El Real Madrid ha regresado a la senda del éxito y la victoria de forma triunfal. Tras años y años esperando la Décima Copa de Europa, la temporada 2013/2014 se cerró con el mayor de los trofeos junto a la Copa del Rey después de una de las campañas de mayor disputa que se recuerdan. En el curso 2014/2015 el listón no sólo no ha bajado, sino que es aún más alto. El Bernabéu está viendo en la actualidad a uno de los mejores equipos que ha vestido la camiseta blanca, que no para de demoler récords y marcha con paso firme mientras avanza la competición.

Es evidente que algo ha cambiado en los vikingos para hacer posible que la gloria vuelva a la Casa Blanca. Y hay una zona del campo en la que la metamorfosis de la escuadra de la capital ha sido imprescindible: la medular.

La llegada de Xabi Alonso en 2009 fue el punto de inflexión. Aterrizó en Madrid un jugador de exquisita calidad y capacidad de mando para abrir un nuevo camino, que consiguió establecerse como el dueño de la medular de forma estable. Pero el momento cumbre fue la llegada de Carlo Ancelotti en 2013.

El técnico italiano, sustituto de Mourinho, ha hecho que los tiempos de esplendor del centro del campo del Real Madrid vuelvan con un brillo total. Con hombres como Kroos, Modrić, Isco o James, los blancos no sólo agradan con su juego, sino que apuestan por la posesión y el buen trato del cuero. Los jugadores de toque, desborde, visión de juego y personalidad que tanto tiempo buscaron los madridistas pueblan ahora la medular del equipo, y son el pilar básico sobre el césped.

En estos tiempos de esplendor, el éxito del centro del campo rememora a los grandes centrocampistas que han vestido la camiseta blanca. Leyendas de Chamartín que se forjaron por su dominio en el círculo central, por grabar su nombre en el césped del Bernabéu en una demarcación fundamental. Los vikingos vuelven a saber lo que es tener una media poderosa y de la que estar orgullosos. Aplauden a sus centrocampistas como hicieron antaño con los que se lo ganaron. Este artículo es un tributo a aquellos que desde la medular dejaron su impronta en la capital y escribieron su nombre en la selecta historia del Real Madrid.

Zárraga: el pilar del Madrid invencible

La leyenda del Real Madrid ganador de cinco Copas de Europa consecutivas (de 1955 a 1960) no sólo tuvo como protagonista al eterno Alfredo Di Stéfano. Junto a uno de los jugadores más colosales de la historia del club estuvo un equipo de ensueño que impuso su ley durante años en el continente. Y en esa escuadra imparable, un hombre ocupó el centro de mandos: José María Zárraga. Con un palmarés formado por cinco Copas de Europa, una Copa Intercontinental, dos Pequeñas Copas del Mundo, seis Ligas, una Copa de España y dos Copas Latinas, es un nombre grabado a fuego en el estadio vikingo.

Surtidor de balones de la línea ofensiva más potente del fútbol en aquellos tiempos y trabajador incansable, Zárraga solía jugar como volante. Sin embargo, su prestigio sobre el verde se lo ganó con algo que va más allá de las tácticas y las pizarras: coraje y corazón.

Dos anécdotas que forman parte de la historia del club blanco definen a la perfección el carácter guerrero de Zárraga. La primera tuvo lugar el 20 de enero de 1957. Ese día, un joven Santisteban que daba sus primeros pasos en el Real Madrid a la edad de 19 años le acompañó en la medular. El rival era el Real Jaén, equipo que contaba entre sus filas con un jugador famoso por recurrir a artimañas como insultos y juego sucio para despistar al contrario. Según cuenta Santisteban, Zárraga le dijo sobre el césped: "Ten cuidado con éste. Si te insulta, me lo dices y nos cambiamos el marcaje". No tardó el joven mediocampista en ser increpado por el enemigo, y en consecuencia avisó a su compañero protector. A partir de ese momento, intercambiaron posiciones. Y Santisteban fue testigo de cómo el amenazador jugador del Real Jaén no sólo no volvió a tocar el esférico, sino que tampoco volvió a abrir la boca bajo la sombra de Zárraga.

Por si quedan dudas, la segunda anécdota es aún más aclaratoria. Cuando el legendario centrocampista se retiró tras trece años defendiendo el blanco (de 1949 a 1962), el club organizó un partido en su honor ante el Manchester United. Después del amistoso, se organizó una cena como homenaje. Y en medio de la celebración, Santiago Bernabéu le dedicó estas palabras: "Zárraga no es muy alto, pero ¿sabéis por qué no? Porque tiene unos cojones enormes que no le han permitido crecer más". Palabra de don Santiago.

