Osasuna repitió, para disgusto del aficionado, el guión de las grandes ocasiones. Un guión para el que la lógica y la ciencia invitan a costarle un disgusto a algún que otro hipertenso. Luego está el corazón, al que una victoria así puede hasta rejuvenecer, pero que cuando lleva tantas y tantas derrotas a sus espaldas puede acabar arrojando la toalla. Por algún motivo que sus compañeras —la lógica y la ciencia— no alcanzan a entender, esto no ocurre en El Sadar, que se volvió a vestir de gala como en las grandes ocasiones: ya sea una celebración o un entierro. Y aunque últimamente cada jornada que pasa invitaba a dar por muerto a Osasuna, Indar Gorri seguía optando por la medicina tradicional para reanimar el cuerpo: "Animad con nosotros y venceremos, estad callados y desapareceremos", rezaba esta tarde una pancarta en el graderío sur.

Como en las grandes ocasiones, El Vals de Astrain ponía banda sonora a la espera, ya con los dos equipos sobre el terreno de juego y el colegiado del encuentro apurando, puntual, los segundos restantes a las 17 horas. "¡Riau-Riau!" entonaban las gargantas, "¡Riau-Riau!" calentaban el ambiente desde que, a las cuatro y media de la tarde, una multitud recibía al equipo a las puertas del estadio. El partido estaba a punto de comenzar, la madre de todos los partidos, y cuando el reloj daba las seis, Portu y César Díaz ponían la pelota en juego desde el centro del campo.

Segundos antes de que esto ocurriera, algunos repasaban su papel. Los más veteranos, como Nino —que a lo tonto ya ha vivido unas cuantas de estas en Pamplona—, sabían de sobra lo que tenían que hacer. El de Vera corrió, como perro en celo, para recuperar con la mayor premura posible el esférico para Osasuna. Pero otros, como Oier —que a pesar de llevar unas cuantas horas de vuelto estrenaba protagonismo—, saltaron al escenario casi con la chuleta en el bolsillo. El de Estella sabía que, con el brazalete en el brazo, suya era la responsabilidad de empujar al equipo hasta que las piernas dejaran de responder. César Cruchaga, buen amigo suyo y un ilustre de estas lides, había mandado un palito en los días previos, presumiblemente, al otro capitán: Miguel Flaño, hoy baja. "He echado en falta y en algún caso me he llevado una decepción con gente que tenía que haber estado al frente del grupo y que ha estado escondida toda la temporada", decía el histórico central rojillo el viernes en sala de prensa.

Fase I: el héroe

Oier estrenó el marcador en el 1 con un zapatazo espectacular

Oier no podía fallar. Él no. Así que tiró el guión a la banda, agarró la pelota en banda zurda e hizo lo que mejor sabe hacer: echarle... narices. Y entonces se acordó de otro reputado capitán, Patxi Puñal. "¿Qué haría Patxi en esta situación?", debió pensar Oier. Para entonces, el lateral ya se había plantado casi en la frontal y era perseguido por dos jugadores del Albacete, pero no se lo pensó. Puso toda su alma y corazón en un disparo lejano que recordó, sin duda, al centrocampista de Huarte. La pelota golpeaba con violencia contra la red; El Sadar enloquecía, se desahogaba. Y Oier también. Gritó extasiado, se tiró al público y se abrazó con el graderío. Eso incluso le costó una tarjeta amarilla, pero había merecido la pena. Minuto 1, 1-0.

Muchos pensaron también en Puñal. Concretamente en un Osasuna - Sevilla de la temporada 2012/13. Entonces el excapitán rojillo levantó con un zapatazo similar a un equipo muerto, que perdía 0-1 y veía casi con apatía los puestos de descenso a un partido y medio del final. Y Oier traía de vuelta esa escena a la cabeza de los allí presentes. Periodistas y blogueros tomaban sus notas y más que una crónica sonaba a efemérides. Pero la memoria es inteligente, y selectiva. De aquel día todavía queda en la garganta ese regusto agradable que dejan las grandes gestas, pero las papilas gustativas parecen haber olvidado el amargor de los minutos previos al tanto de Puñal. La impotencia, la angustia y, sobre todo, esa sensación de que algo malo está por venir.

