Esta ha sido, sin duda, una de las mejores temporadas de Sergio Ramos, que una vez más demuestra que, especialmente, las rectas finales de las mismas, no sólo sacan lo mejor de su faceta como central, sino también de la de líder y en este caso, la de goleador. El de central de Camas había dejado atrás una campaña en la que, en medio de un clima enrarecido, se había erigido en hombre fuerte, aquel que tiró del carro, el que llamó a los suyos tras la debacle de Dortmund en lo que era el resurgir del espíritu madridsita, el de las grandes noches europeas en busca de la remontada. La gesta estuvo al borde del cumplimiento y cuando el pitido final del árbitro indicaba que no pudo ser, las lágrimas de Ramos fueron las lágrimas de una afición al completo; la rabia, la impotencia, la tristeza de quien lo volcaba todo en lo que muchos calificaban de imposible.

Tiempo de críticas

Con esa imagen del sevillano en la retina, el arranque de la temporada 2013/14, resultaba ligeramente decepcionante ante lo que era un jugador aparentemente descentrado, errático y lejos de su mejor estado de forma. La solidez defensiva mostrada en la campaña anterior, volaba lejos y las críticas se acumulaban por momentos. El de Camas se mostraba molesto ante esto, dejando claro que su compromiso con el club era máximo y su trabajo diario no tenía otro fin más que hacer lo mejor para los suyos. "Si me paro a pensar y me marca la vida lo que diga la gente lo que me entra por un oído me sale por el otro. La crítica no va a poder conmigo, yo me sacrifico para mejorar cada día. Que nadie dude de que Sergio Ramos va a estar en el Real Madrid muchos años", aseveraba el central.

No obstante, los goles encajados se habían visto multiplicados respecto de temporadas anteriores y los grandes señalados eran los centrales del equipo. Algo que tampoco ayudó al andaluz a ganarse el apoyo de la afición en la nueva campaña fueron las múltiples expulsiones sufridas a lo largo de la temporada: una doble amarilla en Liga ante Osasuna en El Sadar, donde los blancos acabaron empatando y una roja directa en el Santiago Bernabéu ante el FC Barcelona, partido que concluía con un sorprenente 3-4 para los culés. Eh Champions, el central también veía la roja directa en el choque ante el Galatasaray, con tan solo 26 minutos de tiempo disputado.

Solidez en la defensa

No obstante nada de eso hacía pensar en lo que Ramos iba a acabar suponiendo para su equipo. Ancelotti no había perdido la confianza en él en ningún momento y Sergio continuó siendo titular indiscutible en el eje de la zaga junto a Pepe. Poco a poco, la solidez en la defensa 'merengue' empezó a ser una realidad, al mismo tiempo que la identidad del equipo se conformaba y el buen juego empezaba a dar resultados sin ese sufrimiento o pizca de suerte que el equipo parecía haber experimentado al inicio de la campaña, cuando los resultados, a trancas y barrancas, tampoco fueron malos. La muralla 'merengue' se alzó, dificultando sobremanera la penetración de las ofensivas rivales pero para Sergio Ramos, lo mejor estaba por llegar.

Si una temporada atrás un equipo alemán, el Borussia, le había convertido en héroe para los suyos a pesar de la eliminación en Champions, dos años atrás había sido otro conjunto germano el que le había sentenciado. El Bayern de Múnich certificaba el pase hacia una final de Liga de Campeones que acabaría conquistando frente al Real Madrid, en una tanda de penaltis de infausto recuerdo para el camero; su penalti, el último, se tornaba decisivo y él lo enviaba al limbo. Aquello le había convertido en blanco de burlas y mofas, heridas que aún latían en el corazón del sevillano. Y de nuevo, el intrínseco camino del fútbol les puso frente a frente, primero en el Santiago Bernabéu, donde los 'merengues' dieron un paso al frente en su intención por -esta vez sí- disputar una final. Pero el gran espectáculo de Sergio Ramos se viviría en Múnich una semana más tarde.

El héroe de la Décima

Espectáculo de Sergio Ramos en Múnich

El Bayern había certificado la eliminación de los blancos en territorio rival y los vikingos quisieron devolver la deshonra también en casa del adversario. Un sublime partido de Sergio Ramos sirvió para inaugurar el marcador en el primer jarro de agua fría de la noche para los alemanes; y habría más. Saque de una falta y la cabeza del sevillano se alzaba por encima de las del resto para enviar el cuero al fondo de la malla de Neuer, uno de los que más disfrutó de su error hace dos años. El 'cuatro' marcó el camino y Cristiano lo siguió, rubricando la sentencia alemana y el acceso de los blancos a Lisboa.

Pero Ramos demostró que lo sucedido en Múnich no había sido algo puntual, sacado del corazón y el orgullo para devolver el golpe. En la recta final de la Liga, sus goles se convirtieron en algo habitual y providencial para mantener al equipo en la pugna: Valencia y Valladolid sufrieron el acierto anotador del andaluz, como también lo sufriría el Atlético de Madrid en la final de Lisboa, un gol histórico, un gol para la eternidad. Cuando el partido expiraba ya, con un 0-1 en el marcador favorable a los rojiblancos, el sevillano se alzaba en volandas de la casta para rematar al fondo de la malla de Courtois el tanto del empate, el que prolongaba la esperanza blanca por treinta minutos más, los que duraría una prórroga apoteósica para los madridistas. Bale, Marcelo y Cristiano dieron la puntilla a la vida que Ramos les había entregado.

El capitán volvió a certificar un final de temporada memorable con un matiz respecto a lo acontecido el año anterior: ahora, desde la posición privilegiada que le concede al central su hueco en la historia del club, Ramos no tendrá que volver a ganarse el crédito ante su afición ni ante el mundo del fútbol. Es, por derecho propio, uno de los mejores centrales del planeta y segundo capitán del Real Madrid.

Foto: transfermakt.