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Velázquez: la revolución en el centro del campo

Cuando la generación de Di Stéfano, Puskas, Gento, Zárraga y compañía daba sus últimos coletazos, una cara distinta irrumpió en la capital para comandar una nueva etapa. Su nombre era Manuel Velázquez, y jugando para el Real Madrid ganó una Copa de Europa, seis Ligas y tres Copas de España en 12 años con el primer equipo.

El camino de Velázquez se trazó paso a paso, ascendiendo metódica y pacientemente hasta la cima. Su primera experiencia como madridista data de 1958, cuando ingresó en las categorías inferiores del equipo. Después de un tiempo de adaptación, en el que llegó a salir cedido al Málaga dos temporadas, su regreso coincidió con su incorporación al primer equipo, y lo hizo de la mejor forma posible. A pesar de unirse con el curso ya avanzado, fue una pieza fundamental para conseguir la Copa de Europa de 1965, que rompió una sequía de cinco años tras el pentacampeonato consecutivo.

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En una trayectoria que le depararía en las temporadas siguientes muchos éxitos a nivel nacional, Velázquez brilló por ser uno de los primeros grandes cerebros de la medular que el panorama futbolístico nacional vio. A su gran toque de balón y técnica, que le permitían mandar pases milimétricos a sus compañeros, se unían una inteligencia y astucia táctica sobre el campo que pocas veces se había visto. Sin embargo, sus detractores le acusaron de frío e irregular. El propio estadio del Real Madrid no estuvo siempre de su lado, con etapas de desaprobación. Aun así, si hay algo que el fútbol tiene que agradecerle es que el perfil de mediocentro organizador y creador se moldeó a partir de jugadores como él.

Velázquez fue víctima de las lesiones en el tramo final de su carrera. En 1977, sus problemas físicos acabaron forzando su marcha, aunque aún jugaría un tiempo más en Toronto a menor nivel. Quedó constancia de su grandeza en la despedida que le brindó el Real Madrid, con un amistoso frente al Eintracht de Frankfurt. El Estado le concedió la Medalla de Plata al Mérito Deportivo, y ese mismo día cedió su dorsal número diez a Vicente Del Bosque. En su adiós, dedicó unas palabras llenas de sentimiento: "Saber que dejas buenos amigos es más importante que hacer la mejor jugada de toda tu vida". Y Chamartín respondió como con todas las leyendas. Ni rastro de irregularidad o fisuras, Velázquez se marchó con una atronadora ovación.

Zoco: la atalaya blanca

Hablar de Ignacio Zoco es referirse a uno de los más grandes centrocampistas defensivos que ha pasado por el Real Madrid. Desde su posición de pivote de contención, la torre del equipo de los 60 ganó una Copa de Europa, siete Ligas y dos Copas de España. Fue una de las caras que ilustró al Madrid Ye-yé. Además, consiguió con la Selección Española el gran éxito futbolístico del país en el siglo XX: la Eurocopa de 1964.

Llegó al Real Madrid en 1962 tras despuntar en el Osasuna, y se adueñó de la medular durante años. El dominio de los blancos en España (siete Ligas en doce años) fue equiparable a su control en la mitad de campo. Nadie le regaló nada; no en vano, Santiago Bernabéu le llamaba "El Paleto", aludiendo a que no tenía ascendencia futbolística. No era un jugador que brillara por exquisiteces y gestos ténicos, sino que sencillamente era un muro impenetrable, una fortaleza inexpugnable. Se encargaba de dejar patente su elegancia con una limpieza admirable añadida al 'trabajo sucio' en un sector fundamental del verde. Con 1,84 metros de altura, su envergadura hacía de él un portento a la hora de proteger la portería y un gran peligro cuando se atacaba al rival por el aire: sus testarazos eran un arma mortífera.

El broche a una carrera trazada a través de la entrega y el sentimiento hacia el color blanco llegó en 1974. Un tipo duro como una roca como Zoco no se retiró en un amistoso, sino en un choque de máxima rivalidad: la final de la Copa de España frente al máximo rival, el F. C. Barcelona. Los madridistas se impusieron por un contundente 4-0, pero especialmente recordados son los últimos cinco minutos del encuentro. El capitán, Grosso, dejó su sitio en el campo para que entrara Zoco, y fue este el encargado de recoger el trofeo y levantarlo al cielo en medio de una inmensa ovación de despedida. El 14 vikingo dejó las canchas con la sonrisa del campeón en la cara.