Nadie lo recordaba entonces. Ni Nino, que vio desde la grada aquel encuentro frente al conjunto hispalense; ni el propio Oier, que entró en el 83, segundos después de que Cejudo consumara la hazaña con un magistral lanzamiento de falta. Por un momento, vino hasta bien. Ese vacío memorístico permitió a Osasuna atacar con alegría, empujados —como marcaba el guión— por el coraje del estellés, y el menudo delantero de Vera rozó el tanto de la tranquilidad apenas dos minutos después con un testarazo que se marchó por poco. A priori la jugada no significaba más que una evidencia de la entrega que los rojillos pensaban imprimirle al encuentro, pero fue la segunda piedra para construir la trama de las grandes ocasiones. Regla número 2: si no se sufre, no cura.

Pasados unos primeros minutos de estupor, el Alba, que poco o nada sabía de la película, empezó a asomarse al balcón a "golismear" —un sinónimo castizo de cotillear—, como dicen en la ciudad manchega. Pero no al balcón de la vecina, sino al del área. Los de Luis César Sampedro tantearon a su rival tras desquitarse del agobio inicial con lanzamientos de media distancia y centros tensos entre el portero y la defensa rojilla. Sin grandes ocasiones, pero recordando al espectador que en todo buen guión debe de haber, no solo un héroe, sino un villano.

Osasuna perdonó el 2-0 en los minutos finales de la primera parte

De esto que el balancín, totalmente postrado en tus dominios, comienza a levantarse tímidamente, poco a poco. Hasta el punto, que te acaba golpeando en la cara. Mala pata la del conjunto manchego, pues los rojillos despertaron. Por nada del mundo querían un guión como los de las grandes ocasiones, así que asediaron a Dorronsoro. Ese era el control de los de Mateo sobre el partido: si lo deseaban, dominaban con holgura el encuentro. El Alba es un conjunto que juega buen fútbol, pero que acumula todas sus virtudes de mediocampo para arriba. Una presión aparentemente agresiva era suficiente para que los centrales blancos enviaran la pelota a la banda o, en el mejor de los casos, la rifaran con un despeje largo. Y si ese es el mejor, ¿cual era el peor? Recuperación y ocasión de gol osasunista: Sisi en el 42, Nekounam en el 43 y Nino en el 44. Menos mal que en el 45 el que intervino fue De la Fuente Ramos, árbitro del encuentro, para cortar el asedio rojillo y permitir, de esta manera, que el guión siguiera su rumbo.

Fase II: inevitable decadencia

Osasuna replegó sus líneas al comienzo de la segunda mitad

Para lograr una gesta rojilla en toda regla —meterle cuatro al Madrid no es gesta, sino utopía desmentida— había que dar un pasito atrás, no vaya a ser que alguien metiera el segundo y se acabara el nerviosismo. Eso no son formas de romper una racha agónica de doce jornadas sin ganar y metidos hasta el cuello en los fangos del descenso. Fue entonces cuando Mateo recordó ser triscaidecafóbico. El número 13, sin ser martes, le dio al técnico navarro un repelús paralizante. La posibilidad de encadenar su decimotercer encuentro sin lograr una victoria, las ganas irrefrenables de celebrar los tres puntos y la bondad de un marcador favorable fueron para el técnico señal ineludible de repliegue. De guardar la ropa, de amarrar los muebles. Esa presión dominadora a toda cancha que tantos frutos estaba sirviendo al conjunto navarro quedó en agua de borrajas y, tras el descanso, los once de rojo esperaron tras la medular.

El Albacete, en cambio, que había optado por la improvisación en los primeros 45 minutos, decidió, como Osasuna, seguir un guión; concretamente, el guión que tan buenos réditos le había aportado a los rojillos: arreón inicial aderezado con presión arriba, agresividad y verticalidad en el juego. Los manchegos sabían de la debilidad de su rival que, aunque por delante en el marcador y perdonando muchas ocasiones de gol, necesitaba la victoria como el comer —y ganar por la mínima suma lo mismo que meter cinco goles—. Obligaron a Osasuna a defenderse, le buscaron las cosquillas, lanzaron una contra de tiralíneas y... Samu la mandó a la grada. El error del canterano, solo, dentro del área y con tiempo, se celebró en El Sadar como un gol rojillo. La suerte, por fin, sonreía del lado rojillo en su momento de mayor debilidad de los 90 minutos —o los 52 jugados hasta ese momento—.

