Estimados lectores me van a permitir que hoy olvide por un instante -que me parece eterno- el Mundial de Brasil para recordar a Santiago Bernabéu, patriarca de mármol de un sueño en blanco esculpido por el tiempo. Presidente de leyenda del fútbol que en sus últimos años de mandato pensaba que el deporte en el que sentó cátedra estaba llegando a tal punto que era prácticamente un delito perder un partido y de ahí que se amontonaran tíos defendiendo su portería y desmereciendo el espectáculo.

Y me van a permitir que recuerde a Bernabéu porque en esencia el presidente madridista fue eso, el mayor conservacionista del espectáculo y el buen juego de su generación y posiblemente de la historia. Don Santiago fue para el fútbol español lo que el Dr. Félix Rodríguez de la Fuente para la fauna de la Península Ibérica, pero tal y como precisó el conservacionista, el Titán de la comunicación de Poza de la Sal, Bernabéu no habría podido completar su sueño sin la fundamental colaboración de un lobo alfa.

Félix crio a Remo, lobezno al que salvó de la muerte y convirtió en pilar de una cruzada de enseñanza y conservación, mientras que Santiago Bernabéu descubrió la existencia de su Remo particular en 1952, cuando vio en acción a Alfredo Di Stéfano Laulhe liderando el “Ballet Azul” de Millonarios de Bogotá en Chamartín, con ocasión del torneo internacional celebrado en conmemoración de los primeros 50 años de historia del Real Madrid. Desde el primer instante en que lo vio supo que el Real Madrid que soñaba se parecía en gran medida a lo que surgía de la cabeza y los pies de aquel sabio de la barriada bonaerense de Barracas.

En aquel orbe intemporal que se generaba en derredor de Di Stéfano, todo un universo de buen juego y conservación del espectáculo, identificó al equipo que construiría para cambiar para siempre el curso de la historia del Real Madrid. Cuentan que pasados los años con el alba de Santa Pola destilando naranjas sobre el mar, salía Don Santiago cada mañana a pescar con una barca en la que pasó momentos tan felices como en el palco de Chamartín. A aquella barca en la que navegó hacia el mar de la abundancia y la tranquilidad, le puso por nombre “Saeta Rubia” en homenaje sin duda a Di Stéfano el hombre que le transportó a la gloria.

Por ello ahora que esa vieja nao, de ajadas cuadernas que apenas pueden navegar y estallan por el inexorable paso del tiempo, surca sus últimas aguas, es momento de reconocer que la obra personal de Bernabéu, el Madrid de los resonantes triunfos internacionales; el Madrid del gran estadio; el Madrid tomado como modelo de espectáculo, señorío y grandiosidad, fue posible gracias al ADN de Alfredo Di Stéfano. Una mezcla de genes franceses e italianos explosiva que fueron a germinar sobre las chacras verdes que convirtió en pasto para jugar. Gracias a un joven que creció a imagen y semejanza de un tal Charro Moreno, gracias a un futbolista que reventó la WM recorriendo el césped recuperando, distribuyendo, goleando.

Gracias a ese conservacionismo del buen juego que movió los sueños de Bernabéu, Di Stéfano se convirtió en lobo alfa de su obra, un futbolista de personalidad y fútbol rotundo, un nuevo concepto de jugador que revolucionó la historia del fútbol, que puso patas arriba a una crítica afilada defensora a ultranza de la tradición. Que anclada en los viejos conceptos y el corte de delantero poderoso que coronaba la WM, acabó rendida a las cualidades del genio de Barracas.

El Real Madrid su obra, el mayor modelo de conservacionismo del espectáculo conocido en el primer siglo de fútbol, y Di Stéfano una especie en extinción que bien nos valdría preservar como ejemplo de enseñanza, que nos convendría conservar para siempre en nuestra memoria.

Por todo ello me van a permitir que haga un paréntesis en el Mundial para hacerme a la mar de una actualidad mundial que navega a bordo de una barca llamada “Saeta Rubia”, cuyo motor viene fallando desde hace nueve años, pero que recién despliega sus velas al viento para recordarnos que su creación, la obra de Bernabéu, y el fútbol, jamás serían concebibles sin el buen juego, el espectáculo…compartamos por tanto este sano ejercicio de conservacionismo.