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Gallego: la personificación del ídolo madrileño

Un sinfín de jugadores ha pasado por el Real Madrid, y han sido muchos los que han tenido que pasar por el filtro de 'sentir' o no los colores. Esa cuestión no fue un problema con Ricardo Gallego. El centrocampista, uno de los ejemplos de madridismo más claros en la historia del club, ganó con la elástica blanca dos Copas de la UEFA, cuatro Ligas, dos Copas del Rey, una Copa de la Liga y una Supercopa de España.

Gallego fue uno de esos jugadores que concebían el fútbol como algo más que dar patadas a un balón. Cada vez que el cuero entraba en sus dominios, era tratado con un mimo inusual, propio de los futbolistas que también se esmeran por actuar sobre el verde con clase. Era elegante en todas sus intervenciones. Pero su valor en el campo no se limitaba a su gran técnica en la línea ofensiva. Dotado de una gran condición física, Gallego también podía ser un activo fundamental en defensa. Con el paso de los años, se convirtió en un todocampista: tan pronto se movía entre las líneas enemigas cerca del área, como atrasaba su posición para cubrir las espaldas del equipo y ejercer de cerebro iniciando el juego.

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Junto a su enorme talento futbolístico, Gallego tenía ese gen madridista que tanto gusta en el Santiago Bernabéu. Desde pequeño se empapó del sentimiento merengue, pues su padre era socio y asistente habitual en la grada del coliseo de Chamartín. Él mismo como niño solía asistir al campo que años después vería desde el piso bajo: el césped. Además, Gallego era un hombre castizo con una personalidad típica madrileña, por lo que muchos paisanos podían sentirse identificados con él. Contaba con todo lo necesario para ser idolatrado por los aficionados.

Pasó por todas las categorías inferiores del Real Madrid, y como canterano fue partícipe de una de las mayores gestas a nivel de club que se recuerda en Chamartín: la final de Copa de 1980. En un acontecimiento sin precedentes, el Real Madrid y su filial, el Castilla, se enfrentaron en el partido por el trofeo con el Santiago Bernabéu como escenario. El encumbramiento absoluto del equipo a todos sus niveles. Ganaron 'los mayores' por 6-1, pero poco importó el resultado cuando ambas escuadras portaban el mismo escudo.

El mismo año del hito copero, Gallego ascendió al primer equipo. En la máxima categoría vivió una época de éxitos tanto nacionales como continentales, e hizo del centro del campo un baluarte junto a leyendas como Stielike. Además, fue coetáneo de la Quinta del Buitre. Su polivalencia y calidad le convirtió en imprescindible, hasta que, con 30 años, se despidió del club de su vida para probar suerte en el Udinese. Como buen madrileño, volvió a la capital para colgar las botas, aunque lo hizo con un vecino: el Rayo Vallecano.

Stielike: el gran germano

Muchos han sido los alemanes célebres que han jugado para el Real Madrid, como Breitner, Netzer o Schuster. Sin embargo, si hay uno que ha dejado en el más alto lugar al fútbol germano tras pasar por la capital, ese es Ulrich 'Uli' Stielike.

Uno de los bigotes más célebres de la historia del fútbol recaló en el club madrileño por improvisación de Santiago Bernabéu. Fue el último gran fichaje del eterno presidente blanco, que cuando viajó a Mönchengladbach en 1977 para contratar a su compañero en el Borussia Herbert Wimmel, quedó fascinado por las cualidades de Stielike y se decidió por él antes que por su idea inicial.

El alemán no tardó en ganarse a la afición merengue gracias a su poderío. Contundente y con un gran sentido táctico del juego, solía jugar de pivote o líbero. Sus características y su nacionalidad hicieron que fuera apodado como 'el panzer', en alusión a los tanques del ejército germano. Y como buen blindado de guerra, también contaba con potencia de fuego digna de las mejores batallas. Su primer año le bastó para demostrarlo, pues fue el segundo máximo goleador en Liga tras Santillana con 13 tantos.

