Se aproximaba a Vallecas una apisonadora. Una máquina blaugrana, sin goles recibidos, con pleno de victorias con la única mácula derramada en Málaga. En casa esperaba el Rayo Vallecano, con un registro muy equilibrado, pequeñas rachas de dos empates, seguidos de dos derrotas y compensadas con dos victorias consecutivas. Su pizarra ni escondía las cartas ni traicionaba la línea de tres mediapuntas. Indiferencia retadora al poderoso visitante. Correspondiendo al desafío, Luis Enrique se permitía las rotaciones, desplazando a Mathieu a la banda izquierda y dando oportunidad a la experiencia de Xavi.

De tú a tú

La valentía es tan representativa del Rayo como la franja roja. Rozando un idealismo romántico, mostrando casi desprecio por la muerte, con una sonrisa sarcástica en los labios, el equipo local adelantó líneas y frenó al Barcelona. Propuso un duelo de honor, presionando el mediocentro rival, olvidando cubrir unas espaldas en exceso descubiertas, como quien no teme la traición. No tardó en avisar el Barcelona. A pesar de la cuerda floja por la que caminaba la defensa del Rayo dejando en fuera de juego a los delanteros blaugranas, Jémez había inoculado al rival un mal colesterol, que imposibilitaba la circulación fluida.

El Barcelona también sonrió, con honestidad, agradecido por un rival a la altura que ofrecía espacios mientras le buscaba las cosquillas. De hecho, la primera estrella culé en brillar fue Bravo. Alberto Bueno recibió el cuero en la frontal, esquivó a uno, a otro y cuando el balón terminó junto al banderín de córner, pocos estaban sentados y en silencio en el estadio. Kakuta echó las manos a la imaginación para una jugada de recopilatorio. El Rayo se envalentonaba más y más. La espalda, descubierta. Otro remate de Bueno. El pecho henchido, la franja cruzando una calavera y la bandera ondeando al cielo de Vallecas. Los bucaneros, con su humilde navío, estaban haciendo retroceder a una flota insigne. De tú a tú.

De usted a usted

El ritmo frenético inicial relajó sus músculos, ambos conjuntos respetaron el oxígeno del otro. Una metafórica pelea de carneros, retándose, recuperando el aliento antes de cada nuevo golpe, se escenificaba en el césped. Mientras, el partido llegaba al minuto 20 y Bravo rompía la marca de imbatibilidad de Artola, impuesta en el año 1978. El Barcelona carburó, Neymar encontró a Messi con un pase magnífico, saboreaba la pelota el argentino cuando Toño saltó como un felino sobre él. Cambió el viento. La bandera pirata se refugió con timidez del temporal azulgrana. Mathieu abordó la banda izquierda, pero su envío fue cercenado por la intervención de Toño. El último aviso fue una pesadilla muy real. El argentino menudo, el menudo argentino, avanzó velozmente, marcó y celebró. Otra bandera ondeó, esta vez la del asistente que anulaba el tanto. El Rayo resistía. De usted a usted.

El minuto de castigo

Condenado a muerte casi desde el comienzo, el Rayo se enfundó las botas del capitán Jack Sparrow y se escurría entre las garras del gigante de la Ciudad Condal. La zaga de Jémez funcionaba, mordía los talones de Messi, Neymar, Munir, Iniesta o de quien osara adentrarse en su terreno. El problema fue ese: solamente podían perseguir a un cuerpo terrenal. Messi inició una carrera en el hueco de Abdoulaye, alcanzó la ascensión mística y voló. Su espíritu era inalcanzable para las piernas mortales de los defensas y cuando creó una parábola perfecta, las llaves del paraíso abrieron también la cerradura de Toño. Imposible de parar. Solo un minuto después, Neymar agujereaba de nuevo la espalda franjirroja. Los madrileños fueron desbordados por una sombra brasileña, de la que surgió un disparo cruzado. Un minuto y condenados. Abierta la veda, las balas rozaban la madera donde se resguardaba Toño. El árbitro conmutó un penalti al guardameta en una jugada donde Munir y Neymar fueron dueños del área rayista. Munir, sin ojos para su compañero, regateó y cayó. “Nada”, dijo Mateu.

Arrojo suicida

No hay medias tintas en el vestuario de Jémez. Después del descanso, introdujo a Manucho y a Aquino, retiró a un central y quiso a los suyos con la cabeza alta. La delgada línea entre la valentía y el suicidio. La segunda mitad llegó paulatinamente, ambos conjuntos tomaron tierra suavemente. Mientras tanto, Iniesta. No tardó en acabar la tregua. Dos cabezazos de Bueno que buscaban encontrar el centro de la diana más por confianza que por recortar el marcador. Las bandas rayistas se transformaron en surtidores de esféricos. Piqué contestó con otro cabezazo, Munir con un disparo raso.

En el diálogo de oportunidades, el Barcelona se dejaba llevar por la pendiente, cuesta abajo en punto muerto. El Rayo paró a descansar en un margen del camino, muy cuesta arriba, mientras contemplaba tierra yerma. El sufrido equipo entendió que necesitaba más, les era imprescindible el aliento de la grada y un corazón ciego. Leo Baptistao encarnó al hambre, disparó con alma y en un tiempo ralentizado, Bravo tocó la pelota y salvó a los suyos. Fue una parada casi cruel por toda la ilusión que robó.

Expediente Messi

Morcillo, el único central madrileño sobre el césped abandonó el terreno tras el castigo rojo de Mateu Lahoz. Al Rayo no le quedaban centrales. Esta acción provocó una serie de sucesos paranormales que se podrían catalogar como Expediente Messi. El Rayo se abonó al estoicismo, a la carrera de estómago, al nervio pasional, a la cabeza de Manucho y a la zancada de Leo. Hasta aquí, un escenario habitual.

Entonces ocurrió lo extraño. Mathieu, dueño absoluto de la banda zurda, regaló un pase de la muerte, al que Messi llegó. Pero no hubo gol, Insua despejó sobre la línea. Qué raro. La siguiente jugada fue un calco, pero esta vez el argentino ni siquiera contactó con el balón. Qué raro. Iniesta, Rakitic. El péndulo de Allan Poe oscilaba sobre la franja roja, pero no caía. Nada sucedía acorde con lo ritual. El Barcelona, ante una defensa rota, resquebrajada, no marcaba. Messi tiró desde dentro del área y no fue gol. Raro. Otra vez pudo marcar y no lo hizo. Muy raro. Piqué le habilitó con un pase bombeado y delante de Toño, a placer de su zurda, Messi erró. Extremadamente raro.

El partido finalizó y el Barcelona ganó. La equidad fue rota en dos acciones, mantiendo al Rayo en el plano de "tú a usted". Sin embargo, en los últimos minutos, esos impregnados de una atmósfera irreal, el equipo catalán se relajó y perdió la concentración. El Rayo Vallecano, confundido por el aturdimiento rival, ha jugado bonito ese rato. Acabó Vallecas en pie, desangrándose por los dos agujeros de gol de la primera mitad, pero en pie. Y Messi falló una más.