fichado a un entrenador sin experiencia en la Liga Española, eso también es un experimento". Y no le faltará razón, pero hay que apreciar un matiz: será un experimento deportivo, pero no osasunista. Urban es el helado. Quizá no sea una apuesta segura, quizá no es un cornetto de stracciatella —que no suscita lugar a dudas—, pero es un helado, que en el fondo es lo que quiere Osasuna.

Y Osasuna no son ni Archanco, ni Zabaleta. Osasuna son aquellos que derribaron un graderío con el ímpetu de su celebración, aquellos que cantaron a los cuatro vientos por un equipo derrotado y en Segunda. Y esa gente, Osasuna, quería a Urban. A un rojillo, a Uno de los nuestros —como el genial drama de Martin Scorsese en los noventa—. Nadie mejor que él representa ese espíritu que urge recuperar. Y no, no es navarro, es polaco, natural de una ciudad de nombre impronunciable para el aficionado: Jaworzno. Aún así, hoy Jaworzno está más cerca de Pamplona que Alicante —de donde es natural Bordalás—.

Lo habéis adivinado, esto es un grito en favor de Jan Urban. Se rompe una lanza. Quien sabe si acompañarán o no los resultados, pero, ahora mismo, el que fuera delantero de Osasuna a principios de los noventa es el técnico idóneo para el equipo rojillo; igual que De Niro era el actor más indicado para dar vida a Jimmy Conway. Si algo necesitaba el aficionado navarro era ilusión y —con todos los respetos para un hombre incombustible de la casa como Martín Monreal— nadie mejor que él la podía traer de nuevo a orillas del río Sadar.

Hoy es el día uno de la escalada. Hoy comienza una nueva era. Una era en la que lo de menos será la vuelta a Primera División —mejor despacito y con buena letra—. Una era para recuperar nuestra esencia, nuestros valores y nuestros principios. Para rememorar el sentimiento osasunista y la rasmia navarra. Y para ello no hay nadie mejor que el hombre que nos hizo grandes. El hombre que demostró a un club con un conformismo preocupante que podía ser grande. O mejor dicho, que era grande.

Por ello, Urban es, aún de rebote, el primer gran acierto de la directiva de Zabaleta. Habrá que tener paciencia en lo deportivo —las condiciones son pésimas (sin poder fichar) y la exigencia máxima (el ascenso)—, pero, por lo pronto, Urban ya ha logrado lo más difícil sin ni siquiera aterrizar en Pamplona: devolver la sonrisa y la ilusión a la afición, a Osasuna. Ha vuelto uno de los nuestros, ha vuelto Jan Urban. Ongi etorri, míster.