Cuando José Mourinho llegó al Real Madrid, en aquella multitudinaria rueda de prensa del 31 de mayo del 2010, el portugués contestó a una pregunta acerca de la posible conquista de la décima copa de Europa del equipo blanco: “La Décima se gana con ilusión, no con obsesión”. Dicha pregunta ya fue una pequeña extensión del madridista ávido, una pequeña muestra del ansia que hay por parte del aficionado merengue de conquistarla, desde hace tiempo.

Entendiendo ilusión como una esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo, y por obsesión una perturbación anímica producida por una idea fija, comprendo que los madridistas tienen ambas cosas. Raro sería no tenerlo después de once años sin llegar siquiera a una final. Una final a la que llegar pensando en el ‘partido a partido’ resulta difícil para un club del prestigio del Real Madrid, el cual debe superar como mínimo la barrera de cuartos para evitar los titulares con la palabra ‘fracaso’, siempre y cuando el máximo rival haga lo mismo.

El aficionado blanco se acostumbró rápido a ganarla cada dos años, en aquella secuencia desde 1998 hasta 2002. Algo que hace ridículo que, después de estar más de 30 años sin conquistarla, ahora, tan sólo once años, obsesionen. Pero la obsesión viene, si no producida, impulsada por una irritación acumulada de seis años cayendo seguidamente en octavos. Y por una prensa que dimensiona un objetivo recargado, creando en el aficionado una obsesión sobre el tesoro de los tesoros, haciendo de ella una quimera posible de traer al mundo cada año, con titulares como “La Décima o la Vida”, “Este equipo huele a Décima”, “No sin la Décima”, “Veo la Décima”, “Traednos la Décima”, y un sinfín de palabrerías referentes a la décima de la lista onomástica madridista, que por el contrario, no ha llegado. Pero que llegará, y ganar un título será perder un peso de encima. Un peso que ha ido creciendo exponencialmente cada año, hasta convertirse en una especie de excalibur clavada en su piedra imposible de sacar.

¿Dónde hay sitio para la ilusión con tanta presión año tras año? Terminados con éxito los partidos de octavos y cuartos, que para el aficionado madridista han de ser puro trámite (no por la posible superioridad ante el rival, sino por la distancia que le separaba de la orejona) y llegados a la semifinal, es cuando ahora la ilusión empieza realmente a vislumbrarse en el rostro madridista. Donde cambia el lema de “ganar es tu trabajo” (o “llegar aquí es lo mínimo que te pido”) por el de “haz todo lo que puedas” (o “si pierdes, por lo menos ya estamos oficialmente entre los cuatro mejores de Europa”).

No obstante, enfrentarse ahora al rival ‘menos fuerte’ de los cuatro (Borussia Dortmund), o así lo dicen los entendidos, los números, la historia, o la teoría, hace que esta ilusión que pone sus miras en La Finalísima, se forje, de nuevo, de cierta presión futbolística y mediática. Ser favorito te deja en evidencia cuando pierdes, y agranda al rival cuando te gana. Eso, y que el Real Madrid está exigido a ganar casi siempre, hace que los merengues no puedan deshacerse de esa presión formada alrededor de la número diez que le ahoga en cada edición. Desmintiendo a Mourinho, el Madrid está destinado a ganarla con obsesión. Un sentimiento que se ha creado involuntariamente año tras año, y que ha influido al aficionado hasta tal punto que más de uno soltará eso de “¡por fin!” cuando la preciada llegue a las vitrinas merengues.

La ilusión volverá cuando el Real Madrid empiece a luchar por ‘La Undécima’, cuando la opresión forjada alrededor del ‘título definitivo’ se desvanezca, y se abra paso el camino que ya rezaba la selección española en aquel autobús que la desplazaba por Sudáfrica en el mundial de 2010: “La ilusión es mi camino, la victoria mi destino”.