Se barruntaba revancha por los cuatro costados. En cada esquina de Chamartín se oían aullidos de venganza, exigencia impertérrita a la situación dispar que acuna a cada escuadra. Daba igual, importaba la caza de la presa llevándose por delante a culpables e inocentes. En esas, Guardiola y el Bayern, como institución, sacaban la cabeza por el túnel de vestuarios de un estadio que sonreía dando miedo.

Miedo con el que el público quiso ganarse a sus héroes para la causa. Jugadores que sintieron desde antes del comienzo del encuentro el calor de una afición que desespera por su anhelo. Sin Bale, clave en la final copera, pero con un Cristiano Ronaldo venerado y enrabietado. El portugués se recuperó a tiempo, sin espacio para la duda. Sin la oportunidad de pensar en un Madrid sin su presencia. Sus galones, sobre la banda del Bernabéu, condecoraron y brillaron ante Rafinha, aunque la superioridad física de Boateng fue una horma en su camino.

A vueltas con el 4-4-2 y el 4-3-3

El lateral brasileño se fajó ante el portugués, pero en el templo blanco la figura alargada del delantero se hace inabarcable. Inusualmente, Cristiano erró cuando el estadio casi celebraba. Alejado de la banda, con Ronaldo por el centro junto a Karim, Ancelotti hacía del dibujo un 4-4-2. Con Cristiano merodeando, Isco acechando y Coentrao apareciendo, la banda del brasileño fue centro de acción hasta que Guardiola colocó ahí a Lahm.

Retumbando en toda la Castellana, los cánticos al ídolo pesaron sobre un Bayern al que el escenario achicó y cuya posesión inocua no alcanzó a engañar a nadie. Como una extensión del Barcelona, los blancos llevaron a cabo el mismo plan ante los muniqueses que en la previa se vistieron de bestia negra.

El maquiavélico método fijado y escrito daba el esférico a Lahm, Schweinsteiger y compañía, pero se apuntaba para sí las ocasiones. La mordiente y la ferocidad del depredador que lleva más de una década sin comer su manjar preferido asustó a los de Guardiola. Bucólico con el balón, los muniqueses triangularon sin descanso al abrigo de una posesión que no le trajo réditos.

Posesión sin peligro para el Bayern

El engaño, como una semana atrás, surtió efecto. Ancelotti ofrecía en bandeja de plata el balón para usar la espalda de la defensa alemana a su antojo. Al antojo de sus velocistas y a prueba de sus asistentes. Con esas premisas, tan simples como efectivas, el Real Madrid cortaba pases y alternaba la presión arriba. No le incomodaba no gozar de la posesión, pero sí trató de forzar los errores en la salida desde atrás de los germanos.

Con ventaja por su altura, cada balón que no podían rasar los muniqueses acababa en el regazo de Pepe y Ramos. Era la culminación de cada capítulo de ese guion. La perfección del plan de Ancelotti se alcanzaba con el éxito en la definición de sus delanteros, que pusieron el punto de mira a Neuer con el que había cuentas pendientes.

Dominador de 1000 y 1 recursos, Guardiola no se acabó de acostumbrar a las batallas cuerpo a cuerpo. Dibujó sobre el campo su obra maestra de este curso, convirtiendo laterales en interiores, abriendo el campo con los extremos, desguarneciendo su retaguardia Presionó sobremanera las posesiones de Xabi y agobió en zona de influencia de Cristiano. Pero no contó con otros actores ante los que llegaba un segundo tarde. Modric escapó de esa zona de influencia y atar a Di María se convirtió en una quimera.

Benzema da ventaja a los madridistas

Con Xabi tapado, los interiores cogieron las riendas y ayudaron a la salida de balón tras los robos. Aprovechando el punto débil de los de Guardiola, los centrales, Benzema elevó su presencia. Recibió de espaldas, sacó de sitio a la zaga y buscó la retaguardia de la misma, donde aparecían como cuchillos Di María y Cristiano. En la primera ocasión que tuvo el francés, Karim gritó gol tras una gran llegada de Coentrao.

Los designios probados durante la temporada por Guardiola, con Rafinha y Alaba convertidos en jugadores de medio del campo fracasaba por momentos en sus implicaciones defensivas. A sus espaldas, cubiertas por los centrales, los veloces extremos madridistas se divertían probándose una vez tras otra.

El minutero avanzó inexorablemente contra los intereses del Bayern. La segunda parte de los blancos apaciguó la posesión germana. Aprendiz de sus errores, los blancos apretaron con mayor intensidad según el partido se consumía sin apenas inquietar a Casillas. Los blancos, con peligrosas contras, llevaron de su mano a los muniqueses hasta que Webb decretó el final.