El encuentro de Vallecas debía ser una inyección de buenas sensaciones para ambos conjuntos. Los bilbaínos se llevaron los tres puntos frente al Levante, pero el resto de jornadas las contabiliza con fracasos. Con un punto menos esperaban los madrileños, que tras firmar tablas ante el Atlético de Madrid y el Deportivo, hincaron la rodilla contra Elche y Villarreal. Por lo tanto, la sed de puntos acuciaba a ambos conjuntos. La mítica de la franja roja y su aura que irradia por todo el barrio vallecano acogían a los vascos de clásicas barras rojiblancas, intercambiadas esta tarde por las raíces de la ikurriña plasmada en la camiseta.

El balón rodó y perteneció al Athletic en los primeros minutos. Los visitantes mandaban balones a su comando de avanzadilla: Aduriz. El donostiarra quebraba el equilibrio de la zaga rayista, dominando el espacio aéreo y conectando con los compañeros que apoyaban desde segunda línea. El Rayo necesitó agua para quitarse las legañas y se la proporcionó Licá. El luso encontró una grieta en la banda derecha por la que filtrarse y en dos ocasiones puso en un aprieto a la guardia rival. Sin embargo, las ocasiones de los dos conjuntos sufrían un incipiente ateísmo, es decir, existían muy faltas de fe. Las del Rayo fueron interceptadas por Iraizoz antes de que naciera el peligro. Muy atento al portero, ocupando casi la posición de líbero. En la otra portería, la calidad de Beñat avisó desde el balón parado.

Beñat, el amigo de la pelota

En el minuto 20, la cuerda se rompió. El cuero buscó a su mejor amigo, que estaba siendo Beñat. El de Igorre, acariciando el pase como un sutil amante, despidió a la pelota al primer toque, precisa, hacia De Marcos. El lateral, reconvertido por las circunstancias en extremo, tuvo tiempo de otear el futuro y predecir el gol. Aduriz no le contradijo. El tanto, lejos de picar el orgullo vallecano, hundió al equipo madrileño en una breve depresión. Jémez se desesperaba al ver a sus pupilos obsequiando con el balón al rival, sin imposición de ninguna clase. En esta tierra fértil, sembró el Athletic y creció Muniain. El pícaro de Pamplona estuvo amargando la tarde a Quini, cosechando diablura tras diablura en la banda derecha. El lateral franjirrojo, amonestado, fue sacrificado por Jémez para dar entrada a Tito, quien fue capaz de cerrar la puerta sin piedad a Muniain.

Trincheras de mediocampo

Una vez bloqueado este hueco, el juego cayó hacia la zona central. Avanzar era trabajoso, las interrupciones eran consecutivas y el balón tropezaba en trincheras de mediocampo. Los numerosos cepos eran insalvables para las jugadas de ambos conjuntos. En esta guerra de desgaste, Licá se encontró en la banda entre la espada y la pared. Acorralado, sacó el revólver y disparó al aire. Su proyectil se cruzó con el error de Iraizoz, hiriéndole bajo el brazo. Leo observó el balón invitándole a empujarlo y no quiso decepcionarlo. Empate y sables al cielo. Las faltas continuaron, pero la sensación del Rayo mejoró considerablemente. Kakuta bajó el telón de la primera mitad con un lanzamiento suave desde la frontal.

Espejo de sensaciones

Se reinició el encuentro y, salvo el cambio de portero en los locales, no hubo cambio. Ni de jugadores ni de estilo. La zona de influencia seguía siendo muy reducida, el oxígeno faltaba a las ideas de unos centrocampistas obligados a ejercer de cirujanos en cada envío. Tuvo que ser un central el que se doctorase, Zé Castro, poniendo un balón donde no llegaba la zaga rival. Leo Baptistao usó su zancada para encarar a Iraizoz, aunque en el último momento decidió ceder a Licá. El portugués, en plena caída, remató con fuerza. El portero repelió el primer intento, pero su despeje dio una nueva oportunidad a Kakuta. El habilidoso francés deja caer hojas de calendario, sopesando qué hacer. Intuyó bien, obró mal. Decía Bill Shankly que “si estás en el área y no estás seguro de qué hacer con el balón, mételo en la portería y después discutiremos las opciones”. No lo hizo Kakuta y lo pagó el Rayo. A pesar de todo, las buenas sensaciones se instalaron en los locales.

Sin embargo, de sensaciones no se vive. Muniain cambió la banda y puso a la defensa del Rayo del revés. Dos acciones muy peligrosas que culminaron con otra incorporación de De Marcos que pudo ser determinante. Aduriz se relamía por el inminente cabezazo, pero entre las molestias que le causó Zé Castro y la estirada de Toño, digna de cromo, aplacaron el veneno de su remate. Las sensaciones, infieles, se mudaron a territorio vasco durante unos minutos. El encuentro era ambivalente. Esta tarde tocaba sufrir, escuchar los tambores, aguantar la lluvia y meter el pie. Era fútbol de barrio, en el barrio. La lid no se componía únicamente de fuerza, sino de picardía y sutileza.

La fórmula del barrio

Poco a poco, en silencio y casi sin avisar, el tiempo pasaba. El partido llegaba a su recta final, con la honestidad de la pugna en pleno éxtasis. Los vascos querían recordar el sabor de la victoria y los madrileños probarla por primera vez en esta temporada. Esto provocó que subiera la presión sanguínea y que temblara el pulso de los dos bloques, retomando la senda de las infracciones por excesivo ímpetu. Parecía inamovible el empate, pero las apariencias engañan.

De repente, un destello oscuro. La figura de Manucho, recién ingresado, se elevó sobre los defensas y cabeceó. Simple sensación, atrapó Iraizoz con sencillez. Otra vez volaba el cuero sobre la portería vasca y de nuevo Manucho entraba en acción. Entre sus ansias y las de Bueno con una chilena a medias se estorbaron y se les escapaba la ocasión entre los dedos. Pero el Rayo recordó la fórmula que servía para el fútbol de barrio: sutileza, fuerza y picardía. Kakuta agregó un regate, encarriló el esférico hacia su zurda y, con la mentada sutileza, convirtió el balón en globo. A su centro medido se unió la fuerza en el salto de Leo Baptistao, cuyo remate chocó en primera instancia con Iraizoz. Faltaba añadir la picardía y una pizca de suerte. Leo Baptistao, arrastró el cuero, que había quedado vivo, con el alma de su pie y el balón dio las buenas noches a los enloquecidos vallecanos desde su hamaca en la red rival. Pitido final. En el barrio, se impuso el barrio.

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Sobre el autor
Sergio  Vicente Z.
Graduado en Filología Hispánica. Máster de Profesorado. Apasionado del fútbol y de las letras. Adoro cuando se juntan. Prefiero las buenas intenciones que acaban en fracaso que el éxito basado en las malas.