Con los blancos ganó una Copa de la UEFA, tres Ligas y dos Copas de España, aunque pasó por dos etapas bien diferenciadas. En sus primeros años cosechó éxitos y más éxitos, pero con la entrada de la nueva década fue víctima de 'la maldición de los 80'. Hasta su marcha en 1985, sólo ganó una Copa de España en 1982. Fueron unas temporadas en las que el Madrid rozó la gloria en varias ocasiones, perdiendo Ligas cuando las tenía en la mano o cayendo en la final de la Copa de Europa en 1980 ante el Liverpool.

Cuando abandonó el equipo madrileño rumbo a Suiza, donde acabaría su carrera, dejó tras de sí el recuerdo de un alemán que dio todo lo que tenía durante ocho años y puso bien alto al negro, rojo y amarillo de la bandera de su país.

Martín Vázquez: el cerebro de la Quinta del Buitre

La generación de canteranos más famosa de la larga historia del Real Madrid también tuvo a su cerebro particular. La Quinta del Buitre, llamada así por Emilio Butragueño, juntó al 'Buitre', Sanchís, Míchel, Pardeza y Martín Vázquez en un solo equipo, dejando una huella imborrable con la firma de cinco jóvenes que acabaron comiéndose el mundo. Entre esos cinco, hubo uno que brilló en la medular más que nadie: Martín Vázquez. Dos Copas de la UEFA, seis Ligas, tres Copas del Rey, cuatro Supercopas y una Copa de la Liga son su legado en las vitrinas.

"He visto a un chaval excepcional, uno de esos talentos que salen una vez cada muchos años. Tenemos que conseguirlo. Se llama Martín Vázquez". Así se refirió José Luis Rodríguez Laborda, entrenador de la cantera madridista, cuando vio jugar a Martín Vázquez con 11 años. Y no se equivocaba. Se trataba de un centrocampista ofensivo que, apoyado en una técnica individual espectacular, llegó a ser uno de los mejores del mundo en la medular.

La carrera de Martín Vázquez le lanzó al estrellato en una edad muy temprana. Después de varias campañas en las categorías inferiores, con 18 años ya pertenecía al primer equipo, y deslumbró junto a sus compañeros de Quinta en un Real Madrid rejuvenecido e ilusionante. Las lesiones que asolaron al equipo en 1983 hicieron que el entrenador entonces, Di Stéfano, recurriera a la cantera, y así llegó la oportunidad del madrileño.

Con la Quinta del Buitre, el Madrid no consiguió la ansiada Copa de Europa, pero dejó la impronta de un juego único y un dominio considerable a nivel nacional, además de dos prestigiosas Copas de la UEFA. Además, marcaron un nuevo récord en la Liga 1989/1990 con 107 goles, aunque el Real Madrid de Mourinho se lo arrebataría años después. En esta temporada, Martín Vázquez fue el segundo máximo goleador liguero con 14 dianas, sólo por detrás de los 38 tantos de Hugo Sánchez.

Sin embargo, su paso por el Real Madrid no fue siempre fácil. Del mismo modo que el Bernabéu le aplaudía por su clase sobre el verde, también tuvo detractores que criticaban su falta de actitud y garra. Fue una estrella más que no escapó al juicio exigente de la grada.

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En uno de los mejores momentos de la carrera del jugador, cuando era uno de los futbolistas más reconocidos de Europa, su relación con el Real Madrid se rompió. Fue en 1990. Según ha contó el jugador para libertaddigital.com, en el momento en el que su renovación estaba cerrada el presidente Ramón Mendoza "lo cambió todo en cinco minutos". El sorprendente cambio de guión en los términos de su contrato hizo que se marchara al Torino italiano, en un capítulo de su vida del que opina que "se irá a la tumba sin saber el por qué".

Con el Torino llegó a jugar en el Bernabéu en competición europea, en semifinales de la Copa de la UEFA el 1 de abril de 1992. Horas después murió en un accidente de tráfico su amigo y leyenda madridista, Juanito. Tras pasar por Italia y Francia, regresó al Real Madrid en 1992 y se quedó hasta 1995, pero las lesiones lastraron esa nueva etapa en la capital. Marchó al Deportivo de la Coruña y finalizó su carrera después de jugar en México y Alemania.

Así terminaban las andanzas por el fútbol profesional de uno de los grandes talentos que ha dado la cantera madridista. Con una primera etapa en la que fue de los mejores del mundo y se cortó en seco por problemas con la dirección, y una segunda en la que nada volvió a ser lo mismo, la cara y la cruz marcó su trayectoria. Pero el recuerdo imborrable de la Quinta del Buitre y su cerebro sobre el césped permanecerá siempre en la historia del fútbol español.

