El horario de las 16:00 se solapa con la sobremesa, ese intervalo de tiempo entre el término de la comida y el inicio de la siesta en el que se toma un café (cortado no, gracias) o digestivos de elevada graduación a modo de pretexto para resolver todo los problemas habidos y por haber: si el gobierno no sabe cómo cuadrar las cuentas, que mande un emisario a ejercer de cotorra a cualquier terraza; si el muchacho de mi hermana, indeciso el pobre, no sabe qué carrera universitaria emprender, mi cuñao y yo le apuntamos a una ingeniería industrial en diez minutos, aunque sea de letras. Luego, si tal, sale el tema del fútbol, donde es más sencillo desmelenarse porque no existe la verdad absoluta: nada es empírico, salvo que todo va mal y todo ha de cambiar. Qué divertido ser entrenador y ganar una Liga y un par de Champions con un par de garabatos en una servilleta. Y sin cobrar, qué diantres.

Todo eso le robaron el sábado a los asistentes al Bernabéu, ávidos de ver ovillos de paja y cabezas rodantes circulando sin rumbo sobre un suelo árido, propio de un paisaje desértico. Los veredictos fueron variopintos y poco concluyentes, reflejo de lo diversificada que está la hinchada. Unos pocos tratan de sofocar el incendio con la lengua inmóvil y las manos bien abiertas -solo para aplaudir, leñe-. Otros tienen el tambor del revólver hasta los topes -aunque les iría mejor artillería más pesada- y se sientan en su butaca sin mayor convicción de que lo que hay no sirve, pero que no saben muy bien hacia dónde quiere orientar los cambios. Sus balas lo mismo impactan en el palco, que en el señor del banquillo o en un joven ruso que pasaba -indebidamente- por allí. Sin embargo, muchos sí saben a quién rebanarle el cuello. La clarividencia de unos es el martirio de otros.

El momento de la tarde se produjo antes de que comenzara el partido, que no importaba tanto. Desde la megafonía se anunciaban los nombres de los jugadores del Madrid, y el gentío descargó sus iras contra Cristiano, esgrimiendo que no da la talla cuando sí hay que darla y que sí la da cuando no hace falta. Un lío. Luego le tocó el escarnio a Cheryshev, que a ver quién le despoja del sambenito de indebido. El oprobio más unánime, tal vez empatado con el del portugués, recayó sobre el culpable más culpable de todos los culpables -o no-. Sí, en efecto, adivinaron: Rafa Benítez. Su discurso, entendido como descafeinado e inservible por el grueso de los asistentes, genera rechazo e incluso indiferencia. La palabra que sintetiza con más precisión el compendio de reproches al técnico es aburrimiento. Cuando ya pasan hasta de insultarte, malo.

Los cañones apuntan al palco

Al último señalado no le anuncian en las alineaciones. La ristra de despropósitos institucionales que acumula el club más poderoso del planeta solo puede competir en el terreno matemático con el número de títulos obtenidos por el club del este, a la derecha atravesada la meseta, durante su mandato de luz, color y algodón de azúcar solo en lo económico. Aunque, juraría, nunca he visto a un aficionado acudir extasiado a Cibeles por liderar una lista Forbes. Ultras Sur también acudió en masa -¡en millares!- al Bernabéu para decirle a Florentino que no, que así no, que qué pasa. Que cómo bemoles se pierde un campeonato por la recalcitrante desidia de no revisar una lista de sancionados. Que por qué él, y solo él, puede presidir su club, que quieren ir a las urnas y no solo para elegir entre Rajoy, Rivera o Iglesias. O que por qué la institución sigue coja en el menester de la planificación deportiva, sin un director deportivo en el que apoyarse para diseñar un proyecto real. Nadie aporta más materia prima que Pérez; y pocos gestionan peor los recursos en aras de potenciar la plantilla que él. Delegar no es una deshonra sino una forma de garantizar una línea de operaciones coherente. En la sección de baloncesto, en la que su injerencia es reducida y corta el bacalao un director de sección se ha cosechado la mejor temporada de la historia de un equipo europeo.

Delegar no es una deshonra sino una forma de garantizar una línea de operaciones coherente

Acabó el café y comenzó el partido. El Getafe fue comparsa y el Madrid se lo pasó bien en el primer acto, con el redentor Benzema lamiéndose las heridas con dos buenos chicharros, con la indispensable colaboración de la tierna defensa azulona. Un disparo al palo largo de Bale y una cabalgada bien resuelta por Cristiano dieron matarile al desvencijado equipo de Escribá, que se recompuso tras pasar por el camerino y haría el 4-1 con un remate de Alexis a la salida de un córner. En cambio, la pausa para alicatarse destempló a los de Benítez, que dimitieron y se abonaron a la patria costumbre de la cabezadita a media tarde. Un cuadro muy nuestro.