Una tarde soleada, un ambiente de gala y un partido con sabor a playoff en Santander. El domingo pintaba bien para la parroquia racinguista, que se las prometía muy felices contra el Reus. Sin embargo, desde el principio del partido los visitantes iban a silenciar a las 18.000 gargantas de El Sardinero, a base de goles y buen fútbol.
El cambio de 'última hora'
En los aledañós de El Sardinero, minutos antes del choque, se escuchaba decir: "hemos cambiado de sistema, jugamos con tres en el medio", con la voz semiquebrada y cara de incredulidad. Así fue, Munitis sorprendió a propios y extraños con un trivote -inédito durante toda la temporada- y tres hombres arriba. Un experimento a destiempo, con mucho que perder, que resultó fatal.
El Racing encajó tres goles en El Sardinero por primera vez esta temporada
La variante pareció pillar por sorpresa hasta a los jugadores, que evidenciaron su mala sintonía con el sistema desde el primer minuto. Errores en la salida de balón, una presión al rival ineficaz y la sensación de que los jugadores del Reus les ganaban cada balón. Un cúmulo de pifias que traería el desasosiego a la grada.
Tras el primer gol catalán -en el minuto 9- el Racing no fue capaz de levantarse de la lona. Los visitantes campaban a sus anchas, con un juego combinativo delicioso y a la vez mortífero para los cántabros. Todos perdidos, ninguno llegaba a su marca, ni era capaz de zafarse de su homólogo. La cara de Colsa lo decía todo: frustración e impotencia. El Reus siguió a lo suyo -cuajando un partido de otra categoría- y el Racing no hilvanó ni una jugada reseñable. ¿El sistema? Sí, sin duda. El mayor damnificado de la derrota de ayer fue el técnico. No era momento de arriesgar, y salió mal.
Al Racing le pudo la presión
El cambio de formación nubló el camino, pero no fue el único contratiempo de la tarde. Los cántabros no entraron al choque en ningún momento. Abstraídos, despitados y con menos garra de lo habitual. Al Racing le habían podido los nervios. El Reus salió a ganar, sin especulaciones. Y se encontró con un equipo descolocado, indeciso y, lo peor, nervioso.
Munitis adivirtió: "Espero que el ambiente no nos afecte negativamente"
Todos los balones aéreos eran para los de amarillo, los unos contra uno -ya fuera ofensiva o defensivamente- eran una exhibición de velocidad y técnica de los visitantes, y así en todas las facetas del juego. Un baño en toda regla. Los santanderinos no estuvieron a la altura, quizás por la presión que suponen estos partidos. Munitis ya lo avisó el viernes: "Espero que el ambiente no nos afecte negativamente". Acertó de pleno. Los 18.000 espectadores hicieron temblar emocionalmente a los suyos. Incomprensible, pero cierto.
Los ánimos y gritos de apoyo no surtieron efecto, todo lo contrario, hicieron que el balón quemara en los pies de los jugadores. Incluso César Caneda, ejemplo durante toda la temporada de temple, experiencia y saber jugar, ayer parecía un flan cuando se le acercaban las sombras de amarillo. Ver para creer. El partido siguió por esos derroteros, y el pitido final fue como un alivio para los de casa, que ven esfumarse sus opciones de ascenso como campeón.
Una semana para 'lamerse' las heridas
El daño ya está hecho, pero el cuerpo técnico necesita levantar a los suyos. Es una semana complicada, más si cabe cuando el correctivo ha sido tan serio, no solo en goles, sino en cuanto a sensaciones. Queda un partido de vuelta en el que nada tienen que perder. Pensar ya en el próximo sorteo sería un despilfarro, además de una falta de respeto.
El Zaragoza logró remontar un 0-3 al Girona hace un año
El diván de La Albericia va a estar 'calentito', porque es un recuerdo que les va a costar olvidar a los jugadores. La misión principal de la plantilla -tanto jugadores como técnicos- es hacer autocrítica, a largo y tendido, para después sacar conclusiones y mejorar.
El Racing se agarra a un clavo ardiendo, pero hay precedentes. El Zaragoza remontó el año pasado una situación idéntica, asaltando Montilivi con un 1-4 para certificar su pase a la final del playoff. Esta semana servirá para medir el grado de fortaleza mental de los cántabros, porque lo que empezó como una fiesta, terminó como un funeral.