Balón en profundidad, Alves sale en falso, Ronaldo gana el quite y envía mansamente el cuero a acariciar las mallas. Mou abandona la zona técnica, traquetea su carrera, la acompasa a lomos de un caballo imaginario, divisa a Callejón y se sube victorioso a la chepa de un equino con escudo ganador. Un acto natural, irónico, liberador de tensiones y rebosante de furia. Una furia bravía impregnada de ese sentimiento que padece aquél que es acusado del delito del acusador y difamado hasta el hastío. Una furia hermana atada con lazos de fraternidad.

Unos hubiesen brincado con los puños cerrados y los brazos alzados; otros hubiesen fundido su efusividad en un cómplice abrazo; muchos hubiesen flexionado su tronco, arqueado su espalda y agitado sus brazos. El gol, ese éxtasis de celebración. La celebración, ese abanico de originalidad. La originalidad, esa fuente de recursos.  Recursos, los que tiene Mourinho.

Cuesta imaginar –esto va de ejemplos- a Benítez o Del Bosque haciendo el ´caballito´ sin evocar a un corredor de los boy-scouts embutido en un saco de patatas dándose de bruces contra el césped. Tarea complicada. Son carne de celebraciones llanas. De esas que no son sinónimo de provocación para el aficionado medio, que tiende a identificarse con ellas por su carácter campechano. El ´caballito´ se aleja de esa categoría, entra en el terreno del estilo y el ingenio. Irrita por su gracejo y desespera con su garbo. Y si tiene copyright en Mourinho, aún más.
 
El ´caballito´ es la imagen de tres puntos vitales para la liga, pero también el espejo de la furia y coraje del que se ve vilipendiado. Eso nadie lo va a negar a estas alturas. Tiene cierto punto de valentonada autosuficiente frente al entorno hostil. Un entorno beligerante cuando se visitan plazas rivales (véase el resquemor de Mestalla o Superdeporte con sus ´papanatadas´ en portada), pero que tiene al principal enemigo en casa: la prensa. Sí, la prensa madridista (o parte importante de ella), ese ente hipócrita que lleva denunciando los supuestos modales del setubalense toda la temporaday envenena con tinta sesgada. Ese ente inmerso en guerras internas que azota desde la difamación y la soberbia la figura del portugués.
 
No hace falta poner nombres. Todos sabemos quiénes son y cuál es su modus operandi. Buscarán fisuras, batir en duelo psicológico al manager blanco, crispar al público para que alimenten el odio en los estadios y limar sus asperezas personales. Él seguirá con su furia sarcástica. La culpa langiana para otros. No le hace falta gritar al oído de Callejón “ladran, luego cabalgamos. Una imagen vale más que mil palabras.