El Sevilla recibía al Rayo Vallecano con las acostumbradas ausencias en la protección: Rami, Pareja, Carriço, Escudero, Beto... una ristra de nombres fantasma en la alineación del Sevilla. Una maldición que obligaba al equipo hispalense a llevar a cuestas el farolillo rojo al inicio de la jornada. Cubiertas sus bajas con lo puesto, Emery disponía la defensa de su plaza con el rojo pasión que exhiben las puertas de la Maestranza. Enfrente, los vallecanos vestidos de gris y dispuestos al asalto del fortín, intercambiadas algunas piezas tal como acostumbra su jefe Jémez. La principal novedad de los madrileños llevaba el nombre de Jozabed a la espalda y modificaba el dibujo hacia el trivote medular, donde se solapaban dos alas, Embarba y Bebé, y una punta de lanza, Javi Guerra.

Los nervios de Nervión

Ni el mejor alcalde en la historia de Sevilla ni el Marqués de Nervión pudieron imaginar que el nombre del barrio sería una etiqueta perfecta para el estadio Ramón Sánchez Pizjuán. Una grada repleta de uñas mal comidas, víctima del tembleque insano de miles de piernas, incapaces de soportar la derrota de los suyos una jornada más. A pesar de que el Sevilla comenzó el encuentro con el balón en su poder, los aficionados se ahuecaban el cuello de la camiseta cual futuro ahorcado. El Rayo no planeaba ser una presa dócil y el impulso inicial fue rápidamente mitigado. Las primeras lanzas las rompieron dos mediocentros: Iborra y Trashorras; el primero con una irrupción desbocada al área rival y el segundo con un potente lanzamiento lejano.

Un contragolpe terminó de desatar los nervios del Nervión. Javi Guerra intuyó el peligro y Toño lanzó la respuesta a un tiro libre frustrado de Krohn-Dehli. El danés reculó veloz pero despejó débil, prestando una ocasión a Jozabed dentro del área pequeña. Sergio Rico dio la cara, literalmente, por su equipo. Le apasionó a Jozabed aquello del protagonismo, de la fama y los focos, por lo que reclamó atención, erigiéndose dueño de la medular a pesar de ser un recién llegado a la titularidad. Los temblores de las piernas locales aumentaban.

Emboscada por la izquierda

Engullidos ambos conjuntos en una pelea cuerpo a cuerpo, salpicada por cañonazos de los corpulentos Bebé y N´Zonzi, dejaron de vigilar el flanco izquierdo del ataque sevillista. Mientras el Sevilla se imbuía de la tentación de abandonarse a un caos impulsivo, a un fútbol cardíaco y a una paciencia inaccesible, en ese flanco izquierdo, precisamente allí, se encontraba un atajo a la victoria. Trémoulinas, héroe de la banda, tanteó con pie miedoso el terreno que se le ofrecía hasta donde la vista le alcanzaba. Se acercó dos veces y centró ambas, primero largo, demasiado largo, después corto, demasiado corto.

Se cerró el atajo unos minutos, que transcurrieron desagradables entre la pelea de Amaya con Iborra, los empujones, las amarillas y las jugadas de voleibol cabeceadas en el área rayista. Nadie se había percatado del camino del flanco izquierdo, los aficionados bullían, tensos, el fútbol lloraba en un rincón, abandonado por todos salvo por algún guiño ocasional de Reyes. El lateral francés no podía olvidarse del hueco que había soñado. Jozabed y Javi Guerra repitieron el día de la Marmota, intercambiando los papeles del guión, en el que el centro perfecto fue del mediocentro y el remate frustrado del delantero.

Ante la inmediatez del tanto franjirrojo, Trémoulinas decidió pasar a la acción. La jugada nació en las cumbres del pecho de Iborra, que abrió a banda al lateral francés, que en plena emboscada zurda, dejó solo a Gameiro frente a Toño. El otro francés definió sin clase, pero con olfato, haciendo rozar el cuero bajo el puente de las piernas del guardameta rival, en dirección a la red.

