En el Batman de Christopher Nolan (2008), Harvey Dent deja una frase que se ha repetido hasta la saciedad. "O mueres siendo un héroe o vives lo suficiente como para verte convertido en un villano".

La prodigiosa analogía de la vida que lleva a cabo esa frase viene como anillo al dedo para juzgar no a los héroes, sino también a los ídolos. Venerados, admirados, pero también sepultados. Si la deidad no pasa al firmamento como tal, su humanización; su mundanización puede llevarle a perder la aureola de divina y transformarse en ídolo de barro.

Nace un mito

Iker Casillas debutó en un momento en el que el madridismo se peleaba por saber quién sería la nueva figura a seguir. Raúl había emergido unos años atrás, presto para requerir el testigo que Sanchís o Hierro dejarían en un prudencial espacio de tiempo. Pero no era suficiente. La maquinaria merengue siempre precisa de referentes, de tipos a los que señalar en las buenas y en las malas. Y apareció, imberbe, un chico de Móstoles al que sacaban del instituto para viajar por Europa.

Iker Casillas es historia, y no solo porque ya no se volverá a vestir la camiseta del Madrid, sino porque su legado es imborrable

Se enfundó los guantes en La Catedral, y aunque dejó alguna parada de mérito también lo hizo con un gol en el que pudo hacer más. La lozanía con la que se movía bajo palos encandiló rápidamente al respetable, y Lorenzo Sanz supo verlo a la misma velocidad. Apenas unas semanas tardó Casillas en firmar su contrato profesional y otro puñado de partidos en hacerse con la portería merengue, con Illgner y Bizarri sin poder contestar el aplastante dominio que en la pubertad ejercía el madrileño.

En el Real Madrid había nacido una estrella, que 16 años después se apaga en su brillo blanco, para ascender definitivamente y situarse entre el elenco de enormes figuras que tarde o temprano terminaron culminando su ascenso al empedrado estelar madridista.

Iker Casillas es historia, y no solo porque ya no se volverá a vestir la camiseta del Madrid, sino porque su legado es imborrable. Indudable es su bajón en el apartado deportivo, en el que ya no se le puede considerar al mismo nivel de antaño. Su falta de preparación para cuando el paso de la edad se llevó consigo o mermó sus grandes virtudes, como los reflejos o la intuición, le ha terminado costando caro.

Un declive que emborrona el final de una leyenda

Pero no solo a nivel físico se explica el bajón de Casillas. Mentalmente tampoco ha vivido sus mejores años. Vanagloriado hasta lo máximo, se han exponenciado sus acciones hasta límites delirantes desde que se produjera su segundo paso por el banquillo en su carrera - el primero fue con Del Bosque en la 2001-2002 - de la mano de José Mourinho y lo que se dio después.

Iker Casillas ha sido el portero más grande de la historia de una entidad de 113 años de antigüedad

Desde aquel diciembre de 2012 la vida no fue nunca igual para Casillas. Desde entonces, sonados fallos como el de la Final de Lisboa en 2014, que a punto estuvo de costarle la Décima al Real Madrid, los que firmó con España en el horrible Mundial de Brasil del mismo año, o los que ha ido coleccionando (ante el Schalke en el Bernabéu, Atlético en el Calderón) esta misma temporada le han terminado enfrentando con la grada.

Los pitos, y la reacción de Iker al respecto marcaban un punto sin retorno. Pero el capitán y su leyenda trascienden más allá de lo sucedido en el último tramo de su vínculo al Madrid. Su imagen, su palmarés, hablan por sí solos. 19 títulos que le acompañaron en el centro del campo de su despedida marcan un límite difícilmente alcanzable. 16 años, 19 trofeos. Pocos jugadores poseen unos guarismos similares, y pocos los obtendrán en un mismo equipo.

Siete de ellos, los siete últimos desde que asumió la capitanía en el verano de 2010 le pertenecen también en una imagen congelada para el recuerdo. Su grito ahogado por el impacto de un flash permanece ya eterno al lado de las copas. Suyas fueron paradas decisivas, actuaciones memorables, que dejaron el título más cerca de la vitrina que ahora ocupan del Santiago Bernabéu.

No se entiende la historia reciente del Real Madrid sin Iker Casillas, pero como toda institución voraz, el tiempo avanza inexorablemente hasta para los más grandes. Iker agotó sus últimos compases en la entidad de un modo nada saludable, que confían los coetáneos termine siendo un tibio recuerdo que no emborrone los años de delirios, de máginas acciones, que dejó para la grada el portero de Móstoles.

Se marcha, arropado por sus éxitos y acunado por el trabajo bien hecho. Sus desavenencias finales, sus posibles motivos quedan a un lado. Deportivamente, Iker Casillas ha sido el portero más grande de la historia de una entidad de 113 años de antigüedad. Y eso, se mire por dónde se mire, es histórico.