Frente a frente en la primera final. Pep Guardiola y José Mourinho se jugaban de forma directa el primer título cara a cara. Lo que estaba por venir no tendría cabida ni en el mejor libro de ciencia ficción que se recuerde. Un aluvión de clásicos que comenzó con un insulso 1-1 en el Santiago Bernabéu que acercaba la Liga a los azulgranas. El siguiente duelo, haría escala en Mestalla.

El recital de golpes, entradas, patadas, pisotones, quejas, gritos, protestas y demás algarabías que poco o nada tienen que ver con el fútbol, se obviarán. La primera parte fue el tramo de partido más disputado y reñido de todo lo que estaba por venir. Con más miedo de recibir gol que de marcarlo, ambos equipos salieron a Mestalla con la intención del desgaste.

Pronto Cristiano pudo adelantar al Real Madrid. Corría el minuto 18 cuando su disparo cruzado se colaba en la meta de Pinto, pero un jugador azulgrana salvaba el tanto en la línea de gol. Avisaban los de Mourinho, heridos por los comentarios de claro favoritismo de los culés.

Y de nuevo Ronaldo, en una gran galopada por la banda derecha, se presentaba ante el meta barcelonista y, su disparo, bajo y colocado, lo sacaría Pinto con una gran mano. El Real Madrid no tenía la posesión pero sí las mejores ocasiones. La velocidad era su aliada.

La primera parte fue un asedio blancoUn minuto antes del descanso, Pepe se animó a subir al remate. Un gran envío desde la banda derecha a la cabeza del portugués se cantó en media España como gol. El remate lo repelió el palo y el descanso llegó con un 0-0 que podría haber sido 0-3. Era un claro aviso madridista. Las alturas le iban a complicar mucho el partido al Barcelona.

Tras la reanudación, el dominio del Barcelona fue total. Pero entonces apareció Iker Casillas. Primero con una gran mano ante un buen disparo de Leo Messi y después con una vaselina de Pedro que acariciaba la red, pero que el guardameta de Móstoles sacó contra pronóstico.

Pero la parada salvadora llegó en el minuto 80. Tras una internada en el área de Andrés Iniesta, el manchego remató con su pierna menos buena. El gol parecía inminente, el remate pilló a contra pie a Iker. Pero de nuevo, una mano que nadie sabe aún de donde salió, desvió lo suficiente el balón para que se fuera a córner.

Tres ocasiones igual de claras que las de la primera parte a favor del Real Madrid. Un 3-3 que seguía siendo 0-0. Y, entonces, llegó la prórroga.

El físico se impuso a la técnica. Cristiano se impuso a Messi. La velocidad del portugués seguía intacta. En el minuto 97 corrió a un pase en profundidad que a punto estuvo de transformarse en el primer tanto del partido. Su disparo lamió la cepa del poste viendo pasar tan cerca, pero tan lejos el gol que unos resoplaban y otros no se lo explicaban.

Y entonces llegó. Cinco minutos después una pared entre Marcelo y Di María por banda izquierda propició que el argentino llegase con ventaja para poner un centro pluscuamperfecto al área azulgrana. Allí apareció él. Sosteniéndose en el aire como si llevase a su espalda un jetpack, Cristiano puso la frente para embocar el primer tanto del partido ante un Pinto al que le pilló a contrapié y con cinco centímetros menos. 0-1.

El portugués corrió hasta la banda y, con rodillas en el suelo, su majestuosa figura quedó a escasos metros de la afición blaugrana que no se creía lo que estaba viendo.

Con el Barça lanzado a por el empate, Adebayor primero y Cristiano después, pudieron sentenciar la final. Pero Pinto estuvo más acertado. No pudo ser. El partido terminó. Iker Casillas elevó la Copa del Rey a los cielos de Valencia y José Mourinho fue manteado por sus jugadores. Habían terminado con la hegemonía absoluta de Pep Guardiola y los suyos. Era el principio.