365 días después de uno de los momentos más emotivos de la historia reciente del madridismo, echar la vista atrás recuerda lo vivido en la noche del 24 de mayo de 2014 en Lisboa. Hasta el minuto 92:48 la final estaba perdida, del lado rojiblanco. Todo el sueño de la temporada parecía esfumarse, y un jugador sobre el campo especialmente se sentía responsable de lo sucedido en el campo, y que terminó dando una muestra irrefrenable de felicidad cuando la situación se revirtió.

Apenas habían transcurrido 35 minutos de juego de la final de Champions. Saque de esquina favorable al Atlético de Madrid, despeja la defensa pero no lo suficientemente lejos. El balón vuelve al corazón del área, impulsado por Juanfran, templado, inofensivo. Iker Casillas sale en falso, arrepintiéndose a mitad de camino de su decisión, pero ya es tarde. Diego Godín salta más que Khedira, supera al arquero madrileño por alto y a pesar de su esfuerzo, introduce el balón en la portería.

El 'Santo' se humanizó

Aunque quedaban 65 minutos por delante, el semblante del guardameta madridista refleja el peor de los sentimientos. Sabedor del error que acaba de cometer, confía en que sus compañeros puedan igualar la contienda, y emplearse a fondo durante el resto del encuentro. Pero el reloj corría, y el empate no llegaba. Momentos de angustia para la afición blanca, que veía cómo la ansiada Décima parecía tener que esperar al menos un año más.

Casillas, héroe de la Novena, estuvo a dos minutos de convertirse en el villano de la Décima

El reloj se acercaba al final. Pero entonces Modric encontró a Ramos, a dos minutos del final del tiempo de añadido, para que éste, elevándose más que nadie, alojase el balón en la portería rojiblanca, lejos del alcance de un Courtois que se había mostrado infranqueable hasta el momento. Estallaba de júbilo la grada madridista, y estallaban también los jugadores. Formaban una piña entorno al cabeceador, Ramos, que se ganaba su particular parcela de gloria en la historia del Real Madrid gracias al soberano remate.

En su portería, Casillas sabía que le gol de su compañero le daba una nueva oportunidad al equipo, y sobre todo, a él para respirar, tras 65 minutos de agonía. La prórroga llegaba a la dinámica de un encuentro agotador, tanto física como mentalmente, y ahí, se impuso el Madrid. Tras unos primeros 15 minutos de tanteo, llegó el arrebato blanco, y Di María encontró hueco por banda izquierda. Su remate lo detuvo Courtois, pero el rechace fue a parar a la cabeza de Bale, que no perdonó e hizo el segundo.

El delirio volvía a la grada, pero aún restaban casi siete minutos de juego, en los que podía pasar cualquier cosa. Y lo que sucedió es que el Madrid reafirmó su candidatura a la victoria con el tercer y cuarto tanto, obra de Marcelo y Cristiano respectivamente. Ahora sí que la alegría era total en el respetable madridista, pero también en un Iker Casillas que por fin, después de 117 minutos de penurias, estalló de felicidad.

El cancerbero de Móstoles dio varios giros, volteretas y demás acrobacias en su área, para caer de rodillas, rendido a la emoción y presa de las lágrimas. Su llanto se asemejaba al que un imberbe Casillas profirió tras su gran actuación en la final de Champions de 2002, dónde fue el héroe. Durante buena parte del encuentro se sintió villano, y pesó a la hora de mostrar su sentimiento.

Dar vueltas se puso de moda a finales del siglo pasado

Los gestos, las lágrimas de Casillas evocaron, además, un momento histórico en la dilatada trayectoria de la Champions League. Las volteretas no son algo nuevo en las finales, y más, si las circunstancias son similares. Era la temporada 1998-99, la posterior al séptimo entorchado continental del Real Madrid tras 32 años de sequía. En esta ocasión, serían el Manchester United y el Bayern de Múnich quiénes se jugarían el título.

El paralelismo entre las reacciones de Casillas y Schmeichel demuestra el sentimiento de ambos a pocos minutos de la derrota

El Camp Nou acogía a 90.000 personas, repartidas casi a partes iguales entre germanos e ingleses, ávidos de gloria. Apenas cinco minutos tardaría Mario Basler en abrir la contienda, gracias a un genial lanzamiento de falta. El alemán superó la barrera, y a un portero danés mal colocado, que colaboró decisivamente en el tanto.

Peter Schmeichel falló aquel día, con el partido recién empezado, lastrando a su equipo de cara al resto del encuentro. Los minutos transcurrían sin que el United pudiera superar a la defensa de cinco hombres que montó Ottmar Hitzfeld. Entre Matthaus y Kuffour desestimaban todos los intentos anglosajones, y el reloj marcaba ya el minuto 90.

Se dirigía Beckham al córner, para botar el lanzamiento de esquina que representaba una de las últimas acciones del partido. Su centro fue despejado por la defensa alemana, aunque el balón le quedó en la frontal del área a Giggs. Éste chutó, pero su disparo se iba fuera. Entonces apareció Sheringham, el habitual desatascador de Ferguson, para introducir el balón en la portería.

Casillas 'homenajeó' a Schmeichel 15 años después

Un minuto de los tres que Collina había añadido al choque le había servido al Manchester para igualar la contienda, pero querían más. Nuevamente Beckham, y de nuevo Sheringham, protagonistas. El inglés peinó el centro en el primer palo, y Solsjkaer, el otro hombre clave desde el banquillo, puso el pie, para que el cuero entrase en la portería ya con el tiempo cumplido. La grada, los jugadores, el cuerpo técnico del United, estallaron. Pero también su portero.

Schmeichel, celebrando el gol de la victoria del United (Foto | Unitedrant).

Schmeichel sabía que sus errores le pudieron costar el triunfo a su equipo, y celebró dando varias volteretas el tanto de su compañero nórdico. Al igual que hizo Casillas, el danés dio rienda suelta a su emoción dando vueltas sobre sí mismo, presa de la emoción de saberse campeón. El ídolo y el idolatrado unidos por un sentimiento y una manera de celebrarlo.

En el último minuto, sendos saques de esquina salvaron a dos de los mejores porteros de siempre de firmar una página negra en sus currículums. En el 15º aniversario de aquella final, Casillas celebró la victoria tal y cómo Peter Schmeichel, portero del cuadro inglés, festejó el agónico título de los suyos. Todo un gesto que, este en letras de oro, pasará a la historia.