Agua en las ascuas y fuego inesperado

Fue agua fría el gol para el equipo local y templó los ánimos. El caldero del Nervión expulsaba humo por el contraste de fría calma y ardiente pasión. Sin embargo, el humo fue franjirrojo. No aprovechó el impulso el Sevilla y los de Jémez adelantaron filas, con un Javi Guerra extremadamente móvil que tan pronto recibía de Trashorras y estaba a punto de finalizar trabajo, como era él quien asistía al mediocentro. Si anteriormente fue protagonista de Atrapado en el tiempo, ahora el delantero se caracterizaba en Ponte en mi lugar, inmerso en este subgenero de comedia blanda. Los locales se encomendaban al islote inconexo de Iborra, mientras que los huéspedes mantenían la posesión, aunque en el último tramo de campo luchaban inútilmente contra las leyes de la física, fracasando una y otra vez en su alquimia.

Jozabed continuaba en el haz de luz, convirtiendo su posición en hegemónica y resbalando hacia ambas bandas para colocar centros precisos. Fue tal su participación que incluso eclipsó a Embarba y Bebé, tímidos en la primera mitad. ¿Habían olvidado el flanco izquierdo, verdad? Trémoulinas no lo hizo. Pisó de nuevo el lateral la cosecha de los sueños, recogió las semillas en barbecho y fructificó su incorporación con un centro genial hacia Reyes. El utrerano recibió el envío en un páramo yermo de rivales, avanzó sin oposición por el pueblo abandonado que le ofrecía el rival y cedió, casi altruistamente, a un N´Zonzi que introdujo el balón fácilmente entre tres sombras con una franja rosa. Nadie en el estadio esperaba una sonrisa tan ancha antes del descanso.

Pagar los platos para romperlos

Avisó Jémez en rueda de prensa que su equipo quizá pagase la vajilla rota del rival. Y lo hizo en la primera mitad. Sin embargo, antes del primer minuto de la segunda, dos centros habían sobrevolado la cabeza de Sergio Rico. Pronto los errores en la salida defensiva empañaron el empuje inicial. Ahora bien, el Rayo encontró sus armas. Lejos de la planificación de las emboscadas zurdas de Trémoulinas, los vallecanos apostaron por la fuerza bruta. En un balón parado, Bebé plantó el cuero a aproximadamente treinta metros de la meta sevillana y fijó la vista.

Con toda probabilidad levantó algún cuchicheo e incluso puede que alguna sonrisa irónica entre los espectadores para, con un disparo seco y crudo, helarlas al instante. Recortaba distancia el Rayo, sin atajos, a revólver descubierto. El Sevilla respondió a la tumba abierta de los madrileños con ferocidad. Andreolli mandó al limbo un balón muerto. Una lluvia de flechas cayó sobre la meta rayista, y todas ellas eran piernas del mismo hombre, Gameiro. El francés corría a una velocidad distinta al resto y este detalle también cambiaría el transcurso de la historia, aunque aún no lo imaginaba nadie. Cuando el Rayo acusaba haber pagado platos ajenos, cuando el Sevilla se acordaba de su posición en Liga, Javi Guerra destrozó la nueva vajilla. Y otra vez sin sutilezas, sin hacer caso al negociador que ofrece engaños, saliendo en estampida hacia el marco rival y golpeando duro.

De su misma medicina

La situación cambió hacia los intereses rayistas y aquellos nervios que parecían olvidados reforzaron su presencia en una grada plagada de silbidos y gritos poco amables hacia los suyos. Lass, recién incorporado, pudo haber terminado de encender la pólvora, pero la mecha la apagaron los apurados dedos de Sergio Rico. No por mucho tiempo, porque tras un disparo sin oposición de Nacho, el estadio alcanzaba su minuto de mayor malestar en todo el encuentro, subiendo los decibelios hasta niveles insalubres.

Konoplyanka salía a jugar en ese momento, otro detalle a tener en cuenta para el final de esta historia. Razvan Rat emulaba a su horma en el otro lateral y remataba desde lejos, ante el solitario camino que el Sevilla construía en su medular. Y así, entre idas y venidas, el partido se despedía lentamente. Quedaba únicamente el último recodo de la senda del empate, pero tras esa esquina se escondía el pistolero Konoplyanka. Gameiro estalló en zancadas de nuevo, imparable legalmente, así que Amaya tuvo que ponerle una barrera al margen de la ley, que supuso la segunda amarilla para el central. Poco solucionó con ese cortafuegos. Konoplyanka plantó el cuero a aproximadamente veinte metros de la meta madrileña, fijó la vista y... en Nervión sonríen por primera vez esta temporada.