Portu empató con un cabezazo a los 53 minutos

Y entonces surgió la duda. ¿Qué guión se estaba siguiendo? ¿Es el de las grandes ocasiones o es el de los últimos partidos? Pues Samu perdonó, pero no Portu. Fue el errático atacante el que cedió un balón para que Paredes pusiera un centro medido al área y Portu, colándose entre los defensores, cabeceara a placer al fondo de las mallas. Vujadinovic no daba crédito; El Sadar, tampoco. Gran parte de la grada se silenció, la otra, esa que se resiste a caer, continuó con sus cánticos de siempre. Nadie podía creer que estuviera pasando otra vez; no hoy. Parecía que a la decimotercera iba la vencida y el Alba había tirado por tierra las esperanzas de salvación. Sí, de salvación. Minuto 53, 1-1.

Quedaban casi 40 minutos para el final y Mateo y los jugadores lo tenían claro. Calmarse, mirar el crono y jugar al fútbol no es algo que vaya con Osasuna. Así que el técnico quitó a Merino —hombre de creación— para meter a Loé —pivote pivotísimo— y asegurar así, al menos, la posesión y centímetros en el área rival. ¿La estrategia? La misma que tantas veces han seguidos los rojillos en situaciones desesperadas y que tan escasa efectividad detenta: dientes, corazón y balones a la olla.

Núñez sacó un balón en línea de gol en el 68

Cinco minutos después del gol, los navarros eran dueños y señores del partido ante un Alba al que el empate le dejaba siete puntos por encima del descenso (buen botín). Diez minutos más tarde, el bombardeo de centros sobre el área de Dorronsoro una realidad rematada con timidez por David García o el propio Raoul. Quince después, en el 68, Núñez salvaba el gol del camerunés en línea de meta. Con el portero vendido y fuera del arco tras una mala salida, con el rematador centrado y llegando en carrera tras una dejada de Nekounam y con la grada comiéndose la hierba por celebrar un tanto de Osasuna. Agua. Fría. En la cabeza. Tener esa oportunidad, lejos de dar alas a los rojillos, sepultó en gran medida las esperanzas locales.

Fase III: éxtasis rojillo

Loé marcó, en el 81, el gol de la victoria

Un equipo muerto, que se alejaba de la victoria y que veía casi con apatía los puestos de descenso a poco del final. ¡Eureka! ¡El guión de las grandes ocasiones! El que permitió el zapatazo de Puñal, el que salvó Lekic un par de años antes a pase Camuñas. Torres, que había salido para dejar patente su guante a balón parado, tiraba a la desesperada un córner sobrepasado el minuto 80. Barrera psicológica, recta final. David García, inmerso en el mogollón, conseguía rematar con la testa al palo derecho de Dorronsoro, pero el central no conseguía imprimir ni fuerza ni dirección al remate ante el acoso de su marcador. El meta blanco y sus defensores hacía gestos casi como dejando pasar la pelota, el tiempo y la ocasión. Pero allí, en el primer palo, apareció el pivote pivotísimo. Raoul Loé se tiró con todo a por la pelota y rebaño el remate de su compañero. Él le dio la fuerza y la dirección necesaria, él la mandó al fondo de las mallas, él desató la locura, el firmó el guión de las grandes ocasiones con su cabezazo. Minuto 81, 2-1.

Pero todavía quedaba un último punto que cumplir. En este tipo de partidos, lograda la proeza, toca defenderla. Y ahora sí. Encerrados y armados hasta los dientes, con la única voluntad de patear el esférico lo más lejos posible del arco. Minutos que se hacen horas, Oier que se hace enorme y centros sin peligro que te hacen un nudo en la garganta. Pero, finalmente, el árbitro pitó el final del partido y consumó... ¡Un momento! Las grandes ocasiones también suelen implicar un expulsado. Álex Berenguer fue el afortunado. Con apenas cinco minutos sobre el terreno de juego y posiblemente sin llegar a oler la pelota ni sudar la camiseta, el joven atacante rojillo se tiró con todo en el centro del campo para alejar, aún más el esférico. Ese era su cometido: llevar el cuero lejos del área navarra, arañar segundo al crono. Y lo consiguió. De forma poco ortodoxa pero lo consiguió. Entre las quejas, las protestas y la sorpresa por la roja directa se acabó el partido. Definitivamente era el guión de las grandes ocasiones.