Llegó a un mundo que quizás no comprendía, y que él mismo analizó posteriormente de manera brillante. Cuando al otro lado del mundo florecían equipos de enorme calidad, cuando los jugadores nativos se agrupaban en escuadras latinas que hacían las delicias de los de allí y sembraban de penurias los corazones de aquí, entonces llegó él a descubrirle al desconocido mundo quién era Alfredo Di Stéfano.

El Ballet Azul había impresionado a Santiago Bernabéu. A través de Raimundo Saporta y con el marco del turbio enfrentamiento con el Barcelona, River y Millonarios por ver quién era el propietario de sus derechos y quién el que debía comprarlos, Don Alfredo se vistió de blanco para deleitar al respetable.

Las delicias de unos y las penas de otros. Los goles, las asistencias, las carreras y los recortes. Remates inverosímiles y proezas solamente dignas de lo que su calidad estaría por revelar después. Ligas, Champions, y prestigio. La aportación del Di Stéfano jugador fue enorme, pero lo que supuso su atadura al club después trasciende de lo tangible.

Entrenador, consejero, amigo, compañero, y Presidente de Honor. El único cargo al que nadie aspira y que sí se otorga por convencimiento de lo que ha aportado. El cargo al que nadie aplica, pero sobre el que reposa la memoria eterna del que ha sido el mejor y más grande jugador de la historia.

Las crónicas de la época y aquellos que tuvieron el placer de conocerle, le definen de maneras muy precisas. Satírico, irónico, pero sobre todo un auténtico icono. Un triste 7 de julio de 2014 dejó de lado la vida terrenal para reunirse en el cielo con aquellos a los que admiró en vida, como el también recientemente - entonces - desaparecido Eusebio, su mentor, Bernabéu, y tantos otros amigos que fueron desapareciendo con el tiempo.

Ya no correrá más la Saeta, que se apagó, apaciguado, tras ver a su equipo ganar la Décima. Él empezó un camino que en Lisboa se dio por concluido. Él se sintió en paz, sintió que el trabajo estaba hecho, y se decidió a dejar de lado todo aquello que no le gustaba para darse a una vida más desahogada. El Madrid, su Real Madrid, le había dado el epílogo que merecía.

Un año después de su desaparición el mundo del fútbol ha recordado su figura, su estrella, que jamás y por lejos que esté, se podrá apagar. La Saeta nunca dejará de levantarse a celebrar en el corazón de los amantes del deporte rey, y de los madridistas de manera especial. Gracias, viejo.