Laudrup: técnica y clase que marcaron una época

Hay futbolistas que cuando se retiran, miran atrás y pueden decir que lo que dejaron a su paso fue un legado que perduraría siempre. Ese fue el caso de Michael Laudrup. Puede que en su palmarés con el Real Madrid sólo haya una Liga, pero el recuerdo del danés de talento inagotable es más grande que cualquier trofeo. Tanto en la Casa Blanca como en el resto de equipos que estuvo, incluido el Barcelona, Laudrup ha sido y será uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, y en la historia madridista tiene un espacio de honor que se labró en sólo dos años.

Uniéndose a la larga lista de jugadores que han vestido el blanco y el blaugrana, Laudrup decidió abandonar el Barcelona en 1994 para defender los colores del equipo madrileño. Gracias a ese cambio, conoció la máxima felicidad de ambos bandos en una de las curiosidades más particulares que se ha visto entre ambos equipos: el danés ganó 5-0 al Real Madrid con el Barça en 1994, y un año después los vikingos devolvieron la manita, pero con Laudrup en sus filas. Es el único profesional que ha vivido algo similar en los dos clubes más laureados de España.

Laudrup se caracterizó por ser el máximo exponente de la visión de juego, la clase en el trato del balón y el perfil del perfecto pasador. Era tal su confianza con el balón en los pies que se le conocía también por sus pases sin mirar. Encontraba huecos donde nadie más lo hacía, regalaba a sus compañeros impagables asistencias, volvía locos a sus defensores con sus habilidades para el dribling y competía con elegancia. Una leyenda sobre el verde.

Sus años en el Real Madrid fueron los últimos al máximo nivel. Después apostó por probar suerte en Japón, y acabó su carrera en el Ajax holandés.

En el 5-0 con el Barça, regaló este detalle técnico asistiendo a Romario mientras miraba al tendido.

Cuando el 5-0 fue del Real Madrid al Barcelona, así fue su partido. De nuevo, asistente y presente allí donde el balón estuviese rodando.

Redondo: el centrocampista total

En un artículo dedicado a futbolistas que han tallado su nombre en oro jugando en la medular, quizás haya uno al que se le pueda definir como el medio ideal. Uno de esos jugadores que todo entrenador quiere tener, al que confiar el equilibrio de todo su equipo sabiendo que nunca fallará. Su nombre podría perfectamente ser admitido por el diccionario del fútbol como sinónimo de centrocampista: él es Fernando Redondo. Con su participación, los blancos ganaron dos Copas de Europa, una Copa Intercontinental, dos Ligas y una Supercopa de España en seis años. Además, con Argentina consiguió una Copa Confederaciones y una Copa América.

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Hay muchos puntos por los que desgranar la forma de jugar de Redondo que le elevó al Olimpo de los centrocampistas. Tenía un físico espectacular e imponente apoyado en sus 1,86 metros de altura. Su sentido táctico era completo, sabía en todo momento dónde estaban sus compañeros sobre el verde y nunca sacrificaba el equilibrio del equipo a pesar de que muchas veces jugaba como único centrocampista. En cuanto al manejo de balón, era un jugador de esos que parece imposible quitarles el esférico. Protegía el cuero como nadie haciendo un uso magistral de su cuerpo, y con los pies tenía una técnica inusual para escapar de sus rivales con recursos de genio. Y además, en defensa resultaba un jugador omnipresente, muy eficaz en el cruce y en la cobertura. Un centrocampista total.

Aterrizó en Madrid después de jugar en su Argentina natal con Argentinos Juniors y venir a España gracias al Tenerife, donde despuntó y llamó la atención de la Casa Blanca. Fue gracias a Jorge Valdano, que le quiso como piedra angular de su proyecto en el Real Madrid tras dirigir a Redondo en el Tenerife. Aunque su andadura como madridista comenzó con una lesión, en cuanto se recuperó se adueñó de la medular. Fue indiscutible para todos sus entrenadores, y con él el Real Madrid recuperó la máxima gloria continental ganando la Séptima y la Octava Copa de Europa tras 32 años sin conseguir el trofeo. Además, con las Ligas pareció compensar el daño que había hecho anteriormente al Madrid: formó parte del Tenerife que arrebató dos Ligas a los blancos y como madridista ganó un par. Se marchó de la capital en el año 2000 rumbo a Milán, pero sólo jugó 16 partidos con los rossoneri debido a las lesiones.

