La tarde, en Brasil, se abría esperanzadora. A tan solo 90 minutos de acceder a la final de 'su' Mundial, los seguidores de la verde-amarelha poblaron las gradas del Mineirao para ver cómo la Pentacampeona del mundo intentaba dejar de lado las bajas de Thiago Silva y Neymar, para apear a Alemania de la pelea por una nueva estrella.

Nuevamente Marcelo fue de la partida, ocupando un carril izquierdo del ataque que llevó su nombre desde el primer encuentro frente a Croacia. El madridista se mostró impotente, como el resto de sus compañeros, cuando el vendaval germano comenzó a arremeter contra la inconsistente zaga brasileña, incapaz desde el principio de achicar el agua que causó el hundimiento de la Seleçao.

Un encuentro para la historia

Por el carril del jugador del Real Madrid llegaron la gran mayoría de acometidas alemanas, encontrando Müller y Khedira, que caía habitualmente a ese perfil, una auténtica autopista. La necesidad de crear juego de Brasil, y la aparición de Marcelo como principal generador ante la incapacidad de Fernandinho y Luiz Gustavo de erigirse como guías, hacían que las pérdidas constantes de balón dejasen abierta una brecha que en Alemania no estaban dispuestos a desperdiciar.

Con Lahm frenando cualquier intento de penetración en campo propio, el habitual falso 9 de la Mannschaft, Müller, logró encontrar portería. Después, y también desde el carril de un Marcelo que entró en shock como sus compañeros tras el primer tanto bávaro, llegaron los siguientes. Hasta cuatro aguijonazos más directos al corazón brasileño, que tenía en las lágrimas de los presentes la más evidente muestra de incomprensión por lo que estaba ocurriendo.

Marcelo, en el suelo (Foto | Getty Images).

No cuajó, precisamente, Marcelo su mejor partido en todo el Mundial. Superado constantemente en defensa, no fue capaz de crear juego desde atrás, sufriendo en exceso para recuperar su sitio atrás y permitiendo con las pérdidas, tanto suyas como del resto de sus compañeros, constantes ofensivas germanas sobre la portería de un indolente Julio César.

El 1-7 que recibió Brasil por parte de Alemania pasará a la historia, con Marcelo como testigo presencial

Con el pitido final de los primeros 45 minutos, llegó una calma que no hacía sino presagiar un fatal desenlace. A la salida de vestuarios, el orgullo carioca surgió, y esta vez sí, los brasileños, apoyados en un genial Marcelo, con colaboración directa de Hulk y Ramires, que entró en la segunda mitad, arrinconaron a Alemania, obligando a Neuer a presentarse en el partido.

Pero reaccionó Löw, y volvió a finiquitarse la historia. El baño del técnico teutón a su homólogo brasileño fue total, y tras siete minutos de apatía germana, de dominio amarillo, llegó el doblete de Schürrle, que ponía el siete al marcador y al ánimo local. 200 millones de personas exhalaron un suspiro de alivio cuando Özil perdonó el octavo, esta vez, por el perfil opuesto a la posición de Marcelo.

No encontraron 'honor' en el gol tardío de Oscar, que ponía punto y final a una noche para la tragedia, para el recuerdo, y para la vergüenza del país más futbolero del mundo.