La vejez hace años que dejó de ser una cosa de años, que dejó de llevarse en el carnet de identidad, pues pese a que la decadencia física deteriora la salud y movilidad de las personas de la tercera edad, en gran medida puede llegar a convertirse en una cuestión mental, espiritual. Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara y la verdadera tragedia de envejecer es que mientras la naturaleza corpórea languidece, el espíritu puede seguir siendo muy joven.
Por ello no os dejéis engañar por el aparente mensaje de decadencia física que transmite el personaje que preside gran parte de los actos institucionales del Real Madrid, pues tras el perfil arrugado de aquel sabio de la barriada bonaerense de Barracas, que genera compasión a muchos, yo sigo viendo la mirada de Hermes Trismegisto: El “Tres Veces Grande”. Sigo viendo el fútbol de todo el campo cultivado desde pequeño, junto a su modesta familia de inmigrantes dedicados al trabajo agrícola. Una mezcla de genes franceses e italianos explosiva que fueron a germinar sobre las chacras verdes que convirtió en pasto para jugar. Sigo viendo a un joven que creció a imagen y semejanza de un tal Charro Moreno, sigo viendo a ese futbolista que reventó la WM recorriendo el césped recuperando, distribuyendo y goleando.

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Su fútbol fue todo un tratado de literatura hermética, instantes con la pelota que contuvieron hechizos y procedimientos de inducción mágica En su caso, la ancianidad es arma de doble filo, pues en la acidez del genio reside gran parte de su magia. Todo aquel que ose dirigirse a él tendrá que hacerlo con la prudencia y distancia del que es consciente de que roba unos minutos de existencia al patrón de los magos del fútbol, mensajero y dios de la sabiduría del balón. El “Tres Veces Grande”, el dios egipcio Dyehuty, el Hermes griego y el dios Mercurio romano. No en vano su concepción porteña del fútbol se sustenta sobre toda la cancha desde que en 1939 entró en el River Plate Infantil, donde creció al cobijo y con el rodar de una máquina rioplatense de banda roja cruzada.

Su personalidad es tan rotunda como lo era su fútbol, también sencilla pues pese a esa acidez de carácter mantiene viva la llama de un espíritu llano que se emociona a diario releyendo a Martin Fierro y escuchando a Gardel. “Tres veces grande” porque su fútbol fue todo un tratado de literatura hermética, instantes con la pelota que contuvieron hechizos y procedimientos de inducción mágica. Por tanto el recuerdo de su tiempo nos transmite pura tradición hermética, el desempeño futbolístico de un jugador excepcional, de “técnica” hermética que desarrolló en el fútbol español el arte de la hechicería y la alquimia del balón.
Siempre habrá un antes y un después en la historia del fútbol y del conjunto blanco Un nuevo concepto de jugador que revolucionó la historia del fútbol, que puso patas arriba a una crítica afilada defensora a ultranza de la tradición. Que anclada en los viejos conceptos y el corte de delantero poderoso que coronaba la WM, acabó rendida a las cualidades del genio de Barracas, que deslumbró en Chamartín tras pasar por la Liga pirata. Su obra, el Real Madrid, la “Tabla Esmeralda” del fútbol, pues siempre habrá un antes y un después de Don Alfredo Di Stéfano en la historia del fútbol y del conjunto blanco.

Foto: realmadrid.com
Por la citada razón cuando veáis a ese anciano en silla de ruedas fruncir el ceño, recordad que estáis viendo al Real Madrid, a una de esas estatuas de piedra en cuyo interior quedó atrapada el alma de un ángel y un demonio. Pura literatura hermética, un futbolista total que revolucionó los conceptos en la Liga española y adoptó como suya la competición que Bernabéu hizo a la medida de su equipo: La Copa de Europa. A la medida de un equipo que bajo la batuta de Don Alfredo atravesaba las líneas clásicas reventando la tradición balompédica. A su paso saltaban en pedazos los corsés posicionales de puntas, interiores, mediocampistas y defensas.
Gracia natural para hacer el fútbol sencillo, dinámico y aplastante superioridad goleadora Di Stéfano aparecía por detrás de los medios, por las alas, incluso por su área, pedía la pelota y hacía el fútbol sencillo. Don Alfredo era dueño del juego y del balón, por eso peleaba como nadie por arrebatarlo y cuando la posición no era la adecuada para el remate o la recepción, se sacaba un recurso de su chistera dejando helados a los rivales y a Chamartín con un mágico taconazo o un imperial golpeo de cabeza. Su gracia natural para hacer el fútbol sencillo, dinámico, y su aplastante superioridad goleadora, dispersaron de inmediato cualquier atisbo de crítica.

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La generosa dispersión de su juego era de entrega y talento premeditado, lo había visto en La Máquina de River y lo llevó a la perfección en el Real Madrid. Su omnipresencia rebelde dotó al conjunto madridista de una personalidad que adoptó como propia, aquella con la que se identificó plenamente y fue reclamada históricamente por el socio. Pues ese número nueve que revolucionó el fútbol y redactó sobre los campos de Europa la “Tabla Esmeralda” de la vieja Copa de Europa, sigue portando en su sabia mirada la esencia y el espíritu de la institución blanca.
Es simplemente Don Alfredo Di Stéfano, genialidad, rebeldía, sacrificio y diversión, el Hermes Trismegisto del fútbol, tres veces grande porque demostró que al fútbol, como a la vida, hay que enfrentarse con el corazón, se juega con los pies, se interpreta con el cerebro y se disfruta con el alma.
Demostró que al fútbol, como a la vida, hay que enfrentarse con el corazón, se juega con los pies, se interpreta con el cerebro y se disfruta con el alma.