Fue a nivel europeo donde más brilló Redondo. En la temporada 1999-2000 fue nombrado Mejor Jugador del Año de la UEFA, y además en ese curso disputó el partido por el que más se le recuerda.

Foto: martiperarnau.com

El 19 de abril de 2000 el Real Madrid visitaba Old Trafford, el 'Teatro de los Sueños' del Manchester United, en el partido de vuelta de cuartos de final de la Champions League. Un 0-0 en la ida había dejado todo por decidir. Los madridistas lucharon por las semifinales y arrollaron a los red devils con un contundente 0-3 en 52 minutos, y aunque llegarían dos goles de los locales en la recta final, los vikingos consiguieron dar un paso de gigante hacia el posterior título, la Octava. En este histórico choque, el minuto 52 hizo que la imagen de Redondo estuviese eternamente grabada en la retina de la afición. En la banda y de espaldas a Berg, el capitán se sacó de la bota un recurso increíble, ejecutando un autopase con el tacón para después asistir a Raúl, que marcó el tercero a placer. Una jugada memorable por la que siempre se recordaría al argentino. Al final del encuentro, Sir Alex Ferguson se refirió a Redondo diciendo: "¿Qué tiene ese jugador en las botas? ¿Imanes?".

Guti: talento explosivo

Guti no fue un jugador corriente. El eterno 14 del equipo blanco fue un espíritu rebelde y diferente que el Bernabéu adoró por su infinita técnica, su garra y su sentimiento por el escudo. Autor de jugadas imposibles, tenía un ojo único para encontrar pases que nadie más veía y usar recursos que a pocos se les ocurrían. En 24 años como merengue (14 en el primer equipo) ganó tres Copas de Europa, dos Copas Intercontinentales, una Supercopa de Europa, cinco Ligas y cuatro Supercopas de España.

Foto: futbolsfutbol.wordpress.com

Pasó por las categorías inferiores del Real Madrid, una a una, escalando desde los nueve años con los que ingresó en el club. Fue en 1995 cuando Jorge Valdano le permitió debutar con el primer equipo, y desde entonces hasta el final de su trayecto como madridista disputaría un total de 542 partidos.

Guti era el experto del último pase. Desde su posición de mediapunta, la demarcación en la que más minutos jugó, dio infinidad de asistencias a los delanteros firmándolas con un estilo muy propio. Por encima de los defensas, raso encontrando espacios mínimos, usando el factor sorpresa... Con Guti, el balón tenía mil formas de llegar a los arietes.

Su polivalencia también era un gran activo, y varios entrenadores le utilizaron en otras posiciones. Del Bosque, su principal valedor y el entrenador que le hizo importante en el Madrid, llegó a colocarlo como delantero centro, descubriendo también la faceta goleadora de Guti (marcó 14 goles en la Liga 2000/2001). Incluso jugó como pivote en situaciones puntuales.

Junto a la profunda admiración del Bernabéu por su calidad y entrega, la cruz del 14 siempre fue su carácter díscolo, que muchas veces empañaba grandes actuaciones. Rebelde por naturaleza, tuvo también muchos enemigos, y en ocasiones su temperamento le jugaba malas pasadas tanto a él como al equipo.

Quizás por la cierta irregularidad de la que pecaba, la realidad es que el mayor problema de Guti fue que nunca consiguió asentarse definitivamente en el puesto de titular. Muchos partidos se resolvieron por sus pases, pero siendo un revulsivo de lujo desde el banquillo. Es el gran lunar en su carrera.

Se despidió del Real Madrid en 2010 y se marchó al Besiktas de Turquía. En la hemeroteca dejó una colección de asistencias que pocos igualan en la historia del club.

Su último gran pase, y para muchos el mejor, se lo regaló a Benzema en Riazor en su año final, el 2010, rompiendo la maldición del estadio del Deportivo.

Seedorf: potencia en la medular

Apenas estuvo tres años en el Real Madrid, pero Clarence Seedorf se ganó el reconocimiento como uno de los mejores medios que ha pasado por el club gracias a su palmarés y sus cualidades. Ganó una Copa de Europa, una Copa Intercontinental, una Liga y una Supercopa de España.

Tras un paso triunfal por el Ajax campeón de Europa y una experiencia breve en la Sampdoria, recaló en 1996 en el Real Madrid. Jugó como acompañante de Redondo en la medular, aunque también tuvo muchas oportunidades de exhibir sus habilidades como interior.

