El silbato del árbitro rasgó el aire catalán. El balón perteneció a las rayas azules y granas en los primeros minutos. El conjunto del Tata Martino no tardó en hacerle llegar el cuero a Adriano, escorado en la banda izquierda. El lateral brasileño, inconforme con el resultado inicial e impaciente por cambiarlo, esquivó una patada rival, se perfiló hacia la diestra en la esquina del área y marcó un gol con sabor a recuerdo.

El equilibrio de los primeros minutos se tambaleaba entre disparos de ambos conjuntos, con una mayor presencia local como era previsible. La madera retumbó por el tiro de Messi. Después por el de Pedro. Parecían tambores de guerra. El Rayo Vallecano no bajó las armas. Los hombres de arriba fluían con rapidez, pero chocaron contra la seguridad de Valdés. El portero estuvo excelso tirándose a los pies de un rival, y levantándose para seguir frustrando los sueños rayistas. En la otra área, el peligro también existía, más constante aún. Saúl tuvo que arriesgar el gol en propia meta, pero le salió cara en el azar y pudo salvar el pase de la muerte. Tomó nota Rubén, cuando Messi demostró que le es indiferente la izquierda que la derecha. El argentino birló a Saúl, que defendía su zurda y obligó al guardameta al lujo de la mano cambiada.

Acento rosarino

Desde ese disparo al descanso, Messi impuso su ley. En el césped se habló acento de Rosario y se compuso poesía. El diez hizo del tango una visión, del juego un arte y de un pase un gol. Fábregas, que acababa de dejar un reguero de jugadores rayistas, perdió el cuero. Por furia y fe, recuperó él mismo y dio un regalo a Messi. Ante el portero, el balón se elevó mágicamente por encima.

El enfado de Jémez iba en aumento. El Rayo perdió el norte con el segundo gol culé y sus esperanzas se iban arrastrando las botas, con Arbilla, camino del vestuario. Cambio de lateral antes del descanso que no auguraba nada bueno. La segunda mitad empezó con una presión laxa, pero el Barcelona imponía los límites, dominaba calmado.

En mitad de la mansedumbre, una salida errónea del Rayo desencadenó una serie de pases rápidos y otorgó el balón a Alexis, quien lo usó de cincel para esculpir una estatua de Rubén. La sentencia cambió el acento rosarino por el español chileno.

El Barcelona roza la perfección

La segunda parte se resume fácil: Valdés, goles y peligro. El primero, después de que fallara la garra de Puyol y el cuero llegara a Larrivey, acarició el disparo del tanque argentino. Lo acarició con mimo y le susurró con la mano derecha que se marchara a saque de esquina. Obedeció. Enamorada del guardameta, la pelota quiso volver a sus manos y olvidar las intenciones de la zurda de Rochina.

En el capítulo goleador, Iniesta, sin ser actor principal, fue clave. Cesc se asoció con el de Fuentealbilla, que nunca se cansa de innovar. Recompensó la confianza de su compañero, devolviendo un balón que muchos no podrían. Matiz: muchos no podrían darla ni estando mirando. Iniesta, de espaldas y de tacón, lo hizo. Cesc también fue solidario y se la cedió a Pedro. Un poco más tarde, Alexis conjugaba su acento con el de Messi. El verdugo hizo honor a su mote y no perdonó. Para terminar la fiesta, un recién invitado, Neymar, se vistió de gala con un golpeo de cine. El punto de set.

Y ocasiones. Muchas, muchas, muchas ocasiones. Una sucesión de jugadas repetitivas, calcadas, preciosas. Defensa rayista y ataque blaugrana danzaban un cruento baile y se asemejaban al protagonista de “Atrapado en el tiempo”. Rubén, o Zé Castro o la mala puntería que, aunque parezca mentira, sufrieron en algún momento los delanteros locales, evitaron un escándalo mayor.

El Barcelona hizo un fútbol abusivo. El Rayo fue maltratado.

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Sobre el autor
Sergio  Vicente Z.
Graduado en Filología Hispánica. Máster de Profesorado. Apasionado del fútbol y de las letras. Adoro cuando se juntan. Prefiero las buenas intenciones que acaban en fracaso que el éxito basado en las malas.