Hace ya bastante tiempo un anuncio de televisión planteaba una cuestión ciertamente filosófica: ¿A qué huelen las nubes? Hoy en día la gente se lo sigue planteando, probablemente más en tono jocoso que filosófico.

Filosofía es también intentar explicar a alguien por qué se es de un equipo en concreto. La respuesta fácil la tienen las aficiones de los equipos grandes: “Porque gana títulos”. Evidentemente se trata de una simplificación, puesto que los sentimientos van mucho más allá, pero podría ser una respuesta válida. Sin embargo, con los más humildes la cosa se complica. En este caso, ser rojillo es casi un acto de fe. El sufrimiento es una garantía: sufrimiento para mantenerse en Primera División, sufrimiento para entrar en Champions (Osasuna fue cuarto clasificado en la temporada 2005/2006, y lo logró en la última jornada), sufrimiento para salvarse de la desaparición (no se debe olvidar la salvación agónica en el descuento de la campaña 2014/2015, evitando el descenso a Segunda División B) y sufrimiento hasta para ascender (los rojillos subieron a la máxima categoría entrando en ‘playoff’ en la última jornada de liga regular y gracias a otros resultados en su último ascenso. En el anterior lo logró en la última jornada liguera).

Con todo ello, si a alguien se le pregunta el motivo por el que es de Osasuna, una buena respuesta para no decir que “es algo inexplicable”, sería: “Por su aroma”. Pero, ¿a qué huele Osasuna?

Osasuna huele a ilusión por que llegue el día de partido, por tener la camiseta rojilla con el nombre de un ídolo a la espalda, por que el carnet de abonado llegue a casa.

Osasuna huele a ritual: preparar el bocadillo, enfundarse la zamarra rojilla, coger la bufanda del equipo y la manta si es invierno, aparcar el coche en alguno de los parkings de la Universidad Pública de Navarra y enfilar la calle Sadar hasta el estadio.

Osasuna huele a cánticos por los aledaños de El Sadar que motivan y calientan el ambiente previo al encuentro.

Osasuna huele al pacharán con hielo del Txoko o el Kiosko del Sadar con el que se calman los nervios antes de entrar, con el que se intercambian charlas y se hacen amistades con la afición visitante.

Osasuna huele a césped recién cortado y regado, ese aroma que inunda las fosas nasales de los espectadores nada más cruzar los vomitorios y que indica que el partido está a punto de empezar.

Osasuna huele a banderas, pancartas y cánticos. Al “Riau – Riau” con las bufandas al viento al dar comienzo el partido.

Osasuna huele a gol de Cruchaga: salto potente, carrillos hinchados y remate de cabeza inapelable a saque de falta de Puñal. A Muñoz sacando el balón del estadio de una patada. A Oier besando el escudo. A galopada por la banda de Berenguer. A paradón de Ricardo. A Enrique Martín corriendo por la banda, fuera de sí, gritando instrucciones a los suyos. A ‘hat-trick’ de Urban en el Bernabéu. A la plantilla manteando en el centro del campo a Raúl García o Merino.

Osasuna huele a cabreo al volver a casa tras un partido espantoso, pero que al día siguiente ya se ha pasado.

Osasuna huele a la Plaza del Castillo abarrotada de gente celebrando un éxito del equipo.

Osasuna huele a Pamplona, a Montaña, a Zona Media, a Ribera, a Navarra entera.

Osasuna huele a chuletón del norte, a la huerta del sur, al pacharán de la montaña y al vino de la ribera.

Osasuna huele a unión de una sociedad tan diversa y dispar como la navarra, algo que sólo es capaz de igualar las fiestas de San Fermín.

Osasuna huele a sentimiento, a pasión, a piel de gallina cuando se habla de los rojillos.

Osasuna huele a fidelidad de una afición que está en las buenas y en las malas. Sabadell sigue oliendo a Osasuna, Girona también.

Quedan momentos buenos y malos por llegar, pero Osasuna seguirá desprendiendo ese mismo aroma esté donde esté. Por eso se es de Osasuna.

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Sobre el autor
David Pascual
Graduado en Trabajo Social (UPNA). CP en Animación Videomusical (CTL)