La principal palabra para definir a Seedorf es 'potencia'. El holandés disponía de un privilegiado tren inferior que le hace ser fuerte, intenso y duro. Poseedor del dorsal 10 de los cracks, no sólo era un toro en el apartado físico, sino que con el balón en los pies también destacaba, especialmente por su fuerte disparo.

Se marchó en 1999 al Inter de Milán, y posteriorente se mudaría al rival, el AC Milan, con quien se proclamaría campeón de Europa dos veces. Es el único jugador de la historia que ha ganado cuatro Champions League con tres equipos distintos. La que ganó con el Real Madrid fue aún más especial, pues fue la Séptima tras 32 años de sequía. Su carrera no está llena de éxitos por casualidad.

Si hay que destacar un momento impactante en el paso de Seedorf por el Madrid, ese es sin duda el golazo que metió al Atlético de Madrid en 1997. En un partido de tanta intensidad como un derbi madrileño, el holandés se inventó un disparo seco y potentísimo desde una distancia imposible y batió al guardameta rival ante el asombro general.

Zidane: el mago del Bernabéu

La historia más reciente del Real Madrid es inconcebible sin el nombre del que ha sido uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol. En su día fue el fichaje más caro de siempre en este deporte, y su incorporación al equipo merengue permitió ver jugar en la capital a un futbolista irrepetible y único, el eterno 5 francés: Zinedine Zidane.

Zizou enseñó al espectador que el balompié también podía ser concebido como un baile. A pesar de su altura (1,85 metros), era un jugador que con el cuero en los pies se movía siempre con una elegancia y una clase únicas. El esférico parecía querer quedarse en sus botas por el buen trato recibido. Su famoso regate, la 'marsellesa', fue uno de los recursos que más asombro despertó en la grada. El fútbol con Zidane era mucho más que deporte, era arte.

Junto a su toque era también fundamental su visión de juego y capacidad goleadora. En la pizarra, se movía como mediocentro ofensivo e interior izquierdo. Era buen pasador y llegador, especialista en aparecer en los momentos clave. En escenarios tan imponentes como una Copa del Mundo o la Champions League Zidane se hacía grande, y con él a la cabeza los éxitos llenaron las vitrinas de Madrid y Francia.

Llegó al Real Madrid en 2001 estableciendo un nuevo récord, pues los blancos pagaron más de 73 millones de euros por su fichaje, algo nunca visto por entonces. A su llegada aún no había ganado la Copa de Europa, e incluso había visto como los vikingos se la arrebataban en la noche de la Séptima. "Quiero ganar la Copa de Europa y la quiero ganar con el Real Madrid", dijo. El destino tenía reservado un lugar privilegiado para el francés.

Vestir de blanco hizo que Zidane pudiera retirarse con el ansiado trofeo continental en su palmarés. Con el club de Chamartín ganó una Copa de Europa, una Copa Intercontinental, una Supercopa de Europa, una Liga y una Supercopa de España. Tuvo innumerables actuaciones memorables, pero al igual que Redondo, siempre se le recordará por una jugada para la posterioridad. En su caso, la volea perfecta, el gol de la Novena.

Corría el minuto 45 de la final en Glasgow del año 2002. Con el partido empatado a uno, Roberto Carlos, uno de los mejores socios en la banda para Zidane durante su estancia en Madrid, colgó muy forzado por la presión rival un balón bombeado al área que acabó cayendo en la frontal. El esférico bajó hasta el piso lentamente, pero nunca llegó a tocarlo. El reloj se paró por un instante, mientras Zidane clavó sus ojos en el cuero al tiempo que elevó su pierna izquierda y ejecutó una de las más perfectas voleas que se recuerdan.

Fue el gran momento de su carrera como futbolista. En los años siguientes cosecharía éxitos a nivel nacional pero Europa se le resistiría, aunque su objetivo ya estaba cumplido. En 2006 se retiró del fútbol, y en su último partido en el Bernabéu su estadio le dedicó una atronadora ovación junto a un tifo formado por miles de carteles con su nombre y dorsal. Al grito de "Zizou, Zizou", Madrid despidió a un genio que abandonó el césped entre lágrimas.

Foto: defensacentral.com

Beckham: una diestra privilegiada

De todos los fichajes que el Real Madrid ha hecho a lo largo de su historia, no hay ni uno que se acerque al colosal tirón mediático que tuvo el de David Beckham. No ganó demasiados títulos de blanco, pero la repercusión mundial de su llegada, sus buenos partidos como merengue y todo el halo galáctico que rodeó a su contratación hacen del caso del inglés algo único.

