Me repito después de cada partido que este Rayo Vallecano tiene que mejorar, más como esperanza de que algún día ocurra, que como la solución del problema. Cuando ni el buen fútbol ni la casta son suficientes para ganar un partido, uno se maldice por la mala suerte que se ha cernido sobre él. Pero cuando son catorce de veinte, uno no sabe qué pensar. Con uno hacia delante, y dos hacia detrás, los pasos del Rayo siguen siendo con pies de barro.

Faltan las piezas de un rompecabezas que no conformar jugadores, sino derrotas en pila. Sin dudar ni un solo instante de jugadores con supuesta calidad suficiente, ni de la capacidad de un hombre que lideró el mejor Rayo de la historia en Primera hace un año, es inevitable pensar algunas veces eso de “Jémez, diles de una vez por todas que no pasa nada por dar un pelotazo”. Pero eso es la punta de un iceberg que se derrite en un mar que les viene grande. Porque faltan disparos, falta gol, concentración, seguridad, victorias. Digamos lo que sobra y acabamos antes. Sobran errores.

Pero amigos, me niego a pensar que tantos errores duren una temporada entera, a pesar de que una y otra vez el bueno de Paco cargue sobre sus hombros no sólo su responsabilidad, sino la de los suyos. Los problemas de los 45 goles encajados, de perder partidos en el minuto uno, de las expulsiones evitables (a veces inevitables), de las lesiones ineludibles, de las pocas ocasiones y además frustradas, de las derrotas in extremis, de los continuos asaltos a Vallecas, o de los puntos que no llegan, son el resumen de la primera vuelta de un equipo cuyo diagnóstico sigue sin concretarse. Preguntad, y escucharéis falta de motivación, ausencia de calidad, sangre sin rayismo en vena, desconcentración, falta de continuidad, desconfianza… Una amalgama de situaciones conectadas que aumentan las heridas de un Rayo sin tantas tiritas.

Un equipo sin recursos que sigue intentando ganar sin aparentemente haberse parado a pensar qué le pasa, tropieza con viejas y nuevas piedras haciéndonos recordar cada vez con más anhelo el holograma de la temporada pasada que vimos en la primera jornada de ésta. Un partido que supuso revivir un estilo que enfermó a partir de entonces, y para el que el Rayo, de momento, no ha encontrado cura.

Sin embargo, al igual que no nos olvidamos del equipo del año pasado, tampoco lo hacemos del de hace dos, con el que aprendimos qué es el fútbol. Un deporte en el que cuerpo y mente entran en contacto en busca de un objetivo que, después de tanta verborrea pedante, 'por cojones' se puede conseguir, aunque sea en el último minuto. ¿Preparados para sufrir?