Tras Osasuna y Valladolid, el Real Madrid se enfrentó al Rayo Vallecano y aunque los tres puntos no sumaron en el casillero franjirrojo, la cantidad de ilusión y esperanza creció a niveles insospechados.

Los jugadores comenzaron saludando a la grada en señal de unidad y gritándose unos a otros consignas de apoyo para derrotar al coloso que tenían enfrente. Algo cambiaba, los futbolistas estaban todos unidos con el fin de lograr un objetivo, daban sensación de equipo tras muchas jornadas en las que el Rayo era un borrón, una broma de mal gusto. Enfrente, los mejores jugadores del mundo defendiendo la misma camiseta, ni más ni menos. Los futbolistas ya mostraban, antes de comenzar, una actitud muy distinta a la vista hasta entonces. Personalidad ganadora.

El sueño cesó pronto, muy pronto. A los tres minutos, Cristiano Ronaldo adelantaba a los madridistas. El Rayo aún no ha conseguido levantar un resultado en contra en lo que va de temporada, algo que se podía observar en el rostro de los jugadores. Pese a ello, los franjirrojos daban claras muestras de pelea y de demostrar que aún no se había dicho la última palabra. El gol de Benzemá llegó minutos después, pero el equipo continuó peleando, situación casi inédita en este Rayo que ante las adversidades dejaba que el barco se hundiese en vez de achicar agua.

Ronaldo sumó el tercero para los madridistas tras el descanso,  pero ese equipo impotente, vacío y sin actitud parecía haberse quedado atrás. Esa sensación quedó plasmada sobre el terreno de juego en apenas dos minutos. Dos penaltis transformados por Viera acercaron a los vallecanos en el marcador. Vallecas volvió a vibrar y a disfrutar con su equipo, que estaba arrinconando a uno de los equipos más grandes del mundo. Casi se logra la gesta si no fuese por el desacierto rayista y los reflejos de Diego López.

Esa vibración, esa emoción interior no se vivía en Vallecas desde la temporada pasada. Cierto es que lo vivido en la anterior campaña fue mágico, el mejor Rayo en 90 años de historia, pero es real que ese pálpito de despegue, ese paladar con sabor a añejo del año 2012/2013 renació en el interior de cada uno de los vallecanos. 

El Rayo salió derrotado, pero esperanzado. Ahora toca Balaídos y después recibir al Espanyol en casa con los ánimos en todo lo alto. Se puede ganar a cualquiera, solo hace falta actitud y fe de que los retos se pueden conseguir. Quizás, gracias al partido frente al Madrid, los jugadores rayistas ya no se sientan “los más mierdas de la categoría” por fin y tengan ganas de pelear por quedarse un año más en la élite nacional y mantener el sueño casi utópico que se vive en Vallecas, un sueño que se ha mantenido a base de fe. Porque sí, la fe existe y se llama Vallecas.