Foto: zimbio.com

Llegó en 2003 después de posicionarse como uno de los mejores jugadores del mundo en el Manchester United, pagando el Real Madrid por él alrededor de 37 millones de euros. Estuvo cuatro años en los que consiguió una Supercopa de España y una Liga. La primera nada más llegar, y la segunda en la temporada de su despedida.

Si había algo que caracterizaba a Beckham era el guante que tenía por pie derecho. Desde la posición de centrocampista organizador o interior, sus pases largos perfectos y sus disparos lejanos con una mecánica sutil y una elegancia pocas veces vista deleitaron al Bernabéu desde el primer momento. Cada falta a favor de los vikingos era una ocasión manifiesta de gol gracias a Becks.

Figura dentro y fuera del terreno de juego, probablemente nunca haya pasado por el club un jugador tan icónico a nivel mundial. Tremendamente mediático por su vida extradeportiva, ligada muchas veces a su faceta como modelo, era un galáctico en todos los sentidos. Incluso su dorsal, el mismo 23 que ilustres como Jordan vistieron en sus días, daba una idea de la magnitud de Beckham.

Tras ganar la Liga con el Madrid, se marchó a Los Angeles Galaxy para probar suerte al otro lado del Atlántico. Pasó también por AC Milan y PSG antes de retirarse.

En la hemeroteca del Real Madrid quedarán siempre esos goles de Beckham que entraban en la portería rival dibujando una rosca perfecta. La escuadra siempre fue la mejor aliada de Becks.

Xabi Alonso: el último comandante

En el nuevo milenio, desde la marcha de Redondo el Real Madrid buscó insistentemente a un director de juego, un futbolista capaz de agarrar el timón del equipo con seguridad y marcar el tempo a seguir. Sin embargo, fueron muchos los que desfilaron por Chamartín sin dar el rendimiento esperado. Como consecuencia, durante varios años la medular blanca no tuvo un dueño y el juego de los blancos se resintió. Pero todo cambió en 2009 con la llegada del director definitivo: Xabi Alonso.

El regreso de Florentino Pérez a la presidencia del Real Madrid y el nuevo megaproyecto que trajo bajo el brazo supuso la llegada del centrocampista tolosarra a la capital. Después de cinco años en el Liverpool, donde ganó la Champions League, era el turno de enfrentarse al reto de ser el cerebro del equipo merengue.

Alonso respondió a la exigencia puesta en él de la misma forma que se desenvuelve en el campo: con profesionalidad y clase. Desde el primer día fue un firme defensor del escudo y puso a todos sus compañeros bajo su criterio en el terreno de juego. La medular fue suya durante cinco años. Fue el cimiento básico sobre el que construir.

Ahora en el Bayern München, el juego de Alonso destaca por una visión de juego única y una capacidad en el pase espectacular. El esférico podía recorrer muchos metros en el aire saliendo de las botas del tolosarra y acabar llegando a la posición exacta de un compañero. Junto a ello, su sentido táctico y el impecable trabajo defensivo hicieron que fuese indispensable. Además, cuenta con un gran disparo, aunque su demarcación retrasada en el Madrid no dejó ver esa cualidad en exceso.

Una Copa de Europa, una Supercopa de Europa, una Liga, dos Copas del Rey y una Supercopa de España completan el palmarés de Xabi Alonso como madridista. Tras la consecución de la Décima, Toni Kroos fichó por el conjunto blanco para cubrir una zona similar del campo, y el buen rendimiento del alemán dejó ver que el tolosarra no tendría los mismos minutos que otras temporadas. Según el propio jugador, tras la Copa de Europa su ciclo en el Real Madrid se cerró y debía buscar otras aventuras.

Con su carrera aún por terminar, a sus éxitos a nivel de clubes y su gran paso por el Bernabéu se une el haber pertenecido a la generación más gloriosa de la Selección Española: ha ganado dos Eurocopas y un Mundial.

El último gran recuerdo que dejó como madridista no fue precisamente vestido de corto. En la final de Lisboa que terminó con la Décima, Alonso no pudo jugar por acumulación de amarillas. Cuando Ramos metió 'in extremis' el gol del empate, el tolosarra no pudo aguantar la emoción y saltó desde el palco al césped para celebrar con sus compañeros. Le costaría una sanción, pero fue uno de esos momentos que hacen grande a un jugador.