El chico malo que se pasó de bando pese a haber nacido en el margen izquierdo del río Havel, en la Alemania Oriental, regresa al calor del sur de Europa, a tierras de lucha y revolución para seguir escribiendo una bonita historia bélica, con el cuero pegado al pie, leyendo metáforas sobre las ciudades que quedaban bajo su yugo. Empezó prometiendo grandes gestas en Berlín, junto a otro pillo que explosionó en el Bernabeu, Özil. El carácter de Ebert nunca fue el mejor para triunfar en un mundo tan intrincado como el del fútbol y poco a poco la llama ardiente del correcaminos de Postdam fue diluyéndose en el panorama de jóvenes estrellas teutonas.

Por aquel entonces, en tierras castellanas, el Real Valladolid volvía a la máxima competición con el ilusionante proyecto de otro guerrero, Miroslav Djukic. Con Alberto Marcos a los mandos de la dirección deportiva y con otro archiconocido como Iñaki Bea haciendo el trabajo sucio de chivato - de buen chivato -, se concretaron dos de los fichajes más prolíficos del último lustro en la capital del Pisuerga: Rukavina y Ebert.

Juntos formaron una dupla letal en banda derecha, una dupla armónica y bien equilibrada que amederentaba hasta a los más grandes. El alemán vino con la estampa de 'bad boy' reformado. Su hermano de distinta sangre Boateng y más recientemente Ashley Cole (con el que está en la imagen enlazada) sabían bien de su faceta de galgo noctámbulo y gran protagonista de las mejores fiestas de Berlín. Fue también en una noche cuando amén a su carácter de buen líder, el chico rubio empezó a recibir críticas positivas. Un hombre de más de 100 kilos intentó suicidarse, tirándose a las vías del metro de la capital alemana en estado de embriaguez. Ebert, que pasaba por allí, le rescató a tiempo de las vias y le salvó de una muerte inminente.

Ebert en su etapa con el Real Valladolid. (Fuente: Valladolideporte).

Ya una vez en Valladolid, el joven de los tatuajes y pasado incierto se ganó los aplausos de un respetable frío, como el clima de sus inmensas llanuras. Del José Zorrilla se hizo dueño, a la vanguardia de su infalible compañero 'Ruka' que, con el tiempo, mostró más fidelidad que el campeador sempiterno en el recuerdo de los más avezados seguidores del conjunto blanquivioleta. La marcha de Djukic y la venida de Juan Ignacio Martínez seguido de una ristra de fichajes exóticos denostaron a una institución endeble en lo económico, en lo deportivo, en lo social y quizá lo más importante, en el vestuario.

Las desavenencias con sus compañeros desmbocaron en la decisión de Ebert de no jugar más con el equipo

Jugadores con peso dentro de la plantilla como Javier Baraja, Rubio o Rueda arremetieron contra el tudesco publicamente, del que decían no tener hambre por vestir la camisola albivioleta. Él, por el contrario, alegaba que era el equipo no tenía hambre por mantenerse en Primera. La sórdida atmósfera, alimentada por un escarceo del jugador con el Atlético de Madrid, terminó en una dolorosa ruptura cuando el equipo peor estaba, encajando derrotas consecutivas por cuatro goles y sin visos de levantar la cabeza.

El guerrero de Postdam, que había estado en el dique seco durante varias semanas por continuos problemas físicos, recogía su macuto y ponía rumbo a la fría Rusia, dejando una ciudad de caballeros, nobles luchadores y comuneros por una tierra de antiguos comunistas, luchadores renovados y renovadores, grandes filósofos y mejores pensadores. La blanca Rusia llamaba al anciano rival alemán, ahora convertido en fuerza de combate sin el beneplácito de la afición espartana, que quería técnica y no la rudeza efectista de su flamante incorporación. Murat Yakin le convirtió en su protegido y paulatinamente se hizo con la titularidad lejos de las tierras en las que el mortero más virulento explotó definitivamente.

Ebert durante el amistoso frente a la UD Las Palmas.

El Valladolid daba con sus huesos en la Segunda División de manera estrepitosa, dando un espectáculo lamentable a ojos de una fanaticada abatida por los experimentos del entrenador, las carencias de los jugadores y la poca sangre que éstos ponían sobre el verde, en contraposición al añorado trabajo de Patrick, siempre correcto e incluso sobresaliente, desfondándose en cada balón dividido y montando contras letales para rivales de cualquier entidad.

Rusia dejó de ser campo de batalla para el futbolista que aún quiere disfrutar del fútbol. Máximo Gorki dejó de escribir su historia este mismo verano. Los aires de Partisano de Bielski se empezaban a oler por Vallecas, en donde, finalmente, recalaría el luchador germano. El pueblo obrero retomará la biografía de un futbolista irregular, tan ecléctico como carismático, carne de cañón para el Club más humano de la geografía española. Un bucanero más en la nave roja, a la que llevará, si las lesiones le dan un respiro, a las tierras más